Si el resentimiento, la amargura y el rencor no fueran los motores que animan la carrera política del actual presidente de la República, Mario Abdo Benítez, quizás hasta pudo haber tenido una mejor gestión. O, en puridad, algo de gestión en estos últimos cuatro años de ineficiencia e inutilidad.

Porque estamos ante una administración totalmente averiada y corrupta. Decadente y miserable. Con el recrudecimiento de prácticas torcidas y funestas, que creíamos parte de un pasado infausto, en que fueron desechadas las condiciones mínimas para ocupar altos cargos dentro un gobierno, para suplirlas por las inmorales reglas del servilismo, la abyección, la mediocridad, la improvisación y la complicidad de los mesnaderos. Algunos, un poco más lúcidos, se encargaron de reflotar el manejo oscuro de las instituciones del Estado para que el saqueo quede sepultado bajo el peso de la opacidad. Nada de trasparencia.

Todas las conquistas del gobierno anterior (2013-2018) en materia de acceso a la información pública fueron suprimidas en la práctica por un régimen que llegó al poder con un solo objetivo: aumentar la fortuna de sus integrantes por la vía de la ilicitud. Pedidos de informes de periodistas del área de investigación de nuestro diario fueron a parar hasta la última instancia judicial: la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Que, también, se convirtió, para colmo de males y desgracias, en cómplice de estos amaños, porque aún vivimos en una sociedad donde la tradición del pokarê convive con los renuevos democráticos.Todavía sobreviven algunos trogloditas y brontosaurios que se alimentan de hojas verdes (preferentemente dólares), pero ya solo es cuestión de tiempo para que el meteorito de las urnas los condene a la extinción.

Y, por ahí, algún juez con agallas los obligue a responder por sus fechorías ante las instancias penales jurisdiccionales. Los castigos ejemplares a los corruptos serán un toque de alerta para todos. En especial para aquellos que continúan creyendo que el poder es una invitación para delinquir. Que el cargo les habilita al diezmo, a sobrefacturar obras, a traficar influencias y a direccionar licitaciones. Que es la oportunidad para ubicar en puestos bien remunerados a los parientes, amigos y todos los escombros que arrastran las riadas.

Nunca pensaron en la patria a pesar de sus lacrimógenos discursos. Jamás estuvo en los planes de este gobierno combatir la pobreza ni articular estrategias de acceso universal a la salud para ofrecer a los niños y a los jóvenes una educación con equidad y calidad, para construir el ambiente propicio para generar fuentes de empleo y para garantizar la seguridad ciudadana. En este gobierno las muertes por sicariato ya se volvieron, peligrosamente, parte de nuestra dolorosa rutina. Pero al mandatario no le inmuta. No le importa. Su procaz incontinencia verbal no tiene más destinatarios que sus ocasionales adversarios políticos internos dentro de la Asociación Nacional Republicana (ANR).

El presidente Abdo Benítez vive en un estado mental de arrebatamiento permanente. No está con nosotros, incluso cuando no viaja por el mundo. Se pasea por las nubes. Lejos de los problemas de la cotidianidad. Las únicas veces que pisa la tierra es para perpetrar graves atentados contra el patrimonio público en medio del aplauso y la vocinglería de sus adictos. Los sistemas de salud están colapsando en todos los centros hospitalarios del país. Las crisis más graves hoy se centran en el Instituto Nacional del Cáncer (Incan) y el Instituto de Previsión Social (IPS).

Lo que vamos a transcribir a continuación es el rostro desnudo de este régimen inútil, inepto y voraz. Una paciente denunció que el IPS, a través de una empresa tercerizada, le dio turno para el día martes 24 de enero a las 23:00. Si para muestra sirve un botón, esta es la perfecta imagen del gobierno de Abdo Benítez. Mientras, los miembros del círculo de privilegiados se rodean de lujos y gustos caros. Despilfarrando el dinero que no es de ellos. Solo sus hijos van a grandes universidades, pagadas con dinero robado al pueblo. La historia no les absolverá.

Estamos obligados, como ciudadanos, a reclamar el fin de la impunidad, que es peor que la corrupción. No sea que un grupo de facinerosos, enriquecidos con plata malhabida, siga condenando a la pobreza a miles de familias paraguayas. Lamentablemente, hay que decirlo, con el silencio cómplice de medios y periodistas que responden a este gobierno. Y algunos partidos políticos, como el Democrático Progresista (PDP), cuya responsabilidad de cogobierno no podrá evadir en el futuro.

A partir del 18 de diciembre de este año, Mario Abdo ya tendrá los días contados. Nadie con un mínimo de conciencia podría votar a los precandidatos y candidatos oficialistas. Ni siquiera un empedernido masoquista. Cuando se abra la caja de Pandora, muchos de los actuales ministros, secretarios y directores de binacionales no querrán estar en el país. Es tiempo de la justicia. Y el fin de la impunidad.

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