MABITA, Honduras.

En el territorio de la cocaína, también hay traficantes a la caza de las guacamayas bandera. La costa de los Mosquitos del este de Honduras no tiene una infestación notable de mosquitos, pero sí está lleno de traficantes de cocaína. Utilizan la región con pocos habitantes como punto de transbordo para drogas cuyo destino es Estados Unidos (la zona obtuvo su nombre de los miskito, descendientes de una mezcla de naufragios de esclavos, marineros ingleses e indígenas).

La región tiene otro tesoro que desean los extranjeros ricos. Para verlo, solo basta mirar hacia arriba. Las manchas de rojo, azul y dorado entre los árboles de Mabita, una aldea a cuatro horas en coche de la costa, son “guaras”: pericos grandes y ruidosos que los hispanoparlantes conocen como guacamayas bandera.

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Los mayas antiguos pensaban que volaban entre la tierra y los cielos y los honraban con estatuas. Son el ave nacional de Honduras.

CASI EXTINTAS

Aunque alguna vez fueron comunes en toda Centroamérica, ahora están extintas en El Salvador y es raro verlas en cualquier otra parte de la región. Unas 500 que habitan en la costa de los Mosquitos son la última gran población, según Marlene Arias, del Instituto de Conservación Forestal, una agencia del gobierno de Honduras. Están bajo amenaza.

Los cazadores furtivos, muchos de los cuales provienen de la isla vecina de Jamaica, trepan los pinos donde anidan las guaras y se llevan a los polluelos antes de que aprendan a volar.

Entusiastas provenientes de China, Australia y el Medio Oriente los compran en línea hasta por 6.000 dólares. En el 2014, ninguna guara recién nacida llegó a la adultez en su hábitat natural.

“PATRULLEROS”

Cuatro años antes, LoraKim Joyner de One Earth Conservation, una agrupación estadounidense para la conservación de los pericos, había enrolado a los residentes de Mabita, los cuales habitan en una veintena de chozas de madera, para patrullar el bosque.

Al principio, no pasó casi nada. Esto cambió en el 2015, cuando el grupo comenzó a pagar 200 lempiras (8 dólares) al día a los aldeanos. Empezaron a acampar en el bosque para ahuyentar a los cazadores furtivos.

El año pasado, 103 nidos permanecieron en la zona sin ser perturbados, aseguró Joyner. Sobrevivieron unas 150 crías de guara.

Antes era raro verlas, ahora están por todas partes, mencionó Anaide Pántin López, una habitante de Mabita que dirige a los patrulleros. Esto tiene desventajas. Las aves devoran los mangos y las guayabas silvestres que alguna vez disfrutaron los aldeanos, señaló Pántin López, mientras estaba en su pórtico con un lechón en brazos. “En temporada de frutas, los humanos no prueban ninguna”, se quejó.

COMPENSACIONES

Sin embargo, hay compensaciones. El dinero del patrullaje ha creado una economía de dinero en efectivo en Mabita.

Los habitantes lo han usado para construir una pequeña iglesia de piedra. Otras cinco aldeas de la zona se han unido al esquema, el cual es financiado por el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos.

Además, la gente de la costa de los Mosquitos parece obtener el mismo placer de observar a las guaras que los que pagan para que se las roben de su hábitat. “Es muy lindo verlas volar por la mañana”, mencionó Pántin López, esta habitante de Mabita que dirige a los patrulleros que ahuyentan a los cazadores furtivos.

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