Por Eduardo “Pipó” Dios

Es común que a los congresistas se los evalúe por la cantidad de proyectos presentados, proyectos de ley y resoluciones varias. La mayoría no llega a ser aprobada y va al archivo, por suerte casi siempre. Esto es un despropósito, ya que con el fin de aparecer bien posicionados en esta especie de ranking los muchachos presentan cualquier barbaridad.

Abundan los proyectos populistas, proyectos que vienen, supuestamente, a satisfacer el clamor de la masa sobre determinados temas del momento. En ese estilo aparecen todo tipo de leyes estrafalarias, sin mucho análisis, que vienen a buscar un golpe de efecto. Generalmente están plagados de errores o se generan nuevos conflictos no previstos justamente por el apuro por “calmar” a la muchachada.

Días pasados veía en un canal de noticias que en el estado de Florida, luego de un crimen relacionado con la pedofilia, se había sacado una ley para que los que fueran encontrados culpables de este tipo de delitos, aparte de su pena, fueran “marcados” de por vida con un código especial en sus documentos de identidad.

Luego de unos años se han formado villas miseria, campamentos precarios de ex convictos por pedofilia que no consiguen trabajo, ni casa ni nada y tienen que vivir en la calle hurgando en la basura. O sea, nos guste o no, estos criminales cumplieron su pena y se convirtieron en parias. Y esos parias son un problema de todos y terminarán siendo mantenidos por el Estado. Al final, buscando un castigo mayor por sus crímenes se creó un nuevo problema.

Por eso es importante que todos los proyectos de ley sean estudiados en tiempo y forma. No se puede seguir legislando sin estudiar las consecuencias ni las posibles contradicciones que contengan esas nuevas leyes.

Hace unas semanas se trató la famosa “ley de paridad”, una ley que muchos consideran justa, en general, pero que planteaba una serie de contradicciones y también una serie de temas que eran considerados inconstitucionales. Aprovechando la coyuntura política se aprobó a tambor batiente en el Senado y fue destrozado en la Cámara de Diputados y convertido prácticamente en un simple enunciado de principios. Quizás si se hubiera debatido correctamente desde el principio y se hubieran subsanado o aclarado las posibles falencias denunciadas, se hubiera podido consensuar y sacar algo razonable. Pero se quiso hacer rápido, sin dejar espacio al debate en serio. Se respondió en varios casos con frases como “podemos arreglarla después” y hasta “vamos a usar un tiempo y luego dejamos de lado”. Es decir, se reconocían las fallas, pero se esgrimía una necesidad urgente.

¿Urgente por qué? Dicen que las desigualdades entre hombres y mujeres tienen hasta 5.000 años. ¿Cuál era el problema en debatirla e intentar consensuarla con todas las partes unos meses más? No hay ninguna elección hasta dentro de dos años que precise una ley ya nomás.

No podemos seguir con leyes hechas a las apuradas, sobre todo leyes que implican cambios drásticos en sistemas, como el electoral, o que afecten directamente la economía o el funcionamiento del país, tanto al nivel público como el privado.

Finalmente, el hecho de que el sistema democrático permita que cualquier ciudadano, sin importar su nivel educativo, pueda acceder a bancas en el Congreso no debería implicar que una persona sin estudios adecuados, o al menos una formación mínima, deba elaborar cosas tan delicadas como un proyecto de ley, que encima puede ser aprobada por otros iguales a él. Se debe ser mucho más estricto a la hora de controlar qué se presenta, cómo y para qué.

No es posible que luego de aprobar una ley, tengamos que terminar “atándola con alambre” porque está mal hecha y no medimos las consecuencias de la misma.

Etiquetas: #alambre

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