Después de toda esta semana intensa cómo no explotar de alegría con esta noticia. Cristo Resucitó. La vida venció a la muerte. Ni la muerte es más fuerte que Dios. La sepultura está vacía. María es toda alegría, no fue defraudada. Como también no será nadie de los que en él esperan.
La resurrección de Cristo es la comprobación de: que su proyecto de amor y de servicio era correcto, y que vale la pena asumirlo; que perdonar a los demás aun cuando nos clavan es lo mejor para no cargar pesos en el corazón; que dar la otra mejilla no significa ser el perdedor; que amar y ayudar hasta a los enemigos no es ser un chiflado; que el cielo es el mejor lugar para guardar nuestros tesoros; que no necesitamos pisar en nadie para poder crecer; que lavar los pies de los demás espontáneamente no es perder la dignidad; que acoger a los pecadores y a las prostitutas no me contamina; que no juzgar o condenar a nadie no me hace un despistado; y en fin que el mal aun siendo fuerte no vencerá; pues solamente Jesús venció al mundo, y aquellos que están con él podrán participar de su victoria.
¡Felices Pascuas! Que Cristo Resucitado sea la luz de tu vida.
Un fuerte abrazo, en el amor de Cristo que nos une.
El Señor te bendiga y te guarde, El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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Dictaminan a favor de transferir fondos para mejoras y puesta en valor de monumentos jesuíticos
La Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, en su reunión semanal otorgó el visto bueno al proyecto de ley “Que autoriza al Ministerio de Economía y Finanzas a transferir los saldos del aporte especial a los Municipios de Jesús, Trinidad y San Cosme y Damián, del Departamento Itapúa, por ser sedes distritales de los monumentos históricos de las Misiones Jesuíticas, de conformidad a la Ley N° 6.145/2018″.
Dichos fondos servirán para el mantenimiento y puesta en valor de los monumentos que son postulados como Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
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De acuerdo al informe presentado por la titular de esta mesa asesora, la diputada colorada Cristina Villalba, esta normativa establece conceder un aporte especial a los municipios de Jesús, Trinidad y San Cosme y Damián, del séptimo departamento del país, por ser sedes distritales de las históricas “Misiones Jesuíticas”, y autoriza al Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), a transferir saldos del aporte especial a los mismos.
A partir de esta transferencia de saldos, los municipios beneficiados con el aporte especial deberán coordinar con la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), las actividades de mantenimiento, restauración, conservación y mejoras de los monumentos históricos, según indica el proyecto de ley.
Al mismo tiempo, deberán presentar a la Dirección General de Inversión Pública, dependiente del Ministerio de Economía y Finanzas, los proyectos de inversión con el detalle y la descripción de las obras a ser financiadas. El documento también establece que las rendiciones de cuentas sobre los recursos transferidos deberán ser presentadas ante la citada cartera de Estado y la Contraloría General de la República (CGR).
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“Yo soy el pan que baja del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre” Jn 6, 51
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Después de haber multiplicado el pan y saciado a una gran muchedumbre, Jesús propuso un bellísimo discurso sobre la eucaristía, sobre el modo sacramental con que El perpetuaría su presencia en la historia. Prácticamente todo el capítulo 6 de Juan nos habla de esto.
Efectivamente, el hambre y la sed son dos experiencias que cotidianamente sentimos, saciándolas probamos un gran placer y si no lo hacemos nos pueden provocar un gran sufrimiento. Son dos necesidades básicas para la vida de las cuales nadie puede ignorar.
Por eso el comer y el beber tienen una gran fuerza simbólica, y las cosas relacionadas a estas dos acciones pueden adquirir significados distintos en nuestras vidas. Podemos decir, por ejemplo, que una persona es muy dulce; que la vida es muy amarga; que tenemos sed de justicia; que un producto tiene un precio muy salado; que tal persona tiene hambre de poder; que las preocupaciones están consumiendo mi paz... etc.
Siendo una experiencia de fundamental importancia para la vida y común a todos los humanos, ofrece la posibilidad de ser utilizada simbólicamente para hablar de modo sencillo y a la vez profundo de realidades sobrenaturales: como del amor, de los deseos más íntimos del ser humano y también de Dios.
Jesucristo, conociendo todos los secretos de los hombres, y queriendo ser entendido por todos, sean estos sencillos o intelectuales, encontró en el pan y en el vino, elementos básicos de la alimentación de los pueblos de su época, la materia ideal para ser signo sacramental de su presencia en el mundo.
Cuando él dice que “yo soy el pan bajado del cielo”. Les está hablando de un modo muy concreto de su persona y de su misión en nuestro medio, con una imagen que todos podrían entender con un poco de reflexión. No es difícil de comprender lo que quiere decir Jesús, aunque por más que queramos explicar, cada uno podrá ofrecer una interpretación diferente, pues el lenguaje simbólico permite una ilimitada interpretación. Es por eso que sobre la eucaristía mucho ya se escribió, y ciertamente mucho aún se escribirá, pues en cada momento se podrá hacer una nueva interpretación sin contradecir a las otras, ofrece una nueva luz sobre este misterio.
También nosotros estamos invitados a meditar sobre esta presencia del Señor en nuestras vidas. Y cada uno de nosotros, de acuerdo con su experiencia particular podrá aportar cosas muy bonitas. Piensa un ratito: ¿Qué significa que Jesús sea el pan de mi vida? ¿Cómo puedo entender que Jesús sea el alimento que satisface toda mi hambre y la bebida que sacia toda mi sed? ¿Será que ya descubrí en mi vida que el Señor es tan importante como la comida que me mantiene vivo? ¿Estoy, también yo dispuesto a transformarme en pan para la vida de mis hermanos? ¿O prefiero ser hiel? Pero, junto a esta fuerza simbólica que la eucaristía posee, debemos contemplarla en su realidad sacramental, pues es presencia real del Señor, que actúa con la fuerza del cielo en nuestras vidas.
Ciertamente en el plan de Dios está también el deseo de que suceda con nosotros lo que decían algunos filósofos antiguos: “nos transformamos en lo que comemos”, significa que a través de la comunión frecuente podamos despacito ir cristificándonos, transformándonos en Cristo, hasta que un día podamos decir como san Pablo, “¡ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí!”.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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“El Señor Jesús, después de hablarles, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” Mc 16, 19
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Ya casi al final del tiempo de Pascua la Iglesia nos invita a celebrar la ascensión de Jesús al cielo.
La Biblia dice que cuarenta días después de su resurrección, habiendo aparecido muchas veces a sus apóstoles, confirmándoles en la fe, el Señor Jesús subió al cielo para sentarse a la derecha de Dios Padre.
Pero, ¿por qué es importante celebrar esta fiesta? ¿Qué es lo que la Iglesia nos quiere enseñar?
Celebramos con gran alegría la venida de Dios en la historia con las fiestas de la anunciación, de la navidad y de la epifanía. Y nos parece muy lógico hacerlo, al final es estupendo conocer el misterio del Dios que nos visita. Pero si no entendemos bien, puede parecer extraño que nos alegremos por su partida.
Ciertamente, celebrar la ascensión de Jesús al cielo, no es celebrar el abandono de Dios. No significa decir que, estando a la derecha del Padre, ahora Él es un Dios distante, que ya no tiene más nada que ver con nosotros. La última frase del evangelio de San Mateo, nos habla muy claramente: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo”.
La nueva alianza con Dios, fundada en el misterio de Jesucristo, hombre-Dios, es nueva y eterna, y por eso no puede ser quebrada, aun menos por Dios, quien fue el que tuvo la iniciativa de ofrecérnosla.
La Ascensión de Jesús señala entonces el inicio de una nueva fase en nuestra relación con Dios. Ahora ya no tendremos más el privilegio de poder verlo, de abrazarlo, de dejar que él nos lave los pies, de tocar con nuestros dedos sus llagas y su costado, de comer el pan por él multiplicado, pues, como eventos históricos, estas cosas ya pasaron. Pero, como decía San León Magno: “Todo lo que en Jesús fue evento, a través de la Iglesia, son para nosotros sacramentos”. Nuestra nueva relación con él se da en el Espíritu Santo.
Es a través del Espíritu Santo que la Iglesia, en los sacramentos, hace viva y eficaz toda la obra salvadora de Jesucristo. En la fuerza del Espíritu, el bautismo, la confirmación, la Eucaristía, la reconciliación, la unción, el matrimonio y el orden son, para nosotros, el modo sacramental de sentir su presencia con nosotros, todos los días hasta el final del mundo.
Alguien podría pensar que si él estuviera presente “en carne y hueso”, sería más fácil el sentir su acción en nuestras vidas. Pero esto puede ser un pensamiento ingenuo. De hecho, muchos de aquellos que estuvieron junto a Jesús, aun así, no tuvieron fe ni transformaron sus vidas. Muchos, tan encerrados en sus prejuicios, ni percibieron que Dios caminaba con ellos. Por otro lado, con fe, los sacramentos dejados por Jesús son suficientes para experimentar su acción en nuestras vidas, para acoger su reino, para vencer todas las pruebas y para transformarnos continuamente en su imagen.
Por eso, celebrar la Ascensión de Jesús es profesar nuestra fe en su presencia actuante en nuestro medio. Es abrirnos a la gracia de su Santo Espíritu, que nos hace recordar todas sus palabras y sus gestos, descubriendo el sentido profundo de cada uno de ellos y permitiendo que él continúe en nosotros la obra empezada.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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Jesús nos propone el amor en su sentido pleno
- Por Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capucchino
Muchas veces hablamos del amor en un modo muy superficial. En nuestros días esta palabra perdió mucho de su fuerza y se llama amor hasta a un simple y pasajero sentimiento o algunos lo llaman hasta mismo a una ocasional relación sexual.
Seguramente no es de este tipo de amor que hoy nos quiere hablar Jesús. Él nos propone el amor en su sentido pleno, con toda su fuerza, con toda su exigencia.
Nosotros ya conocemos la fórmula: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esta era la segunda parte del mandamiento más importante del Antiguo Testamento. Jesús está de acuerdo con esta propuesta. Ya es sin dudas una gran cosa amar a nuestro prójimo del mismo modo como nos amamos a nosotros mismos y hacer a él exactamente como queremos que nos hagan; tratarlo con el mismo respeto que queremos ser tratados; y ofrecer a él las mismas posibilidades que tenemos nosotros.
Tener este grado de amor por los demás es una gran victoria sobre nuestro egoísmo, y esto no siempre es muy fácil. En nuestra vida cotidiana este amor se revela en cosas muy sencillas, como sería no buscar tener ventajas sobre los demás. Un ejemplo muy concreto es respetar una fila, sin buscar pasar delante de nadie: así como no me gusta que nadie se meta por delante porque es injusto, también yo no tengo el derecho de hacerlo. Lo mismo en los trabajos que tenemos que hacer, en las responsabilidades civiles, en el tráfico, en la mesa.
Amar a los demás como nos amamos a nosotros mismo, de modo muy sencillo, significa preguntarse siempre “esto que estoy por hacer si otro lo hiciera, ¿cómo me sentiría?”. Y también delante de los equívocos del otro preguntarse: “Y si fuera yo el equivocado, ¿como me gustaría que me tratase?”. Estoy seguro que si conseguimos vivir esta propuesta de “amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos” el mundo ya sería muy diferente. Palabras como: “Ya no se puede confiar más en nadie!”, “quien puede más, llora menos”, “el mundo es de los expertos” perderían el sentido.
En el fondo este mandamiento tiene sus raíces en la igualdad de todas las personas y la necesidad de respetar a todos y es la base de la convivencia social.
Todavía, si no bastara la exigencia de este mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, Jesús resucitado lo renueva y lo deja aún más exigente: “Ámense unos con otros como yo los he amado”. El criterio del amor no es más nosotros mismos. Ahora, es Él, que fue capaz de dar su propia vida por nosotros, quien se transforma en el criterio del amor cristiano.
Jesucristo nos amó más que a sí mismo, y por eso fue capaz de dar su vida. Él por amor hacia nosotros no hizo caso a la justicia y aún sin tener siquiera un pecado aceptó ser condenado y muerto, para librarnos de la culpa.
Por eso, como hizo Él, también nosotros, que nos llamamos cristianos, debemos hacer. Debemos amar a los demás más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Al cristiano no le basta amar al prójimo como a sí mismo, es necesario amarlo como Jesús nos amó. En lo concreto esto significa, para usar el mismo ejemplo, no solo respetar la fila sin buscar pasar a nadie, pero ser capaz de dar nuestro puesto a una persona que llegó después e ir al último lugar de nuevo. Es ser capaz no solo de dividir igual, pero de dar la mejor parte al otro. Es ser capaz de hacer el bien, a quien te hizo el mal. Es ser capaz de ayudar a quien te lastimó. Es ser capaz de perdonar a quien gratuitamente te ofendió.
Yo sé que esto es muy difícil. Yo mismo estoy aún muy lejos de conseguir vivir de este modo. Pero, ¡no puedo callarme! Estoy convencido que este es el ideal de Jesucristo, y todos nosotros que queremos ser verdaderos cristianos tenemos que buscar de concretizarlo.
Pienso que la única posibilidad que tengo para poder realizar este ideal de “amar a los demás como Jesucristo me amó” es dejándome contagiar por Él. Es escuchando atentamente su palabra, pidiendo continuamente que su Espíritu actúe en mi vida, participando siempre de la eucaristía, recibiendo su cuerpo y su sangre, esforzándome cotidianamente por vencer mi egoísmo hasta en las pequeñas cosas y preguntándome siempre: ¿en mi lugar qué haría Jesús? (Que gran cambio: ahora la pregunta no es más ¿Qué me gustaría que me hagan?, sino que, ¿qué haría Jesús?).
Creo que solamente así, despacito, acontecerá con nosotros lo mismo que con Paulo y podremos entonces decir: “Ya no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí”.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.
“Mi mandamiento es este: ámense unos con otros como yo los he amado. No hay amor más grande que este: dar la vida por sus amigos”. Jn 15, 12-13.