DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin.
  • Columnista

Pedro Juan Caballero es un campo de guerra. Allí los narcos luchan contra los narcos por el territorio de la cocaína y el tráfico de armas. Son los nuevos tiempos, en los que el cambio del verde al blanco acelera los negocios en ese vertiginoso aumento desproporcionado de la riqueza.

Pedro Juan Caballero, al igual que su ciudad gemela Ponta Porá, en el estado brasileño de Mato Grosso del Sur, se convirtió en una de las zonas más preciadas por el narco.

Dicen los investigadores que es la principal ruta de entrada de la cocaína boliviana y la marihuana a la región del sudeste de Brasil. Desde aquí la droga se distribuye por el país en aviones y camiones y también se exporta a Europa a través de los puertos de Santos, en San Pablo, y Paranaguá, en el estado de Paraná.

Allí, en ese territorio sin gobierno ni ley, reina la mafia en una constante disputa por el poder. En las calles, en las casas, en las cárceles… nadie está a salvo en ningún lado.

Es el campo de batalla de una guerra que extiende sus raíces mucho más allá de las fronteras. El negocio se lo disputan narcopolíticos, el Primer Comando Capital o el Comando Vermelho, entre otros.

Es verdad que la droga tiene como destino Brasil, Europa o cualquier lugar del mundo donde pueda llegar, aunque la explotación, los asesinatos y el miedo quedan en Paraguay. Lo vemos todos los días en la televisión.

Pero Pedro Juan es solo el campo de esta guerra en la que cada tanto se libra alguna que otra batalla en la capital. Cada vez con más frecuencia.

Este nuevo capítulo volvió a escribirse de forma brutal con sangre en estos días.

En menos de dos semanas se produjeron al menos once asesinatos, que empezaron antes de la masacre la madrugada del sábado 9 de octubre.

Cuatro jóvenes que salían de una discoteca fueron asesinados de una forma terrible, que solo vemos en las películas de mafiosos. Hoy la realidad supera a la ficción.

Carolina Acevedo Yunis, hija del gobernador de Amambay, Ronald Acevedo; Kaline Reinoso de Oliveira; Rhannye Jamilly Borges de Oliveira y Osmar Vicente Álvarez Grance, alias Bebeto, fueron sorprendidos por sicarios que dispararon más de 100 balas.

A ellos siguió el asesinato del policía Hugo Ronaldo Costa cuando regresaba a su casa. No se llevaron ninguna de las pertenencias del agente, pero junto al vehículo se encontró una nota en portugués que decía: “Dejen de oprimir a la población que está dentro porque iremos por ustedes, como ya hemos ido por sus compañeros”.

Aún no se enfriaba el cadáver cuando mataron a Derlis David Sánchez, supuesto cómplice del sangriento cuádruple atentado. Dicen que la mafia no deja cabos sueltos.

En la cintura del hombre asesinado todos pudieron tomar imágenes de una nota que en portugués decía: “Maté a tres mujeres inocentes, que quede como ejemplo en Pedro Juan Caballero”.

Pero a estas se suman ya más de 100 muertos en lo que va de año en la frontera. Y casi todas están relacionadas al Primer Comando Capital (PCC), el mayor grupo criminal de Sudamérica, que hace años dejó de ser un problema exclusivo de Brasil.

Las drogas mueven montañas de dinero, un negocio que nos está consumiendo, que genera falsas expectativas con jóvenes fascinados por el lujo que se convirtieron en una generación desechable marcada por la tragedia y la muerte.

Un negocio al que no lo detienen las leyes ni las buenas intenciones, pese a que te puede llevar a la cárcel o a la tumba. Y aquí toma sentido el refrán del narco de todos los narcos, Pablo Escobar: “Plata o plomo”. Una advertencia que ya sabemos cómo termina.

Así, los buenos no son más buenos que los malos, estamos estancados en una cadena repetitiva que solo nos ahoga en la desesperanza, como una irónica droga que nos mata de a poco.

Pero esa es otra historia.

Etiquetas: #Plata#plomo

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