• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Durante la dictadura de Alfredo Stroessner las encuestas serían una obviedad que ni siquiera precisarían verificarse con el resultado de las elecciones. Por tanto, nadie perdía el tiempo en consultar sobre preferencias o evaluar posibles escenarios. Además, podría considerarse una actividad muy peligrosa. Casi subversiva. La entonces Junta Electoral Central (JEC), sin más tecnología que el teléfono fijo, transmitía más rápidamente el conteo de votos que el actual Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE). Se sospechaba, y con razón, que los funcionarios encargados de estos menesteres eran proveídos de los datos bien temprano, por lo que solo aguardaban el cierre de los locales donde se cumplía la obligación del sufragio por simple protocolo. Los suplementos especiales únicamente esperaban la orden de impresión con abundantes avisos de salutación al vencedor. Como la publicación del lunes 7 de febrero de 1983, de Alberto Lares Producciones. A las 21:36 de aquel domingo 6 de febrero, el titular de la Asociación Nacional Republicana (ANR), Juan Ramón Chaves, anunciaba la victoria del “único líder” por un “porcentaje superior al 90%”. Ya oficializados los guarismos, Alfredo Stroessner obtenía 944.937 votos; Enzo Doldán, del Partido Liberal Radical (PLR), 59.094, y Fulvio Hugo Celauro, del Partido Liberal (PL), 34.010. Si hay que ganar, mejor que sea por goleada.

Ese año, el dictador había superado los números registrados un lustro atrás, ya que tan solo había conseguido un 86%. Ante las denuncias de fraude –en los escasos medios que se animaban a reproducirlas– de la “oposición irregular y abstencionista”, como los partidos Liberal Radical Auténtico (PLRA), Demócrata Cristiano (PDC) y Revolucionario Febrerista (PRF), aparecía la réplica del secretario privado del régimen, Mario Abdo Benítez, padre del actual presidente de la República: “Esta es una muestra más de la democracia que rige en el país y, sobre todo, en que el pueblo es quien elige con su concurrencia a sus gobernantes. Es la respuesta más clara a quienes critican nuestro sistema de gobierno”. Durante la crisis de las masivas movilizaciones de 1986, el propio déspota, para ilustrarnos de cómo funcionaba la democracia en nuestro país, afirmaba que “nosotros no necesitamos hacer trampa, si hasta le regalamos votos a la oposición”. Y, quizás, haya sido así, porque cinco años después, la “popularidad” del sátrapa descendió al 89,07%. Aunque aquel día de los enamorados (14 de febrero de 1988) superó la raya del millón de votos. Ya con el poder prácticamente absorbido por los “militantes-combatientes-estronistas” y el “Cuatrinomio de Oro” conformado por el citado Abdo Benítez, Sabino Augusto Montanaro, J. Eugenio Jacquet y Adán Godoy Giménez, el general Stroessner obtuvo 1.187.738 votos. A Luis María Vega, del PLR, le obsequiaron la generosa cifra de 96.231 votos y a Carlos Ferreira Ybarra, del PL, 42.056. Un año después, el 2 y 3 de febrero de 1989, este perfecto sistema electoral que prescindía de las encuestas fue destruido a cañonazos. Y empezaba un nuevo proceso.

El año de 1991 dejó varias marcas en nuestra historia. Por primera vez los intendentes iban a elegirse por el mecanismo del voto directo. Las encuestas políticas empezaban a inaugurarse en nuestro medio. José Nicolás “Pepito” Morínigo, Enrique “Taka” Chase y Francisco Capli se disputaban las porciones de las conflictivas tortas. El primero de ellos le daba ganador a Carlos Filizzola, del Movimiento Ciudadano Asunción para Todos. La dirigencia colorada –algunos jóvenes, entonces, viejos mañeros hoy– apostaba por la estructura invencible del partido sin importar quién fuera el candidato (Juan Manuel Morales, ya fallecido). El PLRA presentó a su mejor figura: el doctor Juan Félix “Pon” Bogado Gondra. Dos históricos representantes de los también históricos partidos aseguraban que Filizzola no tenía ninguna chance de ganar. De ocurrir esa “desgracia”, uno prometió dejarse de la política, y el otro, que se iba a tragar –literalmente– las encuestas. Naturalmente, ni hubo jubilación anticipada ni degustación de papel impreso. Fue, además, el punto de partida de unas intensas disputas preelectorales que tenían como escenario la fija de acertar el primer premio, con un margen de error (+-), o intervalo de confianza, que va en directa relación con la cantidad de muestras tomadas dentro de un universo de análisis. Cuando la diferencia no es mucha, se produce el famoso empate técnico. Se inauguró, por tanto, el tiempo de las encuestas a la carta.

Las fallas en las encuestas suelen tener varios orígenes: incompetencia técnica, procedimientos errados, improvisados recolectores de datos o deliberada mala fe para tratar de instalar o posicionar una candidatura. De todas maneras, solo se mide la intención de los eventuales electores. La cristalización en votos de esas intenciones implica otras estrategias. En lo que respecta a las internas simultáneas que tendrán lugar el próximo 18 de diciembre, todas las encuestas realizadas hasta la fecha, dentro del Partido Colorado, dan ganador a Santiago Peña. Hasta que el oficialismo decidió contratar los servicios de la consultora argentina Vox Populi, dirigida por Luis Castelli, politólogo de Ushuaia (no confundir con otros del mismo nombre), para decirnos que aquí todo se hizo mal. Según este experto, el pasado 27 de setiembre el precandidato gubernamental Arnoldo Wiens ya estaba a menos de diez puntos de distancia, y un mes después, el 27 de octubre, la diferencia se redujo a seis. Siguiendo el hilo de su lógica, suponemos que para el 27 de noviembre, o quizás, antes, ya habrá, como mínimo, empate técnico. Ni los medios amigos del poder se animaron a tanto. En un país donde enterramos teorías viene este nuevo mesías a iluminarnos sobre lo que nosotros ya habíamos inventado: cómo joderle al prójimo. Pero él se irá con el dinero, ni siquiera lo gastará en el país, y quienes lo contrataron se quedarán con los espejitos. Hay gente dispuesta a pagar para que la engañen. Por lo menos, sin sonar xenófobo, que sean locales. Buen provecho.

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