• Por Matías Ordeix
  • Socio del Club de Ejecutivos

El Paraguay tiene un rezago institucional y social muy importante. Los pasos logrados en la macroeconomía han sido grandes zancadas, pero que no fueron correspondidas por áreas sensibles como mejora real en la calidad de las personas –en forma masiva–, y en la credibilidad y eficiencia de nuestras instituciones.

Nunca es suficiente. Y esta realidad nos invita a reconocer que el esfuerzo suma, pero todavía falta mucho para ser mejores como nación en todo. No lo visualizo con una connotación negativa, sino motivante, para no dejar de remar. La excelencia es un camino constante, de mejoras continuas. Como estamos pobres en varios frentes, una pausa en el esfuerzo no nos permite visualizar correctamente el futuro, y conlleva al enlentecimiento de nuestra marcha.

Soy optimista. Y creo que como paraguayos “sí podemos”. La mayoría desea un justo crecimiento, quiere bajar los niveles de corrupción y vivir en un mejor país. Pero hay un grupo, principalmente político, pero también vinculado a “pseudo empresarios” a quienes el status quo le es negocio. Porque de ahí mismo se nutren.

Instituciones endebles, sin real autonomía y mano dura, estarán siempre a merced de los “pesos pesados”. Un país con niveles de educación muy pobre reproduce, lastimosamente, gente mediocre con muy poca capacidad de discernimiento cívico-político. Y si a esto le sumamos una crisis de valores constante, donde, entre “hacer lo correcto y lo no correcto” la línea es móvil, estamos prácticamente sentados en un auto sin ruedas.

Debemos acelerar el crecimiento como ciudadanos, apoyar la educación como motor de cambio. Y como empresarios de bien, involucrarnos como empresarios en organizaciones sociales de contrapeso de poder e incidencia social. Incluso los más valientes participarán en el gobierno y/o en el Parlamento.

Pero no perdamos el norte, contagiemos de esperanza y luchemos todos por un mejor país. Tengo unos cuantos años y kilómetros recorridos, y quizás me quede un tercio tanque más de gasolina para seguir empujando, junto a todos los que se suman, apuntando a un mejor horizonte, más claro, digno y brillante. No estamos para ser cómodos, y descansar en un “nosotros ya lo hemos logrado”. Estamos para seguir remangándonos la camiseta de la gloriosa Albirroja.

Es cierto. Parece que nunca es suficiente. Pero si fuese fácil, no sería emocionante. Estaría muy bueno vivir en un país donde todo funciona, o por lo pronto donde casi todo funcione (en el que la vanguardia tiene acompañamiento). Precisamos acelerar la marcha, taconear nuestro caballo, pasar del trote al galope, si queremos tan siquiera saltar del campo de pasto amarillo a una mejor pradera. Recién ahí podríamos estar en condiciones de entrar en la carrera de los países desarrollados.

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