EL PODER DE LA CONCIENCIA

Cuando hablamos de la mitología griega es natural que recordemos en primer lugar al gran Zeus como el dios omnipotente que reinaba desde el Olimpo, acompañado por la hermosa Afrodita (confundida a veces con la versión romana Venus), el dios de la guerra Ares (Marte), el señor de los mares Poseidón (Neptuno, no Aquaman y menos Thor, el nórdico hijo de Odín), entre otros. Pero sumergiéndonos más profundamente en el tiempo descubrimos que antes de la aparición de estas deidades otra raza habitaba el universo. Eran los Titanes.

Prometeo (hijo de Japeto) era un titán muy astuto que no temía a los dioses, al punto que ridiculizaba al mismísimo Zeus. Pero la gota que colmó la paciencia del dios supremo no fue la actitud irrespetuosa de este inmortal, sino que robase el fuego del Olimpo para regalárselo a los hombres, de manera que les sirviera a estos como inicio del desarrollo de su civilización, tanto material como espiritual.

Varias son las interpretaciones de la furia de Zeus y de cómo castigó al benefactor de los hombres, pero resumiendo: fue encadenado a una roca a la que cada día llegaba un águila para comerle el hígado sin que el pobre Prometeo pudiera defenderse, en una agonía eterna. Como era inmortal, cada noche su órgano se regeneraba y el castigo se repetía por siempre... hasta que por ese lugar pasó Heracles (el famoso Hércules) y liberó al penitente. Tal acto de misericordia, lejos de acrecentar la ira del “jefe”, complació a Zeus, puesto que el gesto elevaba aún más la fama de su amado hijo (sí, Heracles o Hércules era el vástago de esta “enamoradiza” divinidad).

Esta historia mitológica es tan antigua que a veces se pierde en la memoria y el tiempo o se la confunde con otras narrativas, algunas importadas nada menos que de Oriente, donde surgieron personajes mágicos como Aladino o Alí Babá.

Existe un universo paralelo de este mito en el que Prometeo no es un titán sino un país llamado Paraguay, que también se encuentra encadenado, pero a la mediterraneidad de Sudamérica. Y como en la mitología griega, como un castigo divino hasta ese lugar se acerca volando un ave desde el cielo (de la democracia). Pero esta vez no es un águila, sino un asqueroso cuervo que mágicamente llega acompañado por los 40 ladrones de Alí Babá (tal vez por la influencia oriental).

Y cada día devoran el hígado del país. Mientras que unos hacen negociados con la limpieza, otros planean hacer préstamos para endeudar más a Prometeo. Y como son muchos, algunos asfaltan rutas en lugar de salvar vidas; otros hacen negociaciones secretas para vender bienes ajenos que administran; otros rebajan precios a los extranjeros, pero son implacables con los locales; otros exportan grandes volúmenes de cocaína, pero antes desmantelan posibles agencias de control; otros pretenden hacerse con la jubilación de los aportantes y dejarlos en la calle; otros roban la salud y la vida de millones; otros... cada día la agonía se repite y cada noche el hígado mágicamente se regenera. Como si el país tuviera recursos inagotables.

Con infinita angurria, el negro cuervo que se cree águila bate sus alas y desgarra sin piedad. Siente que tiene el derecho divino otorgado por sus ancestros y ratificado con engaño en las urnas. Es hábil, mentiroso, traidor, es un ave de carroña con ínfulas de rapiña, vil y cobarde.

A pesar de su visión privilegiada, no ve o no le importa el dolor que causa cuando manda despedir a funcionarios que tienen ética y moral, cuando deja a las familias sin el pan ni la esperanza, cuando trafica influencia para comprar impunidad, cuando promete espejitos, cuando las madres y viudas lloran en silencio la cosecha de los sicarios, pronunciando su nombre con los dientes apretados.

Por estas fechas esta nefasta ave de muerte vuela nerviosa, otea hacia el horizonte y su agudo olfato le advierte que Heracles se acerca. Su instinto le anuncia que la llegada es inminente y no quiere soltar su presa.

Según la historia original, Heracles o Hércules le dispara una flecha al águila y rompe las cadenas del prisionero, en la versión actual la saeta se incrusta en las urnas y rompe la maldición de años. En ambos finales, Zeus se muestra complacido porque Prometeo-país queda libre y el mundo vuelve a sonreír sin el sanguinario águila-cuervo.

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