Comúnmente utilizada para realzar el sabor de los alimentos, la sal puede ser la causa de numerosas enfermedades, aunque sus efectos pasen desapercibidos. Su consumo está asociado al aumento de la presión arterial y a un mayor riesgo de sufrir ataques cardiacos y diferentes formas de cáncer: conocé cómo afecta este ingrediente a la salud del organismo.
El consumo de sal tiene una connotación negativa principalmente por el papel del sodio en la presión arterial y las enfermedades cardíacas: este compuesto regula la cantidad de agua dentro de los vasos sanguíneos. Según estudios médicos, cuanto más sodio hay en la sangre, más agua atrae hacia los vasos sanguíneos. Así se eleva la presión arterial y también el riesgo de sufrir un ataque cardíaco y un accidente cerebrovascular.
Además de la presión arterial, el sodio de la sal está relacionado con otras consecuencias negativas para la salud como, por ejemplo, los trastornos metabólicos, los niveles elevados de azúcar en sangre, la enfermedad del hígado graso y aumento de peso. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, se debería consumir menos de 2.000 miligramos de sodio al día.
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No obstante, con la ingesta excesiva de sal, el consumo de sodio se dispara por encima de los niveles que el intestino puede tolerar. Para empezar a limitar el consumo, se pueden evitar los alimentos altamente procesados como las golosinas saladas (galletitas y papas fritas) y otros refrigerios salados (condimentos).
En su lugar, se puede optar por alimentos bajos en sodio y azúcar añadidos como las frutas y verduras. Más allá de las recomendaciones, siempre es importante acudir a un profesional de la nutrición para diseñar la dieta baja en sodio que mejor se adapte a las necesidades y requerimientos profesionales.
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El cerebro, posible origen de la hipertensión, según nueva evidencia científica
Una dieta rica en sal desencadena una inflamación cerebral que eleva la presión arterial, según un estudio con ratas de la Universidad de McGill (Canadá) y publicado en la revista ‘Neuron’.
Además, sugiere que el cerebro puede ser un eslabón perdido en ciertas formas de presión arterial alta o hipertensión, tradicionalmente atribuidas a los riñones. Así, aproximadamente un tercio de los pacientes de hipertensión no responde a los medicamentos estándar, que se dirigen principalmente a los vasos sanguíneos y los riñones, basándose en la creencia tradicional de que la hipertensión comienza allí.
“Esta es una nueva evidencia de que la presión arterial alta puede tener su origen en el cerebro, lo que abre la puerta para el desarrollo de tratamientos que actúen sobre el cerebro”, afirma el profesor asociado del Departamento de Fisiología de la Universidad de McGill, Prager-Khoutorsky.
Para hallar los resultados, los investigadores dieron agua a las ratas que contenía 2 por ciento de sal, comparable a una dieta diaria rica en comida rápida y productos como tocino, fideos instantáneos y queso procesado, con el objetivo de imitar los patrones de alimentación humanos. Además, utilizaron ratas en lugar de los ratones, que son los más comunes, porque las ratas regulan la sal y el agua de forma más similar a los humanos, “lo que hace que los hallazgos sean más aplicables a las personas”, señala Khoutorsky.
La dieta alta en sal activó las células inmunitarias en una región específica del cerebro, lo que provocó inflamación y un aumento de la hormona vasopresina, que eleva la presión arterial. Los investigadores rastrearon estos cambios mediante técnicas de neuroimagen y laboratorio de vanguardia, disponibles recientemente.
Así, Khoutorsky concluye que “el papel del cerebro en la hipertensión se ha pasado por alto en gran medida, porque es más difícil de estudiar. Pero con nuevas técnicas, podemos observar estos cambios en acción”. Asimismo, planean estudiar si procesos similares están implicados en otras formas de hipertensión.
Fuente: AFP
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Cómo actuar ante situaciones de riesgo en transporte por aplicaciones
En un contexto donde las aplicaciones de transporte forman parte del día a día, la seguridad de conductores y pasajeros se ha convertido en un tema central. Es así que las capacitaciones a los conductores son fundamentales cuando se enfocan en prevenir riesgos, detectar señales de alerta y manejar situaciones sensibles que pueden surgir durante un viaje.
Para prevenir, uno de los aspectos es poner límites físicos y psicológicos, además del uso de herramientas de seguridad, manejo emocional ante conflictos y estrategias para desactivar tensiones en casos de conversaciones inapropiadas, invasión del espacio personal o solicitudes fuera del trayecto pactado.
Las Nadia Alcaraz y Eduardo Lahaye, especialistas en defensa personal, liderazgo y gestión de riesgos, insistió en que la prevención no se trata de reaccionar con fuerza, sino de anticipar conductas y establecer límites claros. “El delincuente siempre va a buscar al más vulnerable. Por eso, mostrarse atento, seguro y preparado puede ser la diferencia entre evitar un conflicto o convertirse en objetivo”, subrayó Lahaye.
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Por su parte, Alcaraz recalcó que “lo más valioso no es lo que uno lleva encima, sino volver sano y salvo a casa”, e instó a actuar con inteligencia, reconocer señales de alerta y apoyarse entre compañeros.
Con esto se busca fomentar el diálogo entre conductores y generar confianza mutua con los pasajeros, recordando que la actitud y la atención al entorno son las primeras herramientas de protección. Se trata de crear una experiencia de viaje más segura y respetuosa, donde todas las personas involucradas se sientan cuidadas.
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Lavado de pies con bicarbonato y sal: qué efecto real tiene
Sumergir los pies en agua templada con sal y bicarbonato se ha convertido en una rutina popular para quienes buscan aliviar el cansancio, suavizar la piel o eliminar el mal olor. Este remedio casero, muy extendido en redes sociales y blogs de autocuidado, promete múltiples beneficios, pero ¿hay algo de cierto detrás de estas afirmaciones?
A medio camino entre el confort personal y el deseo de soluciones naturales, este tipo de baños han ganado presencia como gesto cotidiano. Pero, más allá de la sensación relajante del agua templada, ¿tienen realmente un impacto físico en la salud de los pies?
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Control del olor
El bicarbonato de sodio se utiliza desde hace años en dermatología como un exfoliante físico suave. Al frotarse sobre la piel, ayuda a eliminar células muertas y a mejorar la textura, favoreciendo la renovación celular. Además, su capacidad para neutralizar olores está documentada en estudios sobre higiene corporal, aunque la mayoría se centran en su aplicación en axilas o la cavidad oral.
Su eficacia contra bacterias responsables del mal olor se debe a su capacidad para modificar el pH, creando un entorno menos favorable para los microorganismos. Sin embargo, no existen ensayos específicos sobre su aplicación directa en los pies para estos fines, por lo que sus beneficios se asumen por analogía con otras zonas del cuerpo.
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Propiedades de la sal marina
En el caso de la sal, especialmente la marina o la del Mar Muerto, sí existen revisiones científicas que han demostrado su efecto beneficioso sobre determinadas afecciones cutáneas como la dermatitis atópica o la psoriasis vulgaris. En estudios clínicos se ha observado que los baños con sales pueden mejorar la hidratación de la piel, reforzar la barrera cutánea y reducir la inflamación, gracias a la presencia de minerales como el magnesio.
Aunque estos beneficios están más relacionados con tratamientos terapéuticos supervisados, lo cierto es que el uso de sal como exfoliante físico -al igual que el bicarbonato- puede ayudar a suavizar la piel de los pies y a mantener una higiene más profunda, especialmente en zonas con tendencia a endurecerse o agrietarse.
¿Entonces, sirve de algo?
Algunas de las publicaciones que circulan en Internet atribuyen al bicarbonato propiedades antifúngicas. Un estudio reciente desarrollado en Perú comparó su efecto con el de la nistatina -antifúngico-- frente a la Cándida albicans, una levadura frecuente en infecciones por hongos. La investigación concluyó que, aunque el bicarbonato al 5 % mostró cierto efecto inhibitorio, fue significativamente menor que el del fármaco antifúngico. En resumen: puede tener cierta capacidad, pero no sustituye a un tratamiento médico.
En definitiva, sumergir los pies en agua templada con sal y bicarbonato no es un milagro, pero tampoco una pérdida de tiempo. Puede resultar útil para relajar la musculatura, suavizar la piel, favorecer la higiene y controlar el olor. Sin embargo, los beneficios más ambiciosos que a menudo se atribuyen a esta práctica -como “desintoxicar el cuerpo” o “eliminar toxinas”- no están respaldados por la evidencia científica.
Por tanto, si se emplea como complemento dentro de una rutina de cuidado personal, puede ser una opción interesante de vez en cuando. Pero es importante no sustituir con ello otros tratamientos dermatológicos indicados por especialistas.
Fuente: Europa Press.
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Una palabra sobre riesgos. En realidad, otras palabras más sobre…
- Por George Leal Jamil.
- Profesor asociado de la Fundação Dom Cabral, Brasil
Aunque siempre hablamos sobre la Gestión de Riesgos, aún hay algo más que añadir. Las dinámicas mundiales, sectoriales y locales no cesan de exponer nuevos factores, exigiendo que nos organicemos para percibir, identificar, clasificar, priorizar y buscar la mitigación de los riesgos, además de estar preparados para admitir nuevos riesgos, todavía no completamente conocidos. Si hablamos de gestión de proyectos, gestión estratégica, gestión financiera o gestión de la innovación, entre otros temas, siempre estará presente la cuestión de los riesgos, en cada uno de estos escenarios, agregando conocimiento sobre este tema.
En primer lugar, no es un tema del todo agradable. Al entregar algo esperado, al concluir un evento, producto o servicio, difícilmente a alguien le agradará que le pregunten: “¿Y si no resulta? ¿Y si el resultado no es exactamente este?” o, aún peor, “¿Y si la próxima vez fallamos?”. Por eso, a veces, el tema pasa desapercibido. No genera mucha luz en el escenario, no es precisamente placentero.
Pero es esencial, fundamental para la madurez de una organización en términos de sus procesos y de sus métodos de gestión en general.
La gestión de riesgos comprende todas las tareas mencionadas anteriormente: identificar evidencias o fuentes de incidentes y eventos fuera de control, configurar, mapear, clasificar (según la severidad y la probabilidad de ocurrencia), cuantificar y buscar tratamientos o mitigaciones para cada riesgo.
Más allá de este proceso elemental, la gestión de riesgos también abarca la planificación de emergencia —para eventos no mapeados, no controlados o imposibles de detectar en un primer momento — y la planificación de contingencia, donde los riesgos ya comprendidos se integran en una metodología que prescribe que todo debe ser verificado antes y durante la ejecución de un proyecto o proceso. Finalmente, la auditoría de riesgos se ocupa de la comunicación entre estos dos ambientes de planificación, emergencia y contingencia para, por ejemplo, asegurar que los aprendizajes en situaciones de emergencia se registren como hechos en el plan de contingencia, convirtiéndose en elementos activos de la gestión de riesgos.
Un ejemplo claro de esto lo vemos en los programas de protección contra virus y ataques digitales. En su configuración actual, ya existe un acervo (considerable, por cierto) de ataques identificados y con tratamientos diversos por parte del sistema de protección, que van desde la simple notificación hasta la total restricción del uso de un entorno que contenga amenazas. Y, como sabemos, hay una constante actualización del conjunto de conocimientos, de la base de datos de ataques, aprendiendo con las nuevas ocurrencias e incidentes, incorporando ese conocimiento al acervo de análisis.
Actualmente, con la aplicación de recursos de inteligencia artificial, los riesgos organizacionales, en sus distintos niveles, pueden ser tratados de forma aún más ágil, dinámica y versátil. Las plataformas actuales de IA y análisis de datos permiten el registro, el aprendizaje a partir de lo que sucede, traduciendo señales de ataques y tratamientos en relaciones algorítmicas automáticas y/o instrucciones para incorporar al contexto de prevención de riesgos.
Es interesante notar que, en la gran dinámica a la que están sometidas las organizaciones hoy en día, los errores y fallos ocurren en niveles y magnitudes variadas, desde un simple equívoco de comunicación (por ejemplo, al ofrecer un producto con un precio incorrecto, mucho más bajo o alto de lo debido) hasta el acceso indebido a información protegida, confidencial o inaccesible por terceros, como ocurre en casos de filtraciones de códigos, contraseñas y contenidos de propiedad privada. ¡Y esto solo en lo que respecta al contenido comunicacional!
Hemos acumulado la percepción de errores y fallos en proyectos y procesos organizacionales. Lamentablemente, las malas noticias siempre tienen más espacio en los medios, muchas veces divulgadas de manera incompleta, lo que agrega un componente de riesgo adicional a las prácticas que las originaron.
Recuerdo, por último, que, según la tradición en gestión de riesgos, se pueden observar diversos niveles de impacto cuando estos eventos desafortunados ocurren. A nivel operativo, los incidentes basados en riesgos causan retrasos con previsión de recuperación, pérdidas recuperables y otros eventos con soluciones previstas. Por supuesto, hay repercusiones negativas para la imagen y las relaciones con socios, entre otros aspectos.
A nivel táctico, la recuperación es cuestionable. Los plazos y costos para que los procesos se reanuden no están completamente bajo control e involucran varias etapas y señales, siendo, evidentemente, más relevantes en términos de los impactos percibidos por los distintos agentes de negocio. Finalmente, en el nivel estratégico se presenta el mayor drama: la discontinuidad total de proyectos, su cancelación o la indisponibilidad definitiva.
Por ello, la gestión de riesgos en las organizaciones es una disciplina cotidiana, parte de la rutina, indispensable y directamente relacionada con la madurez organizacional.