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Shanghái.

Aunque la guerra comercial está causando daños, los funcionarios se muestran reacios a activar los estímulos. Si hace media década les hubiéramos preguntado a los economistas qué número –cinco o siete– describía el Producto Interno Bruto de China y cuál su moneda, la mayoría habría contestado así: el crecimiento seguirá estando sólido en aproximadamente un 7% anual y la moneda se fortalecerá hasta que solo se necesiten cinco yuanes para comprar un dólar. Una medición del impacto de la guerra comercial del presidente Donald Trump contra China es la inversión de estos dígitos. Debido al golpe de los aranceles estadounidenses, los analistas económicos creen que el crecimiento de China el próximo año se desacelerará hasta aproximadamente 5%. Por su parte, el yuan ha caído y ahora se cotiza en más de siete por dólar.

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Trump ha estado alardeando sobre el éxito de sus tácticas. “China se ha llevado un duro golpe”, señaló el 26 de agosto en una conferencia de prensa después de la cumbre del Grupo de los Siete en Francia. “Están muy deseosos de llegar a un acuerdo”. Sin embargo, una lectura más precisa de la postura política de China es que muestra una tranquilidad sorprendente frente a la desaceleración económica y, por extensión, tiene una determinación más firme en el conflicto comercial.

Los estragos de los aranceles para la economía de China se están volviendo más visibles. Pese a que las exportaciones hacia Estados Unidos representan solo una pequeña parte del PIB general, la incertidumbre ha mermado la confianza de los empresarios. El gasto de inversión aumentará este año a su ritmo más lento en al menos dos décadas. Los precios de fábrica han virado bruscamente hacia la deflación, una mala señal para los rendimientos de la industria. Ahora, los economistas del banco Morgan Stanley pronostican que el crecimiento de China caerá a un 5,8% el próximo año; anteriormente habían pronosticado un crecimiento del 6,3%.

Con anterioridad, siempre que el crecimiento parecía estar a punto de desacelerarse drásticamente, las empresas chinas podían contar con un paquete de estímulos para reanimarlo. No obstante, esta vez la respuesta de los funcionarios ha sido mucho más limitada, en parte por la preocupación de aumentar la enorme carga de la deuda de China. El 26 de agosto, el Banco Central tuvo la posibilidad de bajar los costos de financiamiento para los bancos, pero no lo hizo, con lo cual se resistió a la tendencia global hacia tasas más bajas. El 27 de agosto, el Consejo Estatal, o Gabinete, emitió un plan decepcionante de 20 puntos para promover el consumo. Algunos analistas habían estado esperando recortes fiscales selectivos o subsidios; en cambio, este hacía promesas triviales, como tener más tiendas con servicio las 24 horas.

El hecho de que el gobierno chino no tenga temor a las perspectivas económicas debería hacer reflexionar a Trump. “Ahora su dirigencia parece comprometida con una estrategia de no ceder ante las tensiones comerciales”, señala Andrew Batson de Gavekal, una empresa de investigación. El haber contratado un seguro ayuda a que China permita que su tasa de cambio disminuya a 7,1 yuanes por dólar, la más débil desde el 2008, para compensar parte de la carga originada por los aranceles.

Sin embargo, algunas personas creen que esta tranquilidad está en el límite de la complacencia. El gobierno de China no solo se ha abstenido de otorgar estímulos, sino que se ha endurecido en cuanto al sector inmobiliario, el motor de su economía. En concordancia con la advertencia tan reiterada del presidente Xi Jinping de que los inversionistas no deben especular sobre la vivienda, los reguladores han restringido los préstamos a los desarrolladores y se han negado a reducir las tasas hipotecarias. “Nosotros consideraríamos que estabilizar el crecimiento mediante la obstrucción de créditos para el sector inmobiliario es casi como llevar a cabo una operación del corazón sin bombas de sangre, sin oxígeno y sin anestesia”, afirma Lu Ting, un economista del banco Nomura. En otras palabras, las cosas pueden ponerse feas.

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