- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
¿Cuántas veces nos encontramos pasando en una comida con amigos un momento agradable, y mirando el reloj ya tenemos que marcharnos a casa? O por el contrario, ¿cuántas veces nos parece que una clase sumamente aburrida se extiende por largos e interminables minutos que nunca parecen llevarse el tiempo consigo? Pues bien, señores: el tiempo sí es relativo. Y quien mide esa relatividad no es un aparato artificial ni un artilugio de laboratorio, sino nada más y nada menos que nuestro cerebro. El reloj interno que cada ser humano lleva dentro de sí indica generalmente en relación con las emociones cuándo acelerarse y cuándo frenarse.
Por ejemplo, ante situaciones de riesgo, el reloj cerebral parece correr más rápido de manera de tener mayor velocidad de reacción, y a activar mecanismos de cooperación para realizar sus acciones. Neuronas dentro del cerebro posibilitan la medición exacta del tiempo, pero factores como la liberación de un neurotransmisor poderosamente estimulante para la actividad neuronal como la dopamina obligan a la fluctuación relativa del tiempo para el cerebro: a mayor concentración de dopamina, mayor velocidad del reloj cerebral y, de resultas, el tiempo corre más rápido.
Podríamos pensar que estas alteraciones de nuestro reloj cerebral podrían deteriorar la maquinaria del mismo. Sin embargo, hoy en día sabemos que es un mecanismo de adaptación que ha permitido la supervivencia de la especie, al preparar al cerebro para rápidas respuestas ante eventos determinados. Este reloj interno puede aumentarse o disminuirse en su percepción del tiempo mediante la observación de estímulos externos. Por ejemplo, al observar un rostro triste, el reloj aumenta la velocidad de percepción del tiempo debido a que se activan mecanismos que hacen que el cerebro quiera prestar atención y ayuda a quien sufre. Así también, si se observa una escena escabrosa como la de las decapitaciones que son levantadas a internet por estos días hechas por extremistas islámicos, el cerebro acelera el tiempo ya que no presta atención detallada a lo que le parece agresivo, y de esa manera nos parece que transcurre todo más rápido que lo habitual, de manera a que lo repulsivo y que trastorna “pase rápido”. A la inversa, cuando nos aburrimos, el tiempo pasa muy lento, ya que el cerebro debe prestar atención a todo, y el procesamiento global final es lo que nos causa aburrimiento… ¡¡¡no termina nunca!!!
En estudios del año 2023 solo se identificaron dos áreas cerebrales que subyacen al juicio de duración: el área motora suplementaria (AMS) y la corteza insular. La AMS es una estructura cerebral para controlar las acciones motoras y la ínsula es la región cerebral decisiva para detectar las señales corporales. La AMS a partir de entonces estaría involucrada en el control del tiempo de los movimientos, la ínsula generaría nuestra sensación subjetiva de duración. Este tiempo subjetivo emerge a través del sentido de los procesos corporales que cambian dinámicamente a lo largo del tiempo, y el área del cerebro que regula los sentimientos corporales, la ínsula, también crea el sentido del tiempo. Por ejemplo, cuando estamos esperando que algo suceda, sentimos intensamente nuestro yo corporal y emocional, y el tiempo se arrastra.
Bueno, no les hago perder más tiempo por hoy. Como es una cuestión DE LA CABEZA, espero que recuerden, sobre todo los docentes, este apartado la próxima vez que den una clase o trabajen utilizando el “tiempo ajeno”, y se dispongan a torturar a su audiencia con datos, cuadros, esquemas y largas diapositivas que solo lograrán que el tiempo medido por los cerebros de su auditorio sea eterno. Einstein tenía razón: el tiempo es relativo..!!!
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Recordar el futuro para evitar otra guerra
¿Recordar el futuro? ¿Por qué no? Nada me sugiere ni me dice que sea una misión imposible. ¿Por qué no suponer que “la flecha del tiempo” va en otro sentido? De hecho, –y por los indicios que aportan algunas prácticas sociales– siento que pese a los permanentes desarrollos tecnológicos en no pocas cosas la humanidad se repite.
- Por Ricardo Rivas
- Periodista X: @RtrivaRivas
- Fotos: Gentileza
“Mire, usted, sinceramente no lo sé. Pero sí sé cómo será la cuarta. Será con palos y piedras”, dijo Albert Einstein en el transcurso de una entrevista que le realizaron en tiempos de la era nuclear, en el siglo pasado. Quien entrevistaba al padre de la teoría de la relatividad, al parecer como ejercicio, le preguntó cómo imaginaba la tercera guerra mundial. Ante ese interrogante con perfume de hipótesis que planteó quien lo entrevistaba, don Albert tenía la convicción de que, si aquella conflagración sucediera, cuando finalizara habría desaparecido todo rastro de la civilización y, en alguna forma, “volveríamos al Paleolítico”.
Tengo la convicción de que Einstein era, a la vez que un genio, un tipo divertido, con enorme sentido del humor y de la mordacidad. Admito que puedo equivocarme totalmente. La ironía era uno de sus territorios preferidos. Y, desde esa particularidad que coincidentes cronistas de época le reconocen, intuyo que conceder entrevistas lo tomaba como un pasatiempo. Einstein desde siempre me dispara interrogantes. El tiempo y el espacio –como temas– son parte de mis intereses y curiosidades.
Con demasiada frecuencia al doctor Pablo Sisterna –físico y músico notable–, le consulto sobre esas especificidades y, en particular, sobre la que se conoce como “la flecha del tiempo”. Y, en este punto, vuelvo a Einstein, quien –desde la perspectiva de una hipótesis académica– nos interpela y nos la hace bien difícil: “¿Por qué no podemos recordar el futuro?”. No tengo la respuesta. Ni siquiera la imagino. Creo que forma parte del pensamiento complejo. Orden, desorden. Caos, cosmos. El Big Bang. Ignorancia, saber. Conocimientos, pertinencia. Y algo un tanto más profundo: ¿Qué significa ser humano? No es sencillo saberlo.
En alguna de sus conferencias, Edgar Morin (102) – sociólogo y filósofo– sostiene que “se debe demostrar que ser humano no se trata únicamente de ser un individuo, sino que se trata de formar parte de una sociedad y que no somos solamente un pequeño elemento de ella porque esta sociedad en sí se encuentra en nuestro interior con su idioma, con sus costumbres (...), porque todo nuestro patrimonio genético se encuentra en cada célula de nuestro cuerpo”.
LA HUMANIDAD SE REPITE
¿Recordar el futuro? ¿Por qué no? Nada me sugiere ni me dice que sea una misión imposible. ¿Por qué no suponer que “la flecha del tiempo” va en otro sentido? De hecho, –y por los indicios que aportan algunas prácticas sociales– siento que pese a los permanentes desarrollos tecnológicos en no pocas cosas la humanidad se repite. La cinta de Möbius. “El problema de la mundialización, que se aceleró a partir de la década de los 90, consiste en una unificación técnica y económica del mundo con la posibilidad de comunicar de un punto a otro del planeta. (Pero) hay que darse cuenta de que esta unificación (...) no ha hecho progresar ni la comprensión entre los pueblos ni (para desarrollar) la conciencia de una comunidad planetaria”, apunta Morin, quien sostiene que “en este mundo paradójico a menudo, por el contrario, las personas se encierran en sus culturas, en sus nacionalidades, en sus religiones”.
Profunda observación que no puedo –ni quiero– dejar de vincular con las incertidumbres y la consecuente búsqueda de certezas. ¿Somos lo que somos desde que fuimos? Desde Europa llegan voces que dan cuenta de que en aquel Estado-región se transita un estado de preguerra. ¿Otra vez? Parece que sí. Lo de siempre, siempre. ¿Hay algo en tu pasado que te pueda joder? Sin dudas me atrevería a preguntar a la aldea global si esta postulara para ingresar en futuro. Y, según su respuesta, tal vez, iría por más, aunque en el mismo sentido: ¿Hay algo en tu presente que te pueda joder?
Mucha de la información que circula desde el pasado 6 de junio nos trae noticias de la guerra. Sí, como sucede en casi todos nuestros días desde mi nacimiento. Dejé la vida intrauterina cuando se peleaba la llamada guerra de Corea que –aunque no se recuerde masivamente– no ha finalizado. De hecho, antes que tuviera 36 meses, un 27 de julio, los coreanos del norte –comunistas– con sus compatriotas del sur –capitalistas– firmaron el Armisticio de Panmunjon, que mantiene partido a ese país a la altura del paralelo 38°. En el balance posterior al alto el fuego, se contabilizan entre 4 y 6 millones de personas muertas entre civiles y militares.
Ciertas precisiones sostienen que medio millón de muertos son soldados surcoreanos mientras que un millón son chinos y norcoreanos. Las mayores bajas, claramente, se verifican entre la sociedad civil. Algunos dicen que Estados Unidos ganó la guerra. ¿Alguien puede afirmar con aquellos luctuosos datos a la vista que alguien haya salido triunfador después de tanta muerte?
IDEA CURIOSA
Hasta hoy, si bien el número no es confiable y suele variar, unos 28.000 soldados norteamericanos permanecen en la zona sur de la península coreana para mantener la paz. ¿La paz? Curiosa idea, por cierto, para llamar a un alto el fuego que mantiene abierta una confrontación bélica del siglo XX –el siglo de las guerras– cuando transitamos el primer cuarto del XXI.
En la semana que pasó, la información de guerra llega desde las hoy serenas playas de Normandía. El 6 de junio de 1944 allí cayeron 4.440 soldados aliados. Norteamericanos, canadienses, franceses, británicos e incluso algunos sudamericanos. La estadística que prolijamente construye la Comisión de Tumbas de Guerra de la Commonwealth (CWGC) da cuenta también de más de 5.800 soldados que resultaron heridos o desaparecidos. Otros reportes sostienen que los aliados fallecidos son 53.700, en tanto que 155.000 resultaron con heridas y unos 18.000 suman entre prisioneros y desaparecidos.
Se afirma además que entre 4.000 y 9.000 alemanes también fueron muertos. Cerca de 60 millones de seres humanos fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Unos 20 millones cayeron para liberar de la opresión a la “madre Rusia”. Otros, en busca de la libertad aplastada por los nazis desde 1939. Unos 6 millones fueron exterminados por cuestiones raciales, religiosas, por tener capacidades diferentes, por ser homosexuales. Millones nunca supieron por qué murieron. Los llamados bombardeos aéreos de saturación de la aviación aliada arrasaron impiadosos. La guerra nuclear hizo su presentación luctuosa en las indefensas Hiroshima y Nagasaki que fueron incineradas.
Desde entonces el mundo sabe de qué se trata el infierno que puede causar el hombre. Pasaron 80 años desde el Día D. Berlín –entre el 2 y el 9 de mayo de 1945– y Tokio, el 15 de agosto del mismo año, se rindieron ante Estados Unidos, Reino Unido, China y la Unión Soviética, firmantes de la Declaración de Potsdam. El mundo, que nunca había sabido antes de una conflagración como la Segunda Guerra Mundial, con memoria del espanto, celebró la llegada de la paz. La palabra tragedia se resignificó.
VALORES
Cuatro días atrás, el maestro Edgar Morin (102) recordó en su cuenta en la red X que Edmund Burke (1729-1797), considerado el padre del liberalismo en el Reino Unido, sentenció que “la guerra provoca la desaparición de los valores por los que se lucha”. Morin –un pacifista– peleó la Segunda Guerra. Fue combatiente irregular. Tiene claro que se combate a matar o morir. Sin embargo, por aquellos años dramáticamente trágicos se integró a la Resistencia cuando Francia estaba ocupada por las tropas de Adolf Hitler.
“Cuando tenía yo 20 años, Francia estaba ocupada por el Ejército nazi y, por ende, estaba en la Resistencia, que era, sobre todo, un asunto de jóvenes. Yo, a los 20 años, me decía: por un lado, quiero vivir porque todavía no viví, pero me decía que querer sobrevivir no tenía sentido. Vivir significaba enfrentarse al combate. Resistir era eso. Vivir corriendo el riesgo de morir”, explicó el más que centenario maestro a quienes a distancia cursábamos con él en tiempos de pandemia convocados por la Unesco.
Por su profundo deseo de vivir se impuso a sí mismo “el riesgo de morir”. Sobrevivió. Y aquella experiencia es, entre otras, –supongo– la que le permitió reflexionar y sostener que “la vida consiste en una navegación en un océano de incertidumbres”. Don Edgar tiene la convicción de que “no sabemos de qué forma los acontecimientos cambiarán nuestra sociedad y cómo reaccionaremos”. ¿Con el fin de aquella Gran Guerra se inició la paz? Solo la esperanza colectiva abrió y dio lugar a ese supuesto.
Antes de que aquel conflicto finalizara, el presidente norteamericano, Harry Truman; junto con los primeros ministros Joseph Stalin, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y Winston Churchill, de Gran Bretaña, se reunieron en Potsdam (1945) para organizar sobre escombros y cadáveres el mundo de posguerra. El orden que hasta nuestros días construyeron se parió allí.
Con el tiempo se supo que Stalin saturó los alojamientos de los concurrentes y sus gabinetes con micrófonos para espiarlos. ¡Increíble! En 1991, cuando con un grupo de colegas periodistas latinoamericanos en viaje de estudios estuvimos en ese lugar histórico, supimos de boca de quienes fueron nuestros instructores y docentes que aquel dato clave no era un rumor. Más aún, en detalle nos explicaron que Truman en soledad –discretamente– le hizo saber a Stalin que en su arsenal disponía de armamento con una “fuerza destructiva inusual”. Fanfarronería táctica. En pocas semanas el premier ruso supo que era cierto. El hongo nuclear se levantó hacia el cielo dos veces desde Japón.
GUERRA FRÍA
De poco o de mucho –según se mire y analice– duró lo que allí acordaron. Un año y medio después del fin de las batallas, el 12 de marzo de 1947, coincidentes autores señalan que comenzó la Guerra Fría, que también se engendró a orillas del río Havel. Stalin nunca le dijo a Truman entonces que desde 1943 sus científicos trabajaban sin descanso para nuclearizar sus arsenales. En 1949, lo consiguió. “First lightening” (algunos lo traducen como “amanecer” o “primera claridad”) fue el nombre en clave del primer dispositivo atómico soviético. La Guerra Fría cobró renovado impulso y se extendió durante 40 años.
En ese lapso otros conflictos también arrebataron millones de vidas. Un escenario de violencia se construyó en Indochina. Desde Vietnam se retiraron derrotadas tropas de Francia y de los Estados Unidos. Una pequeña ciudad, Dien Bien Phu, fue desde donde se retiraron vencidos los paracaidistas franceses en 1954 que dejaron detrás un país partido al medio. Vietnam del Norte y Vietnam del Sur. Saigón, en 1975, fue la ciudad donde cayeron los ejércitos norteamericanos.
Cold War duró hasta 1991, cuando se desintegró la URSS. Pero otras guerras emergieron. Afganistán, Iraq, Latinoamérica, África, el este Europeo, el asedio de China sobre Taiwán permiten suponer que la paz no necesariamente es lo que muchos entendemos que esa palabra encierra como significado. Es tan difícil como duro imaginar que por estos tiempos angustiantes se vuelve a hablar cada día con más frecuencia de una posible guerra.
DUREZA Y CRUELDAD
La invasión de Ucrania que desde hace ya dos años desarrolla Rusia preocupa. Escala en dureza y crueldad. Las acciones bélicas de Israel contra Hamás después que esa organización terrorista atacara a la población civil asentada en el sur del territorio israelí angustia. El incremento exponencial de los gastos europeos en defensa opera como un indicador apabullante. El regreso en muchos países del servicio militar obligatorio espanta.
Pese a ello, desde el 6 de junio último una y otra vez la palabra guerra se asocia con el recuerdo de Normandía; con el Día D; con el innegable autoritarismo genocida del nazismo. Algunos de los aliados en el 45 del siglo pasado no fueron a celebrar los 80 años de aquel desembarco cuando juntos enfrentaban a la Alemania de Adolf Hitler. El presidente ruso, Vladimir Putin, no fue invitado. El mandatario de Francia, Emmanuel Macron, en su condición de anfitrión, junto con el rey Carlos III de Gran Bretaña, Joe Biden, Justin Trudeau, Volodímir Zelenski, el príncipe Guillermo, futuro monarca inglés, y cientos de participantes evocan aquella gesta.
En ese contexto, el mandatario francés demandó “unidad” para enfrentar “a la tiranía”. A su tiempo, el señor Biden sostuvo que “la lucha entre dictadura y libertad es interminable”. Agregó que “en Europa vemos un claro ejemplo” y levantó su dedo acusatorio para señalar que “Ucrania ha sido invadida por un tirano empeñado en dominar”. El jefe de Estado norteamericano enfatizó como afirmación: “Sabemos que las fuerzas oscuras contra las que lucharon estos héroes hace 80 años nunca se desvanecen”.
ÉTICA
Seguramente algunos oyeron. Otros, escucharon. ¿Por qué no podemos recordar el futuro? No me animo a responder, aunque me atrevo a exigírselos porque en lo que dicen algunos de estos líderes globales creo encontrar una posible respuesta a semejante interrogante. Revisen lo hecho, lo que hacen y lo que imaginan que harán con mirada ética. Tengo la convicción de que es un camino posible. Me preocupa que no den muestras ni evidencias de que quieren hacer éticamente lo que viene. Preocupa que así sea.
El origen de ética se encuentra en el término griego ethos, que significa “carácter, comportamiento”. Allí creo que es preciso profundizar. No será sencillo que tengan el coraje de hacerlo. Olviden a Narciso y las conclusiones que tenía acerca de sí mismo después de mirarse horas y horas en las aguas de un estanque. Me permito respetuosamente decirles que si casi 80 años después de decirnos que construyeron la paz sobre 60 millones de muertos volvemos a estar nuevamente frente al abismo de la guerra, hacen mal el trabajo que los pueblos les encomendaron.
¿Fracasarán otra vez? ¿Ese será el lugar que quieren para ingresar en la historia? Edgar Morin sostiene que “solidaridad y responsabilidad” es “el origen de la ética”. En línea con ese pensamiento, propone “tomar conciencia” para comprender “la importancia fundamental de la solidaridad”, a la que caracteriza como “el sentimiento de la comunidad”, pero advierte que es necesario incorporar a ella “la responsabilidad” para “encontrar verdaderamente el camino” que evite estrellar nuevamente al planeta contra una nueva y vieja tragedia, como sucedió siempre.
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De Oppenheimer, Einstein, Francisco, Putin, Stoltenberg, la bomba, la guerra y la paz
¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la paz un líder religioso, aunque sea también un jefe de Estado? ¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la guerra un funcionario político y administrativo de una alianza militar?
- Por Ricardo Rivas
- Periodista X: @RtrivasRivas
- Fotos: Gentileza / AFP
En 1991 llegué a Berlín. Dieciocho meses antes había caído la medianera que partía en dos aquella ciudad. Los debates aturdían. ¿Para qué lado cayeron los escombros? ¿Desde qué lugar llegó el impulso final? Los relatos conspiranoicos se multiplicaban. El canciller Helmut Köll rápidamente decidió la reunificación de Alemania sin atender a quienes lo objetaban por razones económicas y financieras. La capital alemana todavía estaba en Bonn.
En el lugar donde desde agosto de 1961 estuvo emplazado “checkpoint charlie” entre 1945 y 1990, quienes parecían ser exsoldados del otrora poderosísimo Ejército Rojo, allí mismo vendían completas o en parte la indumentaria con la que se constituían sus uniformes. Capotes, botones, jinetas de grado. Todo estaba en venta.
Caminar por los pocos espacios libres en medio de cientos de visitantes que andaban por allí obligaba a la lentitud. La mayor demanda en aquel lejano mes de abril eran los ushanka (sombrero de piel con orejeras) grises con la estrella roja incrustada al frente de los que se despojaban quienes aseguraban ser militares desmovilizados y no tener para comer.
Algunos, unos pocos –muy pocos– también ofrecían uniformes norteamericanos, británicos y hasta algunos cascos franceses. Todo para mirar. Todo para ofrecer. Todo para comprar. Todo para llevar como recuerdos de una época que se significaba como el inicio del pacifismo real.
Parado exactamente debajo de las majestuosas Puertas de Brandeburgo los contrastes visuales eran intensos. A un lado las construcciones modélicas de una sociedad capitalista renana –sin exagerados lujos consumistas– pujante, en movimiento intenso y con colores vivos en todas partes. Al otro lado, enormes bloques con apartamentos pintados en la gama de los grises, con las calles casi vacías y las plazas públicas desiertas. El movimiento era escaso. Escenarios bien distintos, por cierto.
Estuve allí solo un par de días. Con un nutrido grupo de compañeros becarios con los que estudiábamos y nos formábamos sobre el proceso de reunificación viajamos unos 610 kilómetros hacia el sudeste para instalarnos en Koblenz (Coblenza), cortada al medio por el Rin en el punto exacto en que confluye con el Mosela, rodeada de viñedos.
BIPOLARIDAD EXTREMA
Corazón del estado federado de Renania-Palatinato, nos explicaron que esa belleza natural en tiempos de bipolaridad extrema era el espacio en donde –según las hipótesis de conflicto políticas y militares– podrían haber llegado cargados de muerte los misiles de corto alcance de las tropas del Pacto de Varsovia que nunca fueron (afortunadamente) disparados.
Allí supimos que miles de soldados alemanes en algunos casos subordinados a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), con motivo de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), fueron desmovilizados. No eran profesionales de ninguna otra especialidad que la de hacer la guerra.
En Koblenz se vivía en paz “después de casi 40 años de preocuparnos por ser el campo de batalla inmediato de una posible guerra nuclear”, nos dijeron grupos de residentes. En los hoteles en donde nos alojábamos también lo hacían militares que se formaban en la protección del medioambiente. El Estado alemán intentaba reciclarlos para reinsertarlos en la sociedad civil pacificada.
Regresar a Berlín fue diferente. Sabíamos mucho más sobre los efectos políticos y sociales del fin de la Segunda Guerra Mundial, sobre el devenir de la Guerra Fría y pensábamos en las posibilidades reales de la paz, que no imaginábamos ni veíamos con claridad.
Recuerdo que por esos días llegué hasta el punto medio del puente Glienicke, con el que se cruza el río Havel, para viajar desde Berlín hacia Postdam y allí detuve mi andar. En silencio miré hacia ambos lados de esa construcción a la que Steven Spielberg, cuando finalizaba 2015, llamó el Puente de los Espías. No había puestos de vigilancia ni reflectores. Tampoco alambres con púas, soldados soviéticos ni de la NATO armados hasta los dientes. Se circulaba sin limitaciones. Sin peligros.
Durante casi una hora caminé de regreso al punto de encuentro muy cercano al que fuera el búnker donde Adolf Hitler y su estado mayor se convencieron de la derrota y entraron en pánico por la llegada del Ejército ruso hasta el escondite del dictador genocida.
“DISUASIÓN”
En aquella caminata silenciosa creí comprender (e imaginé, como los habitantes de Koblenz) que los líderes de entonces planificaban y construían por y para la paz. Pensé que el modelo geopolítico de posguerra para disuadir y persuadir a partir de la exhibición obscena de los arsenales nucleares que las partes poseían para convencer al adversario de la inviabilidad de una guerra atómica que destruiría a la humanidad se había derrumbado para siempre. ¿Soñé demás cuando tenía 40 años? Tal vez, sí. ¿Se iniciaban los tiempos de la multipolaridad? Quizás.
Alguna vez Albert Einstein sostuvo que “el tiempo no puede definirse en términos absolutos” porque “es relativo” y, en consecuencia, “se estira y se encoge”. Mucho de lo que tiene que ver con Einstein llega desde la historia. Nació el 14 de marzo de 1879 en Alemania, desde donde partió cuando vislumbró que comenzaba la persecución de los judíos que devendría en exterminio. Pero, como él mismo lo probó y explicó, esos larguísimos 145 años que corren desde su nacimiento son poco relevantes.
“En nuestro lenguaje terrestre, una hora nuestra puede ser un siglo en otro planeta y viceversa (porque) no hay un tictac audible en todo el mundo”. Es palabra de Albert Einstein. Sin vueltas, el padre de la teoría de la relatividad general (1915) enseñó a quien quisiera aprenderlo que “el pasado, el presente y el futuro son solo una ilusión”.
Pero en el tránsito de esa ilusión con frecuencia está agazapada la tragedia. Categorizar así la temporalidad y hasta la propia ilusión es ilusorio. Para nada sorprendente que así se exprese un físico, si se quiere. La física –ciencia categorizada como “dura”– desde alguna perspectiva también puede presentarse ante la persona lega como sutil. Y hasta poética como para algunas personas lo es pensar en la infinitud, en el universo, en los misteriosos agujeros negros o en el big bang, por mencionar solo algunos ejemplos caprichosos.
ESPÍRITU POÉTICO
Al parecer, Einstein pensaba así. De hecho, en el fin de una tarde cualquiera cuando se iniciaban los años 70 en el siglo pasado, sentados en torno de una mesa de mármol del inmortal Café Tortoni en el 825 de la avenida Mayo de Buenos Aires, al parecer inaugurado no muy lejos de allí en el 1858, un viejo colega periodista cuyo nombre prefiero preservar –también escritor, guionista cinematográfico, dramaturgo– y viajero incorregible con el que supe compartir algunos años de vida y aprendizajes antes de llegar a mi treintena, sostuvo que “la física y las matemáticas se constituyen además con el espíritu poético que siempre encierran las investigaciones científicas”.
Recuerdo que su palabra –aunque en tono bajo– asemejaba una homilía. Sin que nadie pudiera comprobarlo fehacientemente, sostenía que aquella percepción, cuando estaba cerca de finalizar el mes de marzo en 1925, la había escuchado del mismísimo Albert Einstein. Desde su muy buena memoria, aquel viejo amigo y sabio colega dejó caer en el seno mismo de su acotado auditorio el detalle preciso de que el ingeniero Jorge Duclout, un académico francés radicado en la Argentina poco antes de que finalizara el siglo XIX, “fue quien invitó a Einstein para que visitara este país y quien lo recibió en el puerto junto con una multitud”.
Con un lento trago de coñac desató nuestra ansiedad por saber más. “Le encantaba al alemán (así categorizó al científico visitante) venir al Tortoni y sostener tertulias con otros académicos, siempre acompañado de Duclot”, agregó. Detalló luego con algo de nostalgia que él “era un pibe de apenas 18 años cuando el genio estuvo aquí”. Precisó que cuando el uruguayo Máximo Sáenz entrevistó al físico para (el diario) Crítica en una casona de Belgrano –mi pueblo natal en Buenos Aires, unos 1.160 kilómetros al sur de mi querida Asunción– “lo escuché sorprendido cuando reflexivamente vinculó la física con la poesía”.
Ninguno de los presentes se atrevió a responder ni confrontar aquellos recuerdos puestos en común. Esta noche de viernes emerge como diferente de muchas otras. De hecho, este encuentro parece haber trocado en una cofradía de devotos de la paz con el deseo –y la esperanza profunda– de impulsar y alcanzar el fin de todas las violencias.
Sentado en la vieja mecedora descorché un Pinot Noir Romanée-St-Vivant Marey - Monge del 1995. ¡Fiesta en los copones! Alguna vez, muchos años atrás, mientras recorría la campiña de la región de Côte de Nuits en Borgoña, cerca de Lyon y de la frontera con Suiza, me hice de tres botellas que celosamente mantuve en guarda hasta hoy. Brindamos por la vida. Un breve silencio nos envuelve después de hacerlo.
PERSONAJE
“¡Arrasó ‘Oppenheimer’!”, dijo DG con indisimulado orgullo. La veterana profesora con un Whatsapp aventuró que sería la producción más reconocida. “Enorme ganadora con siete Óscar”, añadió. “¡Qué personaje Oppenheimer. Inventar la bomba que destruyó Hiroshima y Nagasaki y pretender después exhortar al Gobierno norteamericano para que no la use o la use poco... ingenuo o inocente!”, expresó AF en tono de crítica.
Tanto Oppenheimer como Einstein, las dos producciones en las que convergen biografías y creaciones en algunos casos bien fundadas, dan cuenta además de climas epocales. De profundos debates sociales. De pugnas ideológicas. De batallas políticas y personales. De sospechas, sospechados y sospechosos. De amor y desamor. De la libertad y la falta de ella. De pobreza y riquezas. De autoritarios, autoritarismos, desempleos, derrumbes económicos, hambrunas, armamentismo, racismo. Nada queda afuera si a esas atrocidades les añadimos rearmes, expansionismos y los desafortunados resurgimientos de múltiples voluntades supremacistas y fundamentalismos cuyos líderes sustentan sobre falsos discursos religiosos.
El norte europeo sangra. El presidente Vlamidir Putin advierte amenazante a Europa y a la NATO. “Tienen que entender que nosotros también tenemos armas que pueden atacar objetivos en su territorio”; que disponemos de armamento “para golpear a los países occidentales” y hace referencia clara a la eventual utilización del arsenal nuclear ruso que dispone de sistemas “capaces de destruir a la civilización”. El miércoles último fue más allá sin metáforas ni eufemismos: “Rusia está dispuesta a utilizar armas nucleares si existe una amenaza”.
El papa Francisco semanas atrás hizo suyas las palabras de la encíclica Pacem in Terris (1963), en la que Juan XXIII, el pontífice de entonces, consignó que “la posesión de armas atómicas es inmoral” porque “no se excluye que un acontecimiento imprevisible ponga en marcha el aparato de la guerra”. ¿Qué es lo que no se entiende? ¿De esto mismo hablaba Oppenheimer cuando procuraba concienciar a los líderes norteamericanos sobre el peligro que supone disponer de la bomba que él mismo creó? Tal vez. Pero nada lo detuvo en el desarrollo de ese sistema de armas que incineró a quienes habitaban Hiroshima y Nagasaki “para terminar con la guerra”.
La utilización bélica de la Bomba H (como se la llamó popularmente por algunos años) que inventó le pesó por el resto de sus días. “Ahora me he convertido en muerte, el destructor de mundos”, pronunció alguna vez después de las masacres en Japón. La ganadora de siete Óscar relata que Robert Oppenheimer se opuso a un mayor desarrollo nuclear y, por esa intención fue acusado de comunista e investigado por ello. Genio y sospechoso de traición.
En 1963, pese a aquellas acusaciones más cercanas a los códigos de la vanidad de sus Salieris que a su ideología, Oppenheimer fue rehabilitado políticamente por el presidente Lyndon Johnson, quien en 1963 lo galardonó con el premio Enrico Fermi.
Por su parte, Einstein, según cuenta la producción de Netflix, al parecer también se arrepintió de haber enviado una carta al presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt el 2 de agosto de 1939 instándolo a prestar atención a los desarrollos nucleares de los científicos nazis para enriquecer el uranio. Tenía la convicción de haber acelerado el proceso de investigación y desarrollo que la historia conoce como Proyecto Manhattan. Einstein sentía culpa por “la bomba”.
LA GUERRA Y LA PAZ
Tal vez por ello el papa Francisco destaca por su fortaleza a quien en la guerra “tiene el valor de la bandera blanca y negociar” porque “negociar es una palabra valiente” y sostiene que “no (hay) que avergonzarse de negociar antes de que las cosas empeoren”. ¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la paz un líder religioso, aunque sea también un jefe de Estado?
“Ucrania necesita armas, no banderas blancas”, respondió casi de inmediato Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, quien agregó que “si queremos una solución pacífica duradera negociada, la forma de llegar a ella es proporcionar apoyo militar a Ucrania”. ¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la guerra un funcionario político y administrativo designado por un conjunto de 29 países convergentes en una alianza militar?
La madrugada del sábado comienza a clarear. Los silencios son varios y superpuestos. JT, historiador y académico, escuchó más de lo que habló. “Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba. Es palabra del griego Heródoto de Halicarnaso, al que muchos consideran como el padre de la historia occidental”, dijo con estudiado tono doctoral y su nariz casi apoyada sobre la pantalla del smartphone.
La presbicia no perdona después de los 50. “Cómo construir la paz es complejo, por cierto. Pero, si de arsenales nucleares se trata, me quedo con la respuesta de Einstein a Oppenheimer: ‘Ahora es tu turno de lidiar con las consecuencias de tu logro’”, dijo DG.
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¿Un polígono que se puede ensamblar al infinito?
Un jubilado británico de 64 años, aficionado a las matemáticas, ha sorprendido a los expertos en geometría con un descubrimiento inédito: un polígono que se puede ensamblar al infinito, sin recrear a su vez la misma forma a una escala mayor. Cualquier forma geométrica bidimensional, como por ejemplo un rombo, que se vaya ensamblando sobre una superficie plana, acabará formando a su vez un rombo mayor.
Pero esto no es lo que sucede con el denominado “sombrero” de 13 lados que se inventó David Smith en marzo pasado. Se trata de un “monotilo aperiódico”, es decir, de una forma única y que no genera un patrón repetitivo. En el jargón matemático, es un “einstein”, sin que esta palabra aluda al genio alemán que descubrió la teoría de la relatividad.
“Einstein” proviene del alemán “ein stein”: “una piedra”. Descubrir un “einstein” era un desafío en el mundo de la geometría desde hace 60 años. A medida que el descubrimiento ha ido ganando popularidad, los fans de este modesto jubilado de East Yorkshire, que trabajaba en una imprenta, han empezado a estampar el polígono en camisetas, o a cocinar galletas con esa forma.
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Ahora David Smith acaba de volver a demostrar su genio con una nueva “pedrada”: un nuevo polígono bautizado “espectro”. El único inconveniente del “sombrero” era que cada siete veces había que imprimirle un giro, para evitar la aparición de la misma forma.
Con el “espectro”, que Smith acaba de crear con la ayuda de tres matemáticos, no hace falta girar el monotilo. Es “una historia divertida y casi ridícula, maravillosa”, declaró a la AFP Craig Kaplan, profesor de informática de la universidad canadiense de Waterloo.
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Este nuevo “espectro” ya ha sido puesto a prueba mediante potentes programas informáticos. A la espera de la publicación de dos artículos científicos que demostrarían la efectividad de este monotilo, los expertos se declaran fascinados.
Ambas formas son “impresionantes”, en palabras de Doris Schattschneider, matemática de la universidad de Moravia (Pensilvania), mientras que el Premio Nobel de Física 2020, Roger Penrose, especialista en la materia, tiene previsto participar en un evento en Oxford en junio, para celebrar el acontecimiento.
Fuente: AFP.
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Manuscrito de Einstein vendido a precio récord de 11,6 millones de euros
Uno de los borradores manuscritos de la teoría de la relatividad general de Albert Einstein fue subastado este martes en 11,6 millones de euros (unos 13 millones de dólares) en París, constató la AFP. Anteriormente se habían pagado 2,8 millones de dólares en 2018 por una carta manuscrita del eminente científico, en la que teorizaba sobre Dios, y en 2017 se pagaron 1,56 milones de dólares por una carta en la que elucubraba sobre la felicidad.
El documento subastado este martes estaba evaluado entre 2 y 3 millones de euros. Contrariamente a las dos cartas precedentes, se trata de un valioso trabajo científico. “Se trata, sin duda alguna, del manuscrito de Einstein más preciado jamás puesto a subasta”, había señalado previamente la casa de remates Christie’s en un comunicado.
El documento es un manuscrito de 54 páginas redactado en 1913 y 1914, en Zúrich (Suiza) por el famoso físico alemán y su colaborador y confidente, Michele Besso. Es gracias a este ingeniero suizo, explicó Christie’s, que “el manuscrito ha llegado, casi milagrosamente, hasta nosotros: Einstein probablemente no se habría preocupado de conservar lo que podía parecerle como un documento de trabajo”.
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Tras su teoría de la relatividad especial, que le llevó a demostrar en 1905 la fórmula “E=mc²”, Einstein empezó a trabajar, en 1912, en una teoría de la relatividad general. Esta teoría de la gravitación, publicada finalmente en noviembre de 1915, revolucionó la comprensión del universo. Einstein murió en 1955 con 76 años y se convirtió en un símbolo del genio científico, así como en una figura pop, con la famosa foto de 1951 en la que sacaba la lengua.
A principios de 1913, tanto Einstein como Besso “empezaron a trabajar en uno de los problemas con los que la comunidad científica lleva décadas chocando: la anomalía de la órbita del planeta Mercurio”, recordó Christie’s. Ambos científicos resolvieron ese enigma.
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Pero no lo hicieron en los cálculos de ese manuscrito, que incluyen “varios errores que pasaron desapercibidos”. Cuando Einstein los detectó, dejó de preocuparse por el manuscrito, que quedó en manos de Michele Besso. “Los documentos manuscritos científicos de Einstein de ese periodo, y más generalmente, de antes de 1919, son extremadamente raros”, destacó la casa de remates.
“Como uno de los dos únicos manuscritos de trabajo que se conservan y que documentan la génesis de la teoría de la relatividad general, es un registro extraordinario del trabajo de Einstein y proporciona una fascinante visión de la mente del mayor científico del siglo XX”, agregó. El otro documento conocido de ese periodo crucial en la investigación del físico, llamado “cuaderno de Zúrich” (finales de 1912, principios de 1913) se encuentra en los archivos Einstein de la Universidad Hebraica de Jerusalén.
Fuente: AFP.