Por: Javier Barbero

Un límite es una línea real o imaginaria que señala la separación entre dos cosas, o el fin de algo. Y también es el punto hasta el cual se puede llegar, o sea el borde que pueden alcanzar lo físico y lo anímico en un determinado lapso.

¿Por qué son importantes los límites? Porque indican a las otras personas hasta dónde quiero o puedo llegar en una situación dada. Entonces, podré decir basta cuando siento que se transgreden mis deseos, necesidades o principios. Por eso, ante una situación que percibimos como amenazante, podemos huir o apelar a nuestros recursos para enfrentarla.

También es cierto que no saber decir “no” acarrea sus riesgos. Una persona que tiene dificultades para poner límites puede ser percibida como alguien carente de autoridad (muchos padres y madres sufren esta sensación). Asimismo, puede perder confianza ante sus jefes y colaboradores, o ser considerada injusta.

Lo ideal es poder trazar los límites desde una posición de asertividad en la que tanto las necesidades propias como las de otros son igualmente contempladas. Para ello, el equilibrio entre el coraje y el respeto es fundamental. Hay que aprender a atravesar la incomodidad que nos pueden ocasionar este tipo de situaciones y comprender que no siempre podemos complacer a todo el mundo.

Un “no” dicho asertivamente nos deja tranquilos y le señala a la otra persona los límites de nuestras necesidades, deseos y posibilidades.

Uno de los grandes retos del desarrollo personal es decirnos ¡basta! a nosotros mismos cuando perdemos el autocontrol, atentamos contra nuestra autoestima y transgredimos nuestros propios límites. Eso se gana con trabajo interno, madurez y autorespeto.

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