EL PODER DE LA CONCIENCIA

Una de las imágenes más impactantes que llegó desde Afganistán no tiene la violencia de un cuerpo cayendo desde un avión en pleno vuelo, ni el rastro de sangre que dejan los dientes de balas de los talibanes. No. En la foto se ve a una mujer con velo en la cabeza rodeada de sus pequeñas hijas.

Inmóvil, como una estatua, su altivez le permite enseñar su rostro que regala una mirada perdida a lo lejos, como sus esperanzas. Está sentada sobre un banquillo de madera como esperando la salida de un bus, o de un avión. Los bultos alrededor la delatan. No son maletas, no son mochilas, sino trapos atados con la urgencia del miedo.

Sin pronunciar una sola palabra, sin mover un solo músculo, el aura de inmensa desazón que la rodea indica que el vehículo que esperan está retrasado o no llegará nunca. Y las niñas, en lugar de saltar y corretear como en cualquier otro lugar del mundo, mantienen las manos apoyadas en el mentón, quietas como la madre, esperando, alertas al sonido de un disparo o a una llamada hacia la libertad.

El silencio de la mujer pregunta por la suerte que correrán las pequeñas, quienes aunque no conocen al monstruo, intuyen su lascivo aliento.

Podría seguir describiendo tantas otras sensaciones que desborda esa imagen, pero de pronto la conexión se corta porque llega el recuerdo de una ofensiva información local: “Senado aprobó proyecto que rechaza violencia en Afganistán”.

La imagen de la mujer de la foto es reemplazada por la de un fantasma, la de un obeso parlamentario que en este momento ronca en paz en su cama de seda, satisfecho después de una cena con caviar. Duerme tranquilidad con una heladera cargada de alimentos, duerme seguro con sus guardias pagados por el Estado que custodian su casa, sin mencionar que su búnker ya cuenta con una estructura tecnológica de seguridad.

No sé quién es y no deseo saber su nombre, pero él representa a la legión de cínicos de todo un sistema que duermen con la conciencia tranquila luego de haber hecho su “pesada tarea”, nada menos que idear un proyecto que condena “enérgicamente” la violencia de los talibanes en Afganistán y que “hace un llamado a la comunidad internacional para seguir intensificando los esfuerzos para alentar a las partes al diálogo”. ¡Como si eso sirviera de algo!

En vez de hacer algo útil, pierden tiempo en proyectos que en nada contribuyen para lo que fueron elegidos, jugando a ser poderosos, cobrando su injusto salario.

Si en Afganistán el fuego de las armas hacen arder Kabul, acá las llamas de los incendios devoran casas y hectáreas de naturaleza sin que ellos muevan un dedo. Si acá los soldados de la vida llamados bomberos se quedan sin agua y sin aliento para seguir combatiendo los focos provocados, allá los custodios de la libertad tratan de asegurar sin mucho éxito el perímetro del aeropuerto.

Allá están los talibanes, fanáticos religiosos egocéntricos que tienen respuesta para todas sus atrocidades. Abusan de las mujeres y matan sin piedad a los que intentan razonar. Como bestias atontadas, desde cualquier esquina abren fuego con sus armas. Son acaudillados por los mulás, seres (no se les puede llamar personas) que propician la destrucción solo para beneficio personal.

Acá también están los talibanes, desde hace décadas. Estos igualmente son fanáticos de la ignorancia y de la falta de cultura y estudios, y la religión no les importa... aunque van a misa. Como los otros, estos también creen que las mujeres son cosas personales y sin piedad cometen feminicidio en nombre de su ego. Como bestias pirómanas, en cada temporada de sequía producen quemazones asesinas. Son acaudillados por dirigentes que propician la corrupción para beneficio personal.

Allá y acá el humo enturbia el cielo como oscuro futuro a la esperanza.

Ni acá ni en Afganistán los ciudadanos pueden huir, viven presos. Si allá las camionetas pickup de talibanes con turbantes y ametralladoras recorren las calles cerrando negocios, amedrentando las libertades y derechos, impidiendo el progreso, acá los piqueteros cierran las rutas, arrojan clavos miguelitos y en coches se ponen en frente de los camiones de los trabajadores para romperles los parabrisas con la cómplice inacción de la Policía y del Gobierno, impidiendo la producción.

El mundo entero se conmueve porque los talibanes volvieron a Kabul, pero de los nuestros, de esos que nunca se han ido, no se preocupa. Ningún Senado propone un solo proyecto para que cese la violencia local.

En cada rincón encontramos la imagen de esa mujer de mirada perdida rodeada de niñas, pero las de acá no llevan velo. Nadie les hace una foto. Están aquí y nadie las ve.

Etiquetas: #taliban

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