• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Las batallas electorales, con un lenguaje de destrucción masiva, no pueden ser analizadas desde la simpleza de los deseos particulares. Al ser estas disputas continuas, periódicas, las sentencias nunca serán definitivas. Cada caso implica un nuevo comportamiento colectivo. Cuando los criterios evaluativos están contaminados por el odio o la pasión, las conclusiones pierden su perspectiva de rigurosidad. Tanto para los partidarios de los que quieren permanecer en el gobierno como para los que quieren ascender hasta el poder. El juicio previo altera y entorpece cualquier probabilidad de certeza. No nos referimos a la valoración de las conductas individuales (donde todo es opinable), sino a un marco teórico mínimo que pudiera establecer alguna previsibilidad del movimiento de las masas partidarias, y las del segmento independiente. Los repasos históricos tampoco hacen inconmovible el futuro. Cada elección es un escenario diferente. Es bueno repetirlo. No hay que asustarse de los lugares comunes si ayudan a clarificar conceptos. Los resultados del próximo domingo no deberían alegrar ni entristecer al Partido Colorado ni a la diversidad de opositores. Las victorias no son eternas, ni las derrotas para siempre. Creo que ya lo dije en otra ocasión.

La política es un campo dinámico, cambiante, escurridizo. Principalmente cuando se disputan territorios electorales asimétricos como son las municipales. Que, aunque muchos se esfuercen por demostrar lo contrario, no marcan tendencias determinantes. Al menos, hasta ahora. Porque ni siquiera están influenciadas por quien esté en el poder de la República en ese momento. Cuando en 1991 Carlos Filizzola metió una cuña entre los partidos tradicionales ganando la Intendencia de Asunción por un movimiento independiente, analistas variopintos (sociólogos, periodistas, políticos) decretaron la inminente derrota de la Asociación Nacional Republicana en 1993. Arrastraba la pesada responsabilidad de su concubinato con una bárbara dictadura. Y eso que ni siquiera se había incorporado al análisis la sísmica crisis de 1992, cuando un sector del Partido Colorado saboteó la voluntad popular, robándole el triunfo al doctor Luis María Argaña. Para las generales de ese año, todas las encuestas le daban ganador al candidato del Encuentro Nacional Guillermo Caballero Vargas. En el segundo lugar, oreja a oreja, estaban Domingo Laíno, por el Partido Liberal Radical Auténtico, y Juan Carlos Wasmosy por la Asociación Nacional Republicana. Aquel 9 de mayo terminó ganando Wasmosy, seguido de Laíno y Caballero Vargas, en ese orden. El imaginario popular atribuyó la remontada del oficialismo a una versión de Quemil Yambay de la polca colorado –de tres minutos de duración– que saturó las radios y canales de aquella época. No había, entonces, límites para la propaganda electoral.

En el 2010, con Fernando Lugo en la Presidencia de la República, la Intendencia de Asunción se mantuvo en manos de los republicanos, así como la absoluta mayoría de los municipios del interior del país. En el 2015, con gobierno colorado, la capital del país y algunas estratégicas cabeceras departamentales pasaron a manos de la oposición. Sin embargo, no fue impedimento para que en el 2018 la Asociación Nacional Republicana se impusiera a la Gran Alianza Nacional Renovada (Ganar) de Efraín Alegre y Leonardo (Leo) Rubín Godoy. Repito lo que dije más arriba: los repasos históricos no predicen el futuro, pero nos permiten una cierta aproximación, aunque con el consejo de no tomarlos nunca como asertos absolutos. Las teorías suelen amontonarse en los cementerios.

El anticoloradismo siempre tuvo una permanente actitud bipolar hacia el partido fundado por Bernardino Caballero. De ataque implacable a la institución, pero mirando de reojo a sus afiliados. Es por eso que ningún referente notable de las alianzas opositoras se hizo cargo de la etiqueta, almohadilla o numeral (hashtag, que le dicen) “ANR nunca más”. Es una apuesta total y peligrosa que puede volverse un búmeran. También ya lo advertí. Es más, el propio eslogan se fue debilitando ante la imposición de uno nuevo: “Votar por Johanna es votar a ‘Nenecho’”.

En una fiesta de dos, apareció una incómoda invitada para las elecciones municipales del próximo domingo. Un sector de la oposición –mayoritariamente de derecha y ultra– quiere sacrificarla. De repente, la ignorada Johanna Ortega, de la Alianza Asunción para Todos, después de sus últimas apariciones en televisión –espacios concedidos tardíamente, por cierto– movió la temperatura de las preferencias. Por tanto, hay que suprimirla. Los seguidores del nakayismo –acabo de patentarlo– lo dicen textualmente: “Primero hay que derrotar al Partido Colorado, luego veremos qué hacemos con ella”. No conciben la idea de una tercera opción. O de otras opciones. Así se van postergando las nuevas figuras políticas para perpetuar a las de siempre.

Por de pronto, el ganador en las encuestas es Óscar “Nenecho” Rodríguez. Claro, antes de la divulgación de las facturas con que sus enemigos alimentan la hoguera de la cremación anticipada. En las redes, Eduardo Nakayama gana. Johanna Ortega quiere ser la liebre que salta donde menos se la espera. El 11 de octubre, con el diario bajo el brazo, todo será más fácil de analizar. Por ejemplo, qué tal funcionó la lista cerrada y desbloqueada. Buen provecho.

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