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Las medidas intermitentes de China para frenar el crédito afectan al resto del mundo.

La economía global experimentó un arranque desfavorable en el 2019. Los mercados sufrieron una caída tremenda y el gobierno estadounidense se encontró en un cierre de la administración que parecía interminable. Por fortuna, la situación no resultó tan terrible como podría haber sido. El gobierno ya está trabajando de nuevo en Washington. Estados Unidos y China parecen estar a punto de convenir en un acuerdo comercial que, a pesar de sus logros moderados, podría ser el reflejo de un grato relajamiento de las tensiones entre las dos mayores economías del mundo. Los mercados no han ocultado su satisfacción ante estos sucesos: el índice MSCI de acciones globales ha aumentado un diez por ciento en lo que va del año.

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Con todo y las buenas noticias, muchos indicadores económicos se han desplazado notoriamente a la baja desde principios del 2018. En ese entonces, los economistas celebraban el surgimiento de una amplia expansión. Cuando el Fondo Monetario Internacional evaluó la economía mundial en enero del año pasado, aclamó el “aumento sincronizado más amplio en el crecimiento mundial desde el 2010”. Ahora, las conversaciones comerciales se desarrollan en un contexto económico más sombrío.

DESCALABRO DEL 2015

La actividad manufacturera global se ha ralentizado. Las economías que dependen especialmente del comercio, como Alemania y Japón, atraviesan momentos difíciles. La producción industrial en la eurozona ha ido a la baja desde hace un año. Tanto Japón como Corea del Sur registraron cifras de exportación más reducidas en enero. El Indicador de las Perspectivas del Comercio Mundial de la Organización Mundial del Comercio se desplazó a la baja todo el año anterior y en febrero cayó a su nivel más bajo desde el 2010. La economía estadounidense, que depende menos del comercio, muestra menos efectos, pero la producción industrial se contrajo en enero. ¿Por qué parece haber decaído el auge del sector manufacturero mundial?

El declive manufacturero va más allá de la guerra comercial de Trump. Esta desaceleración exhibe una semejanza impresionante con el episodio de dificultades económicas atravesado en el 2015. En ese entonces, también, la actividad manufacturera global sufrió un descalabro. En parte se debió al fiasco tras el extraordinario auge del petróleo de esquisto estadounidense. No obstante, China también influyó en gran medida en la fortuna de los exportadores. Alemania, por ejemplo, ahora depende del apetito voraz que China siente por sus bienes de capital.

EXPLOSIÓN DE CRÉDITOS

Después de remolcar su economía durante la crisis financiera global del 2007-08 gracias a la aplicación de estímulos masivos, los dirigentes chinos cambiaron de estrategia a una reforma económica en el 2015. Su intención era eliminar la dependencia de su economía del crédito, que había aumentado a tasas exorbitantes entre el 2009 y el 2014. También tomaron medidas para abrir los mercados financieros del país. Por desgracia, esas medidas resultaron prematuras: conforme se flexibilizaron las restricciones al movimiento de capital, grandes cantidades de dinero abandonaron el país y los precios de las acciones se desplomaron. El desasosiego financiero se extendió hacia el exterior, con el riesgo de sumir grandes sectores de la economía mundial en recesión.

Por fortuna, esa espiral descendente se detuvo pronto. China congeló sus planes de eliminar los controles al capital y volvió a aplicar el estímulo. El gobierno adoptó una política monetaria más expansiva y comenzó a gastar a rienda suelta. Según las cifras oficiales, el déficit fiscal de China aumentó muy poco en el 2015 y el 2016, apenas por debajo del cuatro por ciento del producto interno bruto. Pero hay que considerar que ese gobierno utiliza con gran habilidad vehículos financieros especiales, sobre todo en el gobierno local, para obtener préstamos y canalizar fondos a proyectos, y que estas maniobras no se reflejan en las cifras de déficit oficiales. Algunos investigadores del banco de inversiones Goldman Sachs calculan que el déficit presupuestario “aumentado” de China, que toma en cuenta tales tácticas, experimentó un incremento de alrededor del 15 por ciento del PIB a principios del 2017. La explosión del crédito rindió frutos. Para finales del 2017, el mundo iba rumbo a un alza sincronizada.

Después de evadir por poco el problema, los líderes de China se concentraron de nuevo en las alarmantes reservas de tinta roja de la economía. Impusieron restricciones al crédito otorgado a empresas demasiado endeudadas y emprendieron un periodo de austeridad que haría sonrojarse incluso a los prudentes alemanes. El déficit presupuestario aumentado de China se ha reducido alrededor de seis puntos porcentuales del PIB desde principios del 2017. En consecuencia, la demanda interna se ha debilitado. Como señaló hace poco Brad Setser, economista del grupo de expertos Consejo de Relaciones Extranjeras, las importaciones chinas de artículos de manufactura para uso interno han bajado más que sus “importaciones para procesamiento”, o suministros para los productos que China fabrica y exporta. Sus compras de artículos estadounidenses disminuyeron, al igual que las importaciones del resto del mundo. Con todo y que la guerra comercial ha ejercido cierta influencia, las alzas y bajas recientes de la economía mundial tienen una relación más estrecha con la intermitente lucha de China para reformar su economía y reducir el crédito indómito.

CRÉDITO DONDE SE REQUIERE

China no debería ser tan importante. Debido a sus estrictos controles sobre el capital, sus vínculos financieros con el resto del mundo son moderados. Además, todavía no impulsa la demanda global de la misma forma que Estados Unidos: Setser destaca que las importaciones chinas de bienes fabricados para consumo propio representan tan solo una tercera parte de las de Estados Unidos (aunque el crecimiento reciente en las importaciones chinas ha constituido un impulsor importante de la demanda en el sector manufacturero para algunos países, como Alemania). El problema no es en realidad que los vendavales originados en China sean fuertes, sino que el resto del mundo no está preparado para resistirlos. Las tasas de interés se mantienen a niveles extraordinariamente bajos. Si el malestar del sector manufacturero global empeora, Estados Unidos tendrá escaso y valioso margen de maniobra para recortar las tasas; por su parte, Europa y Japón no tienen ningún margen. Quizá la política fiscal se vea obligada a enfrentar el problema. A las economías avanzadas les caería muy bien una dosis de inversión pública financiada con déficit. Por desgracia, ni la eurozona ni Estados Unidos parecen dispuestos a construir.

Este tipo de debates sobre política quizá no sean trascendentales en esta ocasión. Desde hace algunas semanas, China comenzó a aplicar de nuevo estímulos para apuntalar la atmósfera. A fin de cuentas, puede ser que la ralentización del sector manufacturero en todo el mundo resulte tan fugaz como la del 2015. Ambos episodios demuestran que el mundo rico ha decidido dejar todo a merced de la gestión fiscal del Partido Comunista Chino. Es una decisión curiosa, pero tampoco es la primera vez que ocurre.

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