• POR PEPA KOSTIANOVSKY

Ya podemos contar en horas el tiempo que falta para ver jurar ante la Constitución y el pueblo a los nuevos presidente y vicepresidente de la República.

Cuando el sol del martes 15 de agosto empiece a calentar la mañana, la ceremonia de la asunción de mando de Santiago Peña captará la atención de tanto quienes asistan al acto como de los que cómo­damente y mate en mano se dispongan a mirar por televisión la ceremonia protocolar por la cual se dará inicio a lo que nos pro­metieron, un nuevo, atinado y eficaz modelo de gestión política.

Muchos con ilusión y seguramente también muchos sin espe­ranza. No son pocos los que descreen de la palabra de los polí­ticos, de algún o de cualquier tinte, y dan por sentado que ya no nacen en este castigado planeta seres con mayor empatía que ambición. Y que esta arena está destinada meramente a los que pretenden ser los administradores del Poder y la Riqueza de todos para pasarlas a sus faltriqueras.

No podemos considerarlos pesimistas ni charlatanes de feria. Mucho antecedente trae la historia, desde sus más confiables regis­tros, de esta penosa vocación de los humanos por la codicia. Y aun­que hasta se haya intentado erradicarla, incluso con la amenaza a despertar la ira de los dioses, sigue siendo tan contundente la ten­tación, que de pocos podemos decir que cuando abandonaron sus tronos, curules, sillas o monturas, de buena o mala manera, lo hayan hecho sin llevarse algunas monedas que no eran suyas.

Dicen que Carlos V de España, que como bien sabemos también era Carlos I de Alemania (o al revés), acumulaba tanto poder y riqueza que ni siquiera se molestaba en exhibirla. Relata el poeta que era un rey tan sobrio y austero que iba por allí en una modesta litera de campaña.

“Unas sillas nomás de duro cuero,

sobre unas parihuelas de madera,

por toldo un negro lienzo a la manera

del más pobre y humilde carretero”.

Lo que no quiere decir que aquel dueño del mundo no tuviera sus arcas cargadas de oros y maravedíes.

Pero volviendo al caso que hoy a los paraguayos nos ocupa y que por primera vez tendrá la particularidad de no usar el tradicional Chevrolet descapotable que usaba Stroessner y siguieron usando (ridículamente, por cierto) quienes lo sucedieron en el poder.

Y no sabemos si el presidente Santiago Peña lo ha descartado pre­cisamente por eso, o porque se da la pintoresca situación de que ese Chevrolet es propiedad de la familia Abdo Benítez, que cordialmente la prestaba para las subsiguientes ceremonias de asunción al mando.

Dicen que Santi Peña usará un auto nuevo. Por lo tanto aquí, Santi, Alliana, ministros, legisladores, amigos, invitados y parientes, acicalados y compuestos, con los pies doloridos y el cuerpo que­jumbroso de andar de cena con los visitantes, madrugón para el acto en el Congreso, juramento en la explanada, solemne Tedeum, almuerzo con los jefes de Estado, fiesta patronal en la Costanera y correspondientes despedidas.

Mientras, el desastroso Marito podrá tranquilamente, una vez que trasfiera la banda, irse a su casa, cargar en el Chevrolet de marras a la patrona, unos cuantos hijos y nietos, una canasta con vituallas y una conservadora e irse despreocupadamente a pasar el día en San Bernardino, en bermuda y zapatillas, comer un asadito, dormir una siesta, ver una película por Netflix, e incluso quedarse a dor­mir por ahí si le dan las ganas sin el menor apuro por volver. Total el miércoles… no tiene nada importante que hacer.

Etiquetas: #suyo

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