Estamos ya celebrando el VI Domingo de Pascua, y Jesús empieza a preparar a sus discípulos para su partida. Él ya reveló el plan de Dios, su misericordia y su gracia. Ya apareció resucitado a sus discípulos, manifestando su victoria sobre el mal. Su misión está concluyendo. Ahora son sus discípulos los que deben portar adelante el mensaje evangélico, haciendo llegar a todas partes la realidad de la salvación y de la vida renovada.

Pero, ¿cómo es posible que estos discípulos, tan miedosos, frágiles e inconstantes puedan llevar adelante la obra de Jesús? ¿Cómo puede Jesús confiar en ellos, si Él conoce todas sus limitaciones? La respuesta es simple: Jesús está confiando no en sus fuerzas, pero sí, en la docilidad que ellos deben tener a la fuerza de Dios: el Espíritu Santo.

Después de estos tres años de convivencia, después de todo lo que ellos vivieron juntos y, principalmente, después de reconocer que aquel Jesús que fue muerto por la maldad, la envidia, el egoísmo, las ganas de poder..., Dios lo había resucitado, entonces ellos ya habían aprendido la difícil lección: para servir a Dios basta abandonarse. Para Dios nos es importante que tengamos todos los valores, todas las cualidades, o que seamos superdotados, para Él lo importante es que sepamos dejarlo actuar.

Talvez esto sea una cosa muy difícil para nosotros. Desde el inicio del mundo buscamos ser independientes y autosuficientes. Queremos construir nosotros mismos nuestra felicidad. Nos creemos ser los más inteligentes de todos, y pensamos que solamente haciendo nuestras propias elecciones podremos realizarnos. Por eso es realmente muy difícil dejarse conducir por Dios. Permitir que Él agarre el timón de nuestras vidas, exige mucha madurez y también exige ser muy dueños de nosotros mismos. Jesús tiene la esperanza que ahora los apóstoles están listos para vivir esta nueva fase de sus vidas. Es por eso que les anuncia el don del Espíritu Santo.

Nuestro gran problema es que en general no queremos conocer la voluntad de Dios. No estamos convencidos de su amor para con nosotros, y por eso tenemos miedo de las cosas que Él pueda querer de nuestras vidas. En general hacemos nuestros planes según nuestros deseos a veces muy mezquinos, y entonces rezamos y rezamos para que Dios los asuma, los bendiga y haga todo correr bien. ¡¡¡Pero esto aún no es cristianismo!!! Aunque rezásemos mucho, si nuestras oraciones son para convencer a Dios de que haga lo que nosotros queremos, no pasamos de paganos disfrazados de cristianos.

Ser cristiano es nacer de nuevo, esto es, recibir de nuevo el soplo de la vida: el Espíritu Santo. Permitir que Él nos enseñe todas las cosas. Dejar que Él nos recuerde a cada instante, y ante cada situación las palabras de Jesús, que serán, sin dudas, luz para nuestros pasos. Pero es muy importante tener presente que esto no sirve solamente para los consagrados, los sacerdotes.... es para todos. Para todos los bautizados, en la familia, en el trabajo, en la recreación...

Que el Señor nos dé la gracia de estar tan convencidos de su amor, como estaban los apóstoles después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, para que como ellos podamos abrirnos sin resistencias ni miedos a la acción del Espíritu Santo.

Seremos nosotros también piedras vivas de la Iglesia de Cristo.

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.


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