Juan Manuel está vivo por un milagro. Literal. En otras palabras, así lo decretó el papa Francisco el pasado miércoles 8 de noviembre en El Vaticano, cuando autorizó para que se hiciera público el milagro atribuido al cardenal Eduardo Francesco Pironio.

  • Por Ricardo Rivas
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“No recuerdo nada de aquel momento. Nada. Ningún dolor. No vi estrellitas. No escuché voces. Nada, nada. Solo sé lo que me contaron mi vieja, mi viejo; lo que cuentan en casa; y los comentarios de otros fami­liares”, dice Juan Manuel Franco (16) con una sonrisa más grande que su cara. Le encanta la música. Estudia violoncello. “Pero también toco el piano y la guitarra”, agrega mientras abraza una de las que están en su casa.

En ese hogar se respira música. Laura Carozza, su mamá, es profe de esa espe­cialidad en escuelas secun­darias. Mariano, su papá, es violinista. “Mi vida es como la de cualquier chico de mi edad. Estudio, juego al fút­bol y hago música. Soy de Boca”. ¿Hubiese sido bueno un milagro en el Maracaná, verdad? “¡Síííííí!”, responde. Nos reímos con ganas. “Yo juego atrás. Con dureza. Meto la pierna con ganas para que no me pasen. Si podemos sali­mos jugando”, cuenta.

¿Qué dicen de este tema tus compañeros en el colegio, en el equipo? “Nada. Nos cono­cemos desde chicos. Crece­mos juntos. Nos juntamos para tomar mate. A veces, en la cancha, cuando no nos está yendo bien, cuando ganar se pone muy difícil, alguno se me acerca y, en voz baja, me dice ‘¡hacete un milagrito, Juanma!’”. Vuelve la risa. Bordeamos la carcajada.

Laura Carozza y JM, en su casa, con la imagen del beato cardenal Eduardo Pironio, que siempre los acompaña. “No recuerdo nada de aquel momento. Ningún dolor. No vi estrellitas. No escuché voces. Sé lo que me contaron mi vieja, mi viejo y toda la familia”

VIVO POR UN MILAGRO

Juan Manuel está vivo por un milagro. Literal. En otras palabras, así lo decretó el papa Francisco el pasado miérco­les 8 de noviembre en El Vati­cano, cuando autorizó para que se hiciera público “(...) il miracolo attribuito all’in­tercessione del Venerabile Servo di Dio Edoardo Fran­cesco Pironio, Cardinale di Santa Romana Chiesa; nato a Nueve de Julio (Argentina) il 3 dicembre 1920 e morto a Roma (Italia) il 5 febbraio 1998″.

La novedad sobre cómo y por qué el entonces bebé de 15 meses, Juan Manuel, salvó su vida 17 años atrás, el miérco­les pasado sacudió el desper­tar de Mar del Plata, 400 km al sudeste de Buenos Aires y unos 1.760 km al sur de mi querida Asunción.

“Siempre supe que fue un milagro…”, respondió Laura cuando la primera llamada telefónica. “La comunica­ción oficial –formal– del papa Francisco para mí es solo una confirmación”. Acordamos vernos. Desde Roma, ofi­cialmente, reportan que “el milagro atribuido” a la inter­cesión del cardenal Pironio, que un año atrás fue decla­rado “venerable”, se trata de “la curación milagrosa de un niño de un año y medio, Juan Manuel, intoxicado por la inhalación del polvo de porporina utilizado por su madre para trabajos de res­tauración”.

El accidente sucedió el vier­nes 1 de diciembre de 2006. Laura y Mariano, desde ese momento, oraban intensa­mente por el pequeño en la puerta de la UTI (unidad de terapia intensiva) donde los médicos lo indujeron al estado de coma. Las horas pasaban. Las novedades eran desalentadoras.

Desde el amanecer del día siguiente –sábado 2– un grupo de creyentes rezaban por la recuperación del niño en la parroquia de la Asun­ción de la Santísima Virgen incrustada en el complejo hospitalario público que aquí se conoce como Hospi­tal Interzonal Materno-In­fantil Ana Goitía de Cafiero.

Laura, Mariano y el pequeño Juan Manuel, en familia, cada año agradecen en la basílica de Luján al beato cardenal Eduardo Pironio el milagro que sanó al niño

ORACIÓN

Algunas personas de ese grupo buscaron a los atri­bulados padres que acepta­ron la invitación para “rezar juntos” cuando faltaban ape­nas minutos para que “llegue (hasta ese templo) la ima­gen de la virgen”, que siem­pre encabeza la que aquí se conoce como Marcha de la Esperanza, que se realiza anualmente desde hace 50 años y fuera creada, justa­mente, por el cardenal Piro­nio cuando fue obispo de esta ciudad.

“Ese fue el momento en que nos encontramos con el padre Silvano (de Sarro), hablamos con él, rezamos para implorar por la recu­peración de Juan y, a su lado, acompañamos la proce­sión durante unas cuadras. Se largó a llover fuerte. Nos entregó una estampa, nos habló de Pironio, a quien no conocíamos, y nos dijo ‘pídanle a él’”, relató Laura.

“Con mi marido, sentados en el suelo en el acceso a la tera­pia intensiva, la leímos jun­tos. Creo que era la mañana del lunes. Y en ese texto leí­mos y repetimos una frase que era la que necesitába­mos en aquel momento. ‘A veces, los médicos se equivo­can’. Yo estaba convencida de que Juan Manuel sobrevivi­ría y que los médicos estaban equivocados pese a que, en la mañana, el pediatra nos dijo: ‘No hay nada más para hacer’. Fue muy duro. Pero otro doc­tor, Marcelo Segismondi, ya fallecido, se acercó y nos dijo que él se haría cargo de cui­dar a Juan, pero agregó: ‘Si ustedes saben rezar, recen’. Lo hicimos”. Dramático.

MISTERIO

Como lo consigna la informa­ción papal, sabían que “para los médicos estaba a punto de morir”. Laura y el propio Juan lo saben. Claramente, pien­san mucho en la sanación de Juan. “Es un misterio. Como todo milagro. No tiene expli­cación”, dice Laura. Percibo todavía algo de asombro en cada uno de sus gestos y pala­bras. Algunas situaciones son increíbles para siempre. Aun­que el creyente crea en ellas. Sin embargo, no deja de son­reír. Trasunta felicidad.

El padre Silvano de Sarro es párroco de San Carlos Borro­meo. En 2006, conversó con Laura y Mariano. Fue quien les entregó una estampa del cardenal Pironio, el testa­mento espiritual del pre­lado, y les sugirió que le pidie­ran a él por la recuperación del bebé accidentado. “Todo esto me mueve mucho. Par­ticularmente por haber sido instrumento de la gracia de Dios. Uno vive siempre emo­ciones. Pero por supuesto que esto es algo extraordi­nario. Fuera de lo común. A mí no se me hubiera ocurrido nunca entregar una estam­pita porque no soy del tipo de curas que andan repartiendo estampitas todo el tiempo. No es mi estilo de vida pastoral. No sabía qué decir a un matri­monio que después de mucho esfuerzo, de mucha ilusión, había tenido un hijito y se les estaba muriendo. ¿Qué se puede decir? (siento que, tal vez, sus ojos buscan alguna respuesta en este cronista que tampoco sabe qué decir. Me tiento de responder, como Santo Tomás en el siglo I de nuestra era, “ver para creer”, pero no lo hago. Estoy aquí para escuchar, me digo).

No tenía palabras mías, ni humanas, para ellos –con­tinúa el sacerdote– y añade que en aquellos documen­tos que les di está la frase que le sirvió a Laura para ese momento –'los médicos a veces se equivocan’– y a ella se aferró para entregarse a la oración”. En 2007, recuerda Silvano, “vino a Mar del Plata el monje benedictino Giuse­ppe Tamburrino en busca de pruebas sobre el ahora decla­rado milagro intercedido por Pironio. Estuvo poco tiempo aquí. Habló con los médi­cos que atendieron a Juan Manuel, llevó consigo varios documentos y análisis clíni­cos, estudios y volvió a Roma”.

Padre Silvano de Sarro, párroco de San Carlos Borromeo: “No sabía qué decir a un matrimonio que después de mucho esfuerzo, de mucha ilusión, había tenido un hijito y se les estaba muriendo. No tenía palabras mías ni humanas para ellos”

DICTAMEN

¿Desde cuándo sabes que fue una cura milagrosa? “El pasado 4 de mayo, la Comisión de Peritos Médicos en El Vati­cano dictaminó que la cura­ción de Juan Manuel no tiene explicación científica”. ¿Es común que a los curas les pasen cosas como esta, Silvano? “No, claramente. Pero no me la creo. He sido solamente un instru­mento. Todo lo que hice enton­ces fue inconsciente. Ahora, casi 20 años después, digo que fui inspirado por el espí­ritu santo. Pero, la verdad, es que en aquel momento pensé mucho qué decirles a estos papás desesperados. El diag­nóstico médico era de muerte o si sobrevivía –muy difícil– sin dudas quedaría con secuelas graves en el desarrollo neuro­nal por tener en el corazón y en los pulmones estos metales tan tóxicos que el niño había aspirado. Pero, bueno, luego de entregarles a Laura y Martín la estampa del cardenal Pironio, de que pasara el tiempo de las oraciones, una semana después Juan Manuel volvió a su casa como si nada hubiera pasado”.

El joven JM ríe. “Todo lo que pasó, con las historias que me cuentan, con lo que me dicen, lo tengo normalizado. Desde mucho tiempo vivo con esto”.

¿Cómo es la relación que ustedes, la familia, tiene con la religión? “Después de lo de Juan, de la alegría porque recibió el milagro, pasamos a un momento de angustia porque no quedaba embara­zada. Nuestro deseo era tener más hijos. No sabíamos qué hacer. Desde el milagro, todos los años, viajamos a la basí­lica de Luján para agrade­cer. Allí descansan los restos del cardenal Pironio. Vamos todos. Habían pasado cinco años desde la sanación mila­grosa de Juan Manuel. En uno de esos viajes, me acerqué a Pironio y muy en voz baja le rogué embarazarme. Pero no solo le pedí a él por el milagro que salvó a Juan. En el tes­tamento espiritual el carde­nal cuenta que, a su mamá, cuando nació el primero de sus hijos, los médicos le dije­ron que no tuviera ningún otro parto porque su vida o la del bebé correrían peligro. Sin embargo, insistió porque un obispo al que vio preocu­pada por aquel diagnóstico le dijo ‘señora, los médicos a veces se equivocan’. Pironio –hijo de Giuseppe Pironio y Enrica Rosa Buttazzoni, emi­grados a la Argentina casados desde la región de Friuli, Ita­lia, en 1898– era el menor de 22 hermanos. Por eso le rogué desde lo más profundo de mi corazón que me diera un her­manito para Juan. Volvimos a casa. Poco tiempo después de estar orando en Luján, el médico nos dijo que estaba embarazada de mellizos”.

Dejé de preguntar. Ya era mucho para mí. Recordé que tiempo atrás un pre­lado me contó que cuando el monje Giuseppe Tambu­rrino estuvo en Mar del Plata para recolectar datos sobre la sanación de JM, relató que “cuando el cardenal Pironio vivía en Roma, tenía una gran y buena amistad con un gine­cólogo notable que también tenía un hijo médico con la misma especialidad. Aquel joven casado y su esposa estaban muy angustiados. La señora no podía tener hijos. No conseguía quedar embarazada. Tanto el sue­gro como su esposo ratifica­ban aquella imposibilidad desde una perspectiva cien­tífica. Entristecida, fue a ver al cardenal a su casa. La reci­bió en confesión. Le contó sobre la situación. Después de un breve silencio, Pironio le pidió que rezaran juntos. Lo hicieron. Cuando las ora­ciones concluyeron, el carde­nal impuso sus manos sobre la cabeza de la joven señora y, con profunda serenidad, le dijo: ‘Señora, usted va a tener un hijo’. Don Giuseppe pre­cisó que aquello sucedió en el transcurso del mes de junio. Menos de dos meses más tarde, en setiembre, la mujer quedó embarazada. Cuando aquel niño nació, como no podía ser de otra forma, fue bautizado Eduardo”. Histo­rias y misterios.

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