La obra teatral “Ay, Dios mío”, de Anat Gov, dramaturga israelí, tendrá esta noche a partir de las 20:00 su última función en la sala de Arlequín Teatro (Antequera casi Rca. de Colombia).
La puesta es protagonizada por Ana María Imizcoz y José Luis Ardissone, con la participación de Matías Miranda, todos bajo la dirección de Patricia Reyna. Se trata de una comedia dramática que invita a través de la risa, la ternura y la ironía a la reflexión y la empatía.
La puesta presenta a una psicóloga sobre los 40, madre soltera de un joven autista, especializada en niños, que recibe una misteriosa llamada telefónica de un nuevo y desesperado paciente que insiste en que lo atienda urgentemente.
El paciente solo le da la primera letra de su nombre, y ella imagina que se trata de un funcionario de alto nivel de las fuerzas de seguridad. Cuando él llega, resulta que este no es otro que Dios. Dios profundamente deprimido, quiere poner fin a su vida. Ella tiene solo una hora para cambiar su opinión y salvar al mundo. Con una mirada cómica mordaz, la obra analiza la imagen de Dios según el Tanaj o Antiguo Testamento, y su relación inconstante con el pueblo.
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Un verdadero hombre
- Por Emilio Daniel Agüero Esgaib
- Pastor principal de la iglesia Más que Vencedores
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“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla…” (Génesis 1.28). “Pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Proverbios 20.6b).
Dios tuvo un diseño para el varón, y tal vez como nunca antes en la historia, la identidad del hombre está siendo violentamente atacada. Sus roles, sus características, su identidad, su propósito, su sexualidad, todo está siendo destruido. Siempre lo hubo en mayor o menor medida, pero hoy no solo lo sigue habiendo, sino que cuenta con respaldos filosóficos, ideológicos y culturales que atacan la base misma de la masculinidad.
Para la verdad bíblica, uno de los daños que el pecado ha ocasionado en el ser humano es alterar la identidad del hombre varón y, en consecuencia, como una fila de dados de dominó, se vieron afectadas las mujeres y también los niños.
Una sociedad machista es una sociedad sin hombres de verdad. La hombría bíblica dista mucho del machismo que impera en todas las culturas del mundo, sin excepción. El que haya machismo en el mundo entero refleja la universalidad del pecado, el egoísmo y la rebeldía. Cuando un hombre decide buscar la imagen de Cristo en su vida, se vuelve una persona amorosa, servidora, proveedora, esforzada, valiente, sensible y un marido romántico, delicado y atento.
Desde la declaración de Dios de hacer al hombre a imagen y semejanza de Él (Gn 1.27) fue su intención dar al varón su carácter como un ser admirable, deseable, excelente, equilibrado, sobrio, sano, completo, santo, etcétera. El pecado afectó nuestra esencia e identidad y nos volvió temerosos, desequilibrados, inmorales, enfermos, iracundos, dubitativos, competidores, envidiosos, moralmente caídos y acomplejados.
Pero son los atributos divinos, no la cultura ni la educación, los que nos sirven de parámetro para tener una hombría genuina. Pensar, hablar y actuar como Dios es la expresión genuina de un verdadero hombre.
Cada vez que un hombre decide alejarse de ese parámetro, causa que se vaya reduciendo su verdadera hombría. Cualquier pensamiento, palabra o acción que sean contrarios a esa imagen divina distorsionan grotescamente la verdadera hombría.
La máxima expresión de hombría se da cuando un hombre decide vivir bajo el diseño de Dios en su vida. Pensando, hablando y haciendo conforme al modelo bíblico.
Entre otras cosas, Dios es: misericordioso, veraz, fiel, recto, puro, santo, confiable, leal, honesto, bondadoso, amoroso y equilibrado. Es por eso que la única manera para alcanzar la verdadera hombría es imitar a Cristo. Pablo dijo en 1 Corintios 11.1: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Él imitaba el carácter de Cristo y alentaba a los cristianos a hacerlo también. No tenía la intención que la gente lo tome a él como parámetro, sino que tomen su ejemplo, el de imitar a Cristo, como una meta de vida cristiana.
Entonces, vemos que Dios diseñó al hombre en Génesis 1.28. Dios lo creó para: “ser bendecido”, “fructificar”, “multiplicar”, “llenar la tierra” y “señorear”. Todas estas palabras deben definir a un hombre según el diseño de Dios. Puede que las circunstancias te estén desanimando y digas: “no es tan necesario que sea todo así”, pero sí es necesario que sea todo así, y es una meta alcanzable.
Empezamos con el arrepentimiento y luego con la oración, pidiendo humildemente a Dios que nos capacite. Pablo escribió a los filipenses enseñándoles una verdad espiritual a la cual debían aferrarse: “Dios pone el querer como el hacer, de acuerdo a su buena voluntad” (Fil. 2.13).
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Un Dios que se comunica
- Por Emilio Daniel Agüero Esgaib
- Pastor
Una característica fundamental de Dios es que Él es un Dios que se comunica, que se revela y que tiene un mensaje para el ser humano.
No es un Dios inalcanzable o que nos creó y nos dejó librados a nuestra suerte. Él habla, y eso es evidente.
La Biblia, que es su palabra y su mensaje, nos cuenta que, desde el primer momento en que creó al ser humano, se comunicó con él. Le dio propósito, tareas, identidad y todo aquello que el hombre necesitaría para ser feliz y pleno en este mundo.
También le dio un mandamiento, uno solo. Le dijo que no podría comer del árbol del bien y del mal porque, de hacerlo, moriría.
Este árbol y este mandamiento tenían un propósito, que era dar al hombre la posibilidad de elegir, en su libre albedrío, si obedecería a Dios o decidiría tomar sus propios caminos.
Dios es un Dios de amor, y el amor debe ser elegido, no impuesto. Él quería que el hombre decidiera. Lastimosamente, su creación prestó más sus oídos a la serpiente que contradijo la orden de Dios que al mismo mandamiento de Dios. Y así, vemos cómo, desde esa historia y comienzo, esto ha marcado la línea de la humanidad: Dios habla, pero dudamos de la voz de nuestro Creador y prestamos más oído a otras voces, como la de nuestra mente, de nuestras circunstancias, del pecado y hasta del mismo demonio, que a la voz de Dios.
Pero Dios no se quedó callado. Cuando Caín envidió a su hermano Abel y decidió matarlo, según se relata en Génesis 4.6-7, le advirtió que el pecado y la tentación estarían a la puerta acechándolo, pero que él tenía la decisión de obedecerlo o no. Caín desoyó la voz de Dios y mató a su hermano.
Así podemos ver, en la historia de la humanidad, que Dios nunca dejó de hablar al ser humano. Un versículo clave y lema del pueblo de Israel está en Deuteronomio 6.4- 6: “Oye Israel: Jehová tu Dios uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón”. Shema Israel. OYE ISRAEL. Dios quiere hablar contigo. Durante miles de años usó jueces, luego profetas e, incluso, reyes que hablasen al pueblo para instruirlos, advertirles o reprenderles para que vuelvan a la voluntad de Dios. Por lo general, según nos relata la Biblia, los hombres obedecían solo después de sufrir las consecuencias de su desobediencia y se volvían a Dios mientras el profeta vivía; pero, una vez que este moría, poco a poco, el pueblo se descarriaba de vuelta de la voluntad de Dios, hasta la siguiente desgracia, fruto de su desobediencia.
Así, a través de los patriarcas, los jueces, profetas y reyes, muchos de los cuales eran gente de origen sencillo, Dios habló a la humanidad, y sus palabras quedaron registradas en el libro que conocemos como la Biblia.
Luego, Dios habló a través de Juan el Bautista, que venía a pedir a los seres humanos que purifiquen sus intenciones, y se arrepientan de sus pecados para estar preparados y recibir al Salvador que venía detrás de Él.
Finalmente, vino Jesús mismo, Dios hecho hombre, a hablarnos de Él y a decirnos que, el que lo vio a Él, vio a Dios, y el que lo escuchó a Él, escuchó a Dios.
En el libro de Hebreos, dice: “Dios, habiendo hablado MUCHAS VECES Y DE MUCHAS MANERAS en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…” (Heb 1.1-2).
Para discernir la voz de Dios, solo necesitamos ser sinceros, quitar las excusas, no ahogar esa voz y humillarnos a nosotros mismos, reconociendo que hay una voz que nos llama.
Estamos en tiempos donde, más que nunca, es verdad lo que Jesús dijo: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Solo la voz de Dios puede llenar el vacío que todo ser humano tiene en su espíritu.
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Dios nos habla
- Por Emilio Daniel Agüero Esgaib
- Pastor
Una característica fundamental de Dios es que Él es un Dios que se comunica, que se revela y que tiene un mensaje para el ser humano.
No es un Dios inalcanzable o que nos creó y nos dejó librados a nuestra suerte. Él habla, y eso es evidente.
La Biblia, que es su palabra y su mensaje, nos cuenta que, desde el primer momento en que creó al ser humano, se comunicó con él. Le dio propósito, tareas, identidad y todo aquello que el hombre necesitaría para ser feliz y pleno en este mundo.
También le dio un mandamiento, uno solo. Le dijo que no podría comer del árbol del bien y del mal porque, de hacerlo, moriría.
Este árbol y este mandamiento tenían un propósito que era dar al hombre la posibilidad de elegir, en su libre albedrío, si obedecería a Dios o decidiría tomar sus propios caminos.
Dios es un Dios de amor, y el amor debe ser elegido, no impuesto. Él quería que el hombre decidiera. Lastimosamente, su creación prestó más sus oídos a la serpiente que contradijo la orden de Dios que al mismo mandamiento de Dios. Y así vemos cómo, desde esa historia y comienzo, esto ha marcado la línea de la humanidad: Dios habla, pero dudamos de la voz de nuestro Creador y prestamos más oído a otras voces, como la de nuestra mente, de nuestras circunstancias, del pecado y hasta del mismo demonio, que a la voz de Dios.
Pero Dios no se quedó callado. Cuando Caín envidió a su hermano Abel y decidió matarlo, según se relata en Génesis 4.6-7, le advirtió que el pecado y la tentación estarían a la puerta acechándolo, pero que él tenía la decisión de obedecerlo o no. Caín desoyó la voz de Dios y mató a su hermano.
Así podemos ver, en la historia de la humanidad, que Dios nunca dejó de hablar al ser humano. Un versículo clave y lema del pueblo de Israel está en Deuteronomio 6.4- 6: “Oye Israel: Jehová tu Dios uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón”. Shema Israel. OYE ISRAEL. Dios quiere hablar contigo. Durante miles de años usó jueces, luego profetas e, incluso, reyes que hablasen al pueblo para instruirlos, advertirles o reprenderles para que vuelvan a la voluntad de Dios. Por lo general, según nos relata la Biblia, los hombres obedecían solo después de sufrir las consecuencias de su desobediencia y se volvían a Dios mientras el profeta vivía; pero, una vez que este moría, poco a poco, el pueblo se descarriaba de vuelta de la voluntad de Dios, hasta la siguiente desgracia, fruto de su desobediencia.
Así, a través de los patriarcas, los jueces, profetas y reyes, muchos de los cuales eran gente de origen sencillo, Dios habló a la humanidad y sus palabras quedaron registradas en el libro que conocemos como la Biblia.
Luego, Dios habló a través de Juan el Bautista, que venía a pedir a los seres humanos que purifiquen sus intenciones, y se arrepientan de sus pecados para estar preparados y recibir al Salvador que venía detrás de Él.
Finalmente, vino Jesús mismo, Dios hecho hombre, a hablarnos de Él y a decirnos que, el que lo vio a Él, vio a Dios, y el que lo escuchó a Él, escuchó a Dios.
En el libro de Hebreos, dice: “Dios, habiendo hablado MUCHAS VECES Y DE MUCHAS MANERAS en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…” (Heb 1.1-2).
Para discernir la voz de Dios, solo necesitamos ser sinceros, quitar las excusas, no ahogar esa voz y humillarnos a nosotros mismos, reconociendo que hay una voz que nos llama.
Estamos en tiempos donde, más que nunca, es verdad lo que Jesús dijo: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Solo la voz de Dios puede llenar el vacío que todo ser humano tiene en su espíritu.
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¿Importa el dinero a Dios?
Por lo general, la gente separa totalmente el dinero de lo espiritual, como si ambas cosas fueran totalmente contrapuestas. Se asocia el dinero con lo humano o carnal y a la Iglesia y la pobreza con lo espiritual. Así como siglos atrás el catolicismo romano y su clero fueron relacionados con la pomposidad, el lujo y el poder, hoy, ese “espíritu” (por llamarlo de esa manera) entró en muchos ambientes cristianos y se pregona desde muchos púlpitos un mensaje bastante centrado en el éxito humano, la abundancia económica y hasta el lujo como prueba del favor de Dios en los creyentes y en la Iglesia.
Pero estos temas, increíblemente, solo son realidades en algunos ministerios a nivel mundial, especialmente en los EE. UU. y en algunas sectas. La realidad del gran porcentaje de iglesias cristianas es totalmente otra: viven con lo justo, a veces con lo menos y en casos excepcionales con un poco más de lo que necesitan.
En ambos extremos algo no está funcionando y ambos extremos tienen un protagonista en común: el dinero. Algunos por su abundancia y otros por su escasez.
El protagonismo del dinero en el mundo secular es absoluto; sin él nada se puede hacer y es, en cierta forma, hasta un dios. En la Biblia tampoco pasa desapercibido.
Lo relacionado con dinero, que puede ser oro, plata, piedras preciosas, deuda, riquezas, pobreza y otros es el tema más tocado en la Biblia. Temas relacionados con las finanzas se mencionan más que la oración, la sanidad y la misericordia. Solo el pecado se menciona más que las finanzas. En el Nuevo Testamento, las palabras “amor”, “dinero” y “fe” son las más usadas. Jesús habló de la mayordomía de los bienes materiales más que del cielo y el infierno juntos, en uno de cada 10 versículos.
La palabra de Dios habla de la rivalidad y hasta del paralelismo que el dinero tiene con el Señor. La Biblia dice que “Jehová es escudo” (Salmo 3: 3-4) y que también el dinero es escudo: “Porque escudo es la ciencia y escudo es el dinero” (Proverbios 7: 12). La Biblia dice que el dinero es un señor y también Dios es un señor y no podemos servir a ambos. La Biblia dice que de Dios viene todo bien y del amor al dinero todo mal: “El amor al dinero es raíz de todos los males”.
La Biblia también advierte que el afán por el dinero puede causar problemas con la fe, la fidelidad y en todas las áreas de la vida (Eclesiastés 5: 10; Mateo 6: 24; 1 Timoteo 6: 10), y es cierto.
Por supuesto que todo esto no es porque Dios codicie nuestro dinero, sino porque conoce nuestro corazón y sabe que una de las tentaciones más poderosas que el ser humano experimentará es el amor al dinero o la codicia. Dios quiere nuestro corazón. “Donde está tu tesoro está tu corazón”, dice el Señor en el contexto de Mamón o “amor a las riquezas”. Evidentemente, para Dios, el concepto que tengamos de las riquezas y la manera en que manejemos nuestro dinero es muy importante. Nuestros gastos hablan del sentido moral de nuestras vidas.
Hay una relación directa entre nuestra conversión o la salvación y la relación que tenemos con el dinero. Un ejemplo de esto vemos en el caso de Zaqueo. Cuando él se convierte, dice que devolverá cuatro veces lo robado y le dará, de lo que sobra, la mitad a los pobres. Este fue un caso de victoria. Otro ejemplo es el del joven rico. Él no quiso renunciar a sus riquezas por Dios. Esto hablaba de sus prioridades y de la condición de su corazón.
Nuestra motivación es muy importante para determinar nuestra condición con respecto a Dios y las riquezas.
Cuando no hay contentamiento en nuestro corazón; cuando el dinero determina nuestras motivaciones, todo esto, evaluado de manera profunda y sincera, nos va a mostrar en qué condición estamos. El vivir siempre escaso o el jactarnos y ostentar lo que tenemos, ambas cosas hablan de un desequilibrio.