• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

En la primera semana de abril de 1982, Augusto Roa Bastos, el más universal de los paraguayos, ingresaba al país para inscribir en el Registro Civil a su hijo Francisco, de nueve meses. Venía en silencio. Casi en penumbras, apuntamos alguna vez, rehuyendo las estridencias de los reflectores que andan a la caza de estrellas y famosos. Pero llegaba precedido de una polémica generada a partir de su presencia en el Tercer Encuentro Internacional de Escritores que se había desarrollado en ciudad de México entre el 22 y 28 de febrero de ese mismo año.

La razón del escozor en algunos de sus colegas es que una agencia de noticias atribuyó al autor de “Yo el Supremo” que “la única literatura que existe (en Paraguay) es la folletería”. Decide enviar una “carta al director”, solicitando su descargo al periódico (el ya desaparecido Hoy, en su versión impresa), que reaccionó con fuertes críticas por aquella supuesta expresión. Ese mismo día (lunes 12 de abril), Abc Color publica una entrevista –casi biografía– con el título: “Desde hace unos días está en Asunción Augusto Roa Bastos”.

El mundo cultural explota, enviando, colateralmente, fuertes coletazos al régimen político de entonces. La del dictador Alfredo Stroessner. Ya no puede evitar la avalancha de periodistas –muchos de ellos amigos o amigas de él– y monopoliza todas las revistas que incorporan los diarios los fines de semana. Pero, sobre todo, una juventud expectante y ansiosa empieza a organizar encuentros en colegios, universidades y centros culturales. Siempre con la cautelosa presencia de los pyrague o espías del Departamento de Investigaciones que, cámara fotográfica y grabadora en manos, se mimetizaban en hombres de prensa.

La dictadura registraba todas sus actividades buscando un pretexto para adoptar alguna medida represiva: o apresarlo o expulsarlo. Sin embargo, Roa, sereno y sobrio, solo hablaba de lo que más le gusta: una literatura que hunde sus raíces en el infortunio y la tragedia de nuestro pueblo. Nada que apuntara directa y explícitamente al corazón de la dictadura. Entonces, la Embajada de Estados Unidos en Asunción le proveyó los argumentos para fundamentar su segundo exilio (el de Roa). Y la tarde del 30 de abril de 1982, un auto se detiene frente a la casa de su hermana donde estaba residiendo, y sin tiempo para juntar siquiera sus pertenencias, es alzado en el vehículo y tirado al otro lado del río, más precisamente, en Clorinda. En ese trayecto recordaría posteriormente el escritor, “nunca la parquedad paraguaya rayó más alto y al mismo tiempo llena de ‘suspense’”.

El 2 mayo, quien ejercía en aquella época el cargo de ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, declaró escuetamente que “fue expulsado por sus ideas bolcheviques, ultramoscovitas, y por intentar adoctrinar a la juventud del país con dichas ideologías”. El subsecretario de Informaciones y Cultura de la Presidencia de la República, Aníbal Fernández, fue el que se extendió sobre las causas de la expulsión: “Nosotros tenemos que salvaguardar la paz de la Nación, porque sabemos que esos que ahora miran con simpatía al marxismo serán los que golpearán sus cabezas contra el muro de los lamentos si por desgracia alguna vez deben vivir bajo el yugo de ese régimen”. Y remata: “Roa Bastos es un comunista peligroso en la línea de Oscar Creydt”.

Y para demostrar que Roa Bastos era “comunista” alegaron que había viajado a Cuba, en la década de los 60. Tal versión es desmentida por el mismo escritor y en el mismo diario Hoy. Édgar L. Ynsfrán, antecesor de Montanaro, corrobora la defensa de Roa en una carta personal que es publicaba por el semanario católico Sendero, en la cual el firmante asegura que “en el período de 1956-1966, jamás apareciste como afiliado al Partido Comunista Paraguayo; hasta mi retiro del Ministerio del Interior en 1966, no se tenía viaje alguno que hubieras hecho a Cuba”. El encargado de refutar a Ynsfrán fue el subsecretario de dicha cartera de Estado, doctor Miguel Ángel Bestard. Y lo hace exhibiendo (aquí entra la mano del imperio) “una fotocopia correspondiente a una de las hojas de un documento expedido por la Embajada de los Estados Unidos de América, en la cual consta que Augusto Roa Bastos viajó a Cuba en los años 1964 y 1968 y otra fotocopia del periódico Unidad Paraguaya, órgano del Comité Central del Partido Comunista Paraguayo, donde se publica un artículo relativo a Roa Bastos”.

Como corresponde, Roa Bastos reclama una explicación a la representación diplomática de los Estados Unidos en nuestro país sobre el documento que tenía la inscripción “Secret”. La directora de la Agencia de Comunicación Internacional de la Embajada norteamericana, Donna Oglesby, se limitó a responder: “No hay comentarios que hacer”. La rectificación solicitada por nuestro escritor jamás llegó. El embajador de entonces, Arthur H. Davis, por su lado, declaró que nada tenía que agregar “al informe de Donna Oglesby”. De nuestra parte, solo nos queda repetir la misma respuesta en cuanto a la grosera y sistemática injerencia del país del Norte en cualquier parte del mundo: “Sin comentarios”. Buen provecho.

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