- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- capuchino.
Muchas son las partes del evangelio de este fin de semana que nos ayudan a reflexionar sobre nuestra vida cristiana, y creo que la frase “Yo soy el camino, la verdad y la vida” puede ser muy oportuna para nuestra reflexión.
Jesús nos dice “Yo soy el camino”.
Desde el principio la Biblia nos habla que delante de nosotros están abiertos dos caminos: el de la vida (con todo lo que esta palabra significa: bien, crecimiento, amor, verdad, justicia, fraternidad, paz...) y el camino de la muerte (también con todos sus significados: mal, ruina, odio, mentira, exploración, egoísmo, guerra...). Depende de nosotros: si elegimos el camino de la vida, viviremos; pero si elegimos aquel de la muerte, pereceremos. No existen caminos intermedios. No podemos dar algunos pasos hacia la vida y otros hacia la muerte, no podemos avanzar en los dos. Ellos no son paralelos, son opuestos. Por otro lado no es posible estar quieto. O yo camino hacia el bien, esforzándome para dar cada paso, o soy trajinado, llevado hacia el mal.
Es por eso que Jesús se propone como el camino para nuestras vidas, y nos desafía a empezar este itinerario. Él se dispone a ayudarnos, a ser fuerza en nuestro caminar, así como también la comunidad cristiana, la Iglesia, que otra cosa no desea que ayudarnos a caminar hacia la vida.
Jesús nos dice “Yo soy la verdad.”
Y esta palabra para muchos ya suena un poco extraña. Estamos todos inmersos en una fuerte ideología de que la verdad no existe. Es el famoso relativismo. Todo es relativo. Todo depende de la situación, de la historia, de las opiniones. Se dice que cada uno tiene el derecho de tener su verdad. Lo importante es que se sienta bien y feliz. Pero esta ideología es autodestructiva y conduce a la muerte. Mascarada con la tolerancia estamos criando un imperio del mal, donde el diálogo es siempre más difícil, donde los valores van perdiendo el sentido y se tornan ridículos, donde reina el principio del “quien puede más, llora menos”. Sin referencia a una verdad que está más allá de nuestros criterios mezquinos, estamos generando un mundo donde la convivencia es cada vez más difícil, pues nadie renuncia a su punto de vista, no se hace el mínimo esfuerzo para comprender las razones del otro, o lo que es realmente el justo.
Es en esta situación que se hace urgente proclamar que la verdad existe, y ella se llama: Jesús. Nosotros no somos el criterio último de las cosas. No somos llamados a inventar la verdad que conviene a cada uno. Al contrario, somos llamados a convertirnos a la verdad, a conocerla, a aceptarla y a practicarla aunque nos traiga alguna dificultad y exija alguna renuncia.
Es urgente conocer al Señor, y en él descubrir la verdad. Es solamente la verdad que nos puede hacer libres, dejándonos inmunes a las manipulaciones de los promotores de la cultura de la muerte.
Jesús nos dice: “Yo soy la vida”.
Como ya vimos arriba estas tres cosas: camino, verdad y vida, están muy conexas entre sí. Una llama a la otra. Para el mundo de las ilusiones, vivir es aprovechar la “vida”. Es tener muchos bienes, sin importar si son de origen lícito o no. Es buscar todos los placeres sin pensar en responsabilidades, o mejor, evitándolas. Es creer que lo único importante soy yo mismo, mi proyecto, mi carrera, mi felicidad. Pero, bien sabemos que no existe vida fuera de Dios.
Estos que se gozan de la vida mundana, sin frenos y sin Dios, de verdad, están vivos solo en las apariencias. En general, son personas vacías y superficiales. Su felicidad, muchas veces, no pasa de una máscara, de un maquillaje.
Quien verdaderamente quiere vivir, necesariamente deberá acercarse a Cristo, única fuente auténtica de vida...
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.