- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
La ruleta rusa se apoderó del Norte. Con reglas cambiadas por quienes verdaderamente dominan la región. Facinerosos de diferentes pelajes. Las víctimas son obligadas a jugar. Armas con tambor lleno. Sin ninguna chance para librarse de la muerte. Algunos no llegaron a percutir a cambio de millones. Otros pagaron, pero tiempo después fueron igualmente asesinados. Nadie está a salvo. Cualquiera puede ser el siguiente objetivo. La sociedad pareciera que ya no se conmueve por las macabras imágenes que nos llegan de la región. En la siguiente página hay cosas más entretenidas. Algunos medios relegaron la información en un renglón escondido de sus primeras planas. Tienen su propia agenda. ¿Qué puede ser más importante que el asesinato a sangre fría de tres personas en manos de una banda de forajidos? ¿Hemos normalizado la barbarie? Mientras no nos toca de cerca, el problema siempre es del otro. Ni como ecos lejanos se escuchan las voces firmes e intransigentes exigiendo resultados al Gobierno. Un Gobierno que no puede sacudirse del peso de su propia improvisación. Eso sí, con una intacta terquedad para mantener las piezas que no funcionan. Piezas defectuosas por la ineficiencia. Piezas herrumbradas por la corrupción. Pero piezas amigas del Poder Ejecutivo. Y de algunos políticos y periodistas.
Esta metáfora de la ruleta rusa supera los guiones de películas sobre sádicos criminales. Con una actitud que confirma la indescifrable naturaleza del ser humano: la impotencia y la rabia demostradas como espectadores de la ficción no se manifiestan ante una dramática realidad. Y en ese territorio de la indiferencia los organismos de seguridad interna hasta tienen tiempo para montar un fraude sobre el “abatimiento de cuatro integrantes de la Agrupación Campesina Armada-Ejército del Pueblo”. En realidad, fueron ejecutados por narcotraficantes o grupos guerrilleros similares que aterrorizan al Norte. Hasta ahora se desconoce la fuente que filtró la verdadera información. El vocero de la Fuerza de Tarea Conjunta –suponemos que mediante datos proporcionados por integrantes de este cuerpo que pretende ser de élite– aseguró, en un primer momento, que a raíz de un trabajo de inteligencia en el Parque Nacional Paso Bravo “la FTC infiltró en ese sector a varios elementos especiales (…) Uno de ellos recibió disparos del grupo criminal, por lo que tuvieron que responder de la misma manera”. Cuando dice “grupo criminal” no especificó si fueron los muertos, ya muertos, o los narcos quienes iniciaron el ataque.
Aunque ya nadie se asombre, nuestro asombro no debería tener límites. Especialmente el fiscal del caso, quien –o es fácilmente manipulable para creer mentiras o no tiene interés en dilucidar este montaje– afirmó desconocer si el Comando de Operaciones de Defensa Interna (CODI) o la FTC se atribuyeron el enfrentamiento. El agente del Ministerio Público ni siquiera necesita esforzarse mucho. Solo tiene que leer o escuchar las declaraciones de los responsables del operativo. Un simple análisis de texto o de audio le bastará para distinguir entre lo que realmente pasó y lo que pretendieron vender al público. Y si no sabe hacerlo o no tiene tiempo, que contrate un experto, así como solemos ver en las películas.
Horas después, mientras los medios de comunicación desnudaban esta burda maniobra, un colono menonita y dos trabajadores del campo son secuestrados y asesinados de manera cruel. El desconcierto es la única brújula de las autoridades. Ni siquiera tienen indicios de los secuestrados que siguen en poder del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). El sistema de inteligencia solo es perfecto en su fracaso. Tanto es así que los miembros de las fuerzas de seguridad continúan siendo emboscados sin posibilidad de responder al fuego de los agresores.
Me incluyo entre quienes suelen definir a esas zonas como “tierra de nadie”. Error. Es tierra parcelada y dominada por criminales. Donde el Estado está ausente a pesar de la presencia de la fuerza conjunta. Una paradoja común en el país de las contradicciones. Durante el secuestro del actual senador por Patria Querida, Fidel Zavala, el entonces ministro del Interior, Rafael Filizzola, explicaba que la seguridad se regía por una trilogía de hierro: una política, una estrategia y un comandante en Jefe. Ninguno de esos componentes teníamos entonces. Ninguno tenemos ahora. Solo no lo ven los apologistas de un gobierno que no tiene quien gobierne. Con un comandante en Jefe abatido por su incompetencia.
La Fuerza de Tarea Conjunta debe seguir en la zona. Pero radicalmente reestructurada, con una estrategia concreta y con profesionales que sepan interpretarla. Y, sobre todo, ejecutarla. Con tecnología adquirida de los países expertos en combatir extremistas. “En una democracia constitucional –escribe el profesor Mario Ramos Reyes– la violencia de grupos nunca es legítima (…) Hoy se confunde todo y algunos medios, en su ignorancia, contribuyen”. Nos remonta al experimentum crucis al que aludía Bobbio para diferenciar el ordenamiento jurídico de la intimidación del bandido, como ya dijéramos alguna vez en alguna parte. Con las pruebas a la vista es una obviedad afirmar que el Gobierno está sucumbiendo ante “una banda de pillos y su mandato imperativo: o la bolsa o la vida”. Y en algunas circunstancias ni entregando la bolsa se asegura la vida. Buen provecho.