• Por Víctor Pavón

El famoso economista John Maynard Keynes criticó al sistema capitalista de libre mercado apostando por la intervención estatal directa en materia de gasto público para cubrir el déficit. Consideró que la política económica discrecional tendría más éxito si las personas no se percataban sobre las consecuencias que ocurrían sobre sus ingresos.

La realidad, sin embargo, es muy diferente. Las personas como empresarios y inversionistas no son tan ilusas y tontas como parecía creer Keynes y en especial sus seguidores, los keynesianos, que a la fecha todavía son mayoría en los centros académicos, entre los técnicos y analistas.

Pero Keynes no estaba en lo cierto. Los inversionistas y la gente en general no se guían únicamente por la baja de los tipos de interés a corto plazo que lleva a cabo el Banco Central a través de su política monetaria. Esta acción estatal es una ilusión monetaria. Hace que los inversionistas inicien diversos emprendimientos y se eleve el consumo, lo que supone un logro para el Gobierno, pero todo en el corto plazo.

Lo que ocurre, finalmente, es que aquella reducción de las tasas de interés de la política monetaria afectan los precios relativos y luego nuevamente se suben las tasas de interés por parte del Banco Central. Esto es como un círculo vicioso que no termina porque así funciona el intervencionismo estatal.

Robert Lucas –Nobel de Economía en el año 1995– demostró con sus aportes que la gente actúa con mayor racionalidad de lo que suponen los intervencionistas del mercado. La gente para invertir hace uso de toda la información disponible e incluso se vale de sus propias experiencias para tomar decisiones.

El profesor Lucas con la teoría de las expectativas racionales desacreditó la teoría keynesiana de los paquetes de estímulo de la demanda y de la que todavía infelizmente en el presente son adeptos los gobiernos, técnicos y otros.

La baja artificial de las tasas de interés de política monetaria del Banco Central creada y propiciada por el Estado al comienzo produce un auge en la economía que incentiva a la gente a invertir y consumir más, pero es un espejismo. Todavía más, ese “auge” que parece ser un logro del Gobierno, es solo de corto plazo que además propicia otras medidas intervencionistas estatales.

La realidad es una sola. Las expectativas de las personas condicionan la evolución de la economía en el futuro. Si los individuos, las empresas y las familias notan que sus intereses no serán defendidos ni respetados por sus gobernantes, entonces surge la desconfianza y el hartazgo; las emociones y las conductas influyen en la economía.

A la fecha, el gobierno del presidente Santiago Peña se encuentra encaminado a reducir el déficit fiscal, contener la inflación, aumentar las recaudaciones, atraer inversiones y todo ello sin tocar los impuestos.

Esto está muy bien, no obstante y cuanto antes debe profundizar en ciertas reformas como en el sector eléctrico y en el mercado laboral y otros. Este es el camino a seguir: alejarse del intervencionismo estatal y dejar que la libertad económica crezca a lo largo y ancho del país.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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