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WASHINGTON

Los bajos porcentajes de desempleo e inflación complican la definición de políticas económicas.

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Conforme a muchos parámetros, la economía estadounidense va viento en popa. Se espera que el producto interno bruto crezca alrededor del tres por ciento este año y la tasa de desempleo es muy baja: un impresionante 3,9 por ciento. El presidente Donald Trump no puede dejar pasar la oportunidad de vanagloriarse por esta situación. El 10 de septiembre dijo que la economía está “taaaaan bien”, “quizá lo mejor que ha estado en la historia del país”. Sin embargo, cuando otras personas observan las mismas cifras, lo que ven es un rompecabezas económico.

La Reserva Federal ha ido aumentando su tasa de interés de referencia desde diciembre del 2015, y el rango probablemente cambie de nuevo este mes, de 1,75-2 a 2-2,25 por ciento. El banco central hace estos ajustes de la misma forma que nosotros regulamos el agua para nuestro baño, pero a escala nacional.

Estos ajustes requieren movimientos delicados. Si nos pasamos de agua fría, que en este caso sería una metáfora para la decisión de aplicar tasas más altas, podemos sofocar la demanda y, en consecuencia, abatir el empleo. Si nos pasamos de agua caliente y permitimos que aumente la inflación, el poder adquisitivo de la población podría verse afectado.

El objetivo es encontrar la temperatura perfecta, es decir, el punto medio en que el empleo alcance el porcentaje más alto posible sin perder el control de la inflación.

Sin embargo, como el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, le recordó a su audiencia durante un discurso en Jackson Hole el 24 de agosto, nadie sabe cuál es la temperatura perfecta. Los funcionarios encargados de establecer las políticas monetarias calculan lo mejor que pueden la cifra de “empleo pleno” y en qué punto la “brecha de producción” (la diferencia entre la situación actual de la economía y la que podría alcanzar a largo plazo) será nula. Además de los efectos de la política económica, la inflación y el empleo también sufren sacudidas temporales y cambios estructurales. Los errores tardan en hacerse evidentes.

Con el paso del tiempo, los mejores cálculos han ido cambiando. Hace seis años, los miembros del Comité de Operaciones de Mercado Abierto de la Reserva Federal (FOMC, por su sigla en inglés) calcularon que, a largo plazo, el desempleo se estancaría en el 5,6 por ciento. Ahora, calculan que llegará al 4,5 por ciento. En vista de que la productividad se ha elevado muy poco, también redujeron el cálculo a largo plazo de la tasa de crecimiento de Estados Unidos, del 2,5 por ciento del 2012 al 1,9 por ciento.

No se sabe si fue la decisión correcta; el tema todavía es objeto de gran debate. Algunos economistas consideran que los funcionarios se apresuraron a concluir que la terrible cifra de crecimiento después de la crisis financiera era señal de una nueva normalidad. Un artículo reciente sugiere que los métodos usuales para calcular el potencial de una economía reflejan una influencia excesiva de algunos incidentes breves en su desempeño.

Otros creen que sobrecalentar la economía podría propiciar acciones innovadoras que mejoren la productividad, pues un aumento en los salarios obligará a las empresas a aplicar ahorros en la mano de obra. Quienes no concuerdan con este argumento hacen notar que la desaceleración en la productividad comenzó a presentarse antes de la crisis, lo que podría indicar que no tiene ninguna relación con las condiciones del mercado laboral.

Puesto que las responsabilidades de la Reserva Federal se definen con base en el empleo, no en la producción, los miembros del FOMC deben responder una pregunta más concreta: ¿qué significa empleo pleno? En este tema, lo que no se ha podido responder desde hace algunos años es por qué, a pesar de la notoria reducción en la tasa de desempleo, la inflación se mantiene tan baja. Quienes prefieren una política restrictiva piensan que se han ido acumulando presiones inflacionarias ocultas; aquellos que favorecen una política expansiva, que detrás del nivel general de la tasa de desempleo todavía hay un exceso en la capacidad laboral.

Hasta hace muy poco, los partidarios de la política expansiva con medidas flexibles tenían el argumento mejor fundamentado. La interpretación más obvia para una tasa de desempleo tan baja es que el mercado laboral no puede mejorar mucho sin presionar los precios al alza. Sin embargo, no solo ha incorporado a quienes buscaban empleo, sino a otras personas que ni siquiera lo buscaban o que trabajaban menos de lo que querían.

No obstante, ahora es más difícil argumentar que el mercado laboral todavía tiene algún espacio oculto. Según datos revelados el 11 de septiembre, en este momento los estadounidenses renuncian a sus empleos a la mayor tasa registrada desde el 2001. Por cada vacante, solo hay 0,82 empleados y 0,9 desempleados en busca de una plaza. Los principales parámetros de infrautilización de empleo publicados por la Oficina de Estadísticas Laborales se encuentran al nivel previo a la crisis, o incluso por debajo de este, y cerca del nivel registrado en el peor momento de la burbuja puntocom.

Quizá todavía ingresen más personas al mercado laboral. En agosto, la tasa de empleo de los adultos jóvenes se ubicó en el 79,3 por ciento, ligeramente por debajo del tope del 80,3 por ciento alcanzado antes de la crisis y también por debajo del 81,9 por ciento de los últimos setenta años. No obstante, es posible que esas referencias ya no sean adecuadas: la participación de los varones en la fuerza laboral se ha ido desplazando a la baja desde hace décadas.

También existen datos recientes que favorecen a los partidarios de una política restrictiva. La inflación general se ha mantenido por encima del pronóstico durante cinco meses. La inflación subyacente, que excluye el precio de alimentos no elaborados y productos energéticos, y por lo regular se considera más útil que la general para hacer pronósticos, va en aumento. Alcanzó el dos por ciento por primera vez desde el 2012 en julio. Según una encuesta realizada por la Universidad de Michigan, la inflación esperada también parece estar aumentando un poco. Incluso los ingresos promedio por hora parecen experimentar una aceleración; en agosto subieron un 2,9 por ciento con respecto al año anterior (claro que no es una cifra mucho mayor que la de la inflación, y todavía se encuentra por debajo del nivel normal previo a la crisis).

Olivier Blanchard, del Instituto Peterson de Economía Internacional, subraya que desde hace algunas décadas ha disminuido la influencia de la tasa de desempleo en la inflación, por lo que ya no es tan útil como indicador del momento en que la economía alcanza el empleo pleno. De cualquier forma, opina que hay suficientes pruebas en el mercado laboral para concluir que la economía se encuentra muy cerca del empleo pleno.

Las tendencias recientes pueden interpretarse como una reivindicación del enfoque adoptado por el FOMC para las tasas de interés. Como la economía parece estarse calentando, deben ajustar el grifo a una posición que consideren neutral. Hasta ahora, han logrado no excederse. Algunas voces han urgido acciones más rápidas, por temor a que se repitan los acontecimientos de la década de 1970, cuando la inflación y sus expectativas se dispararon en una espiral de retroalimentación recíproca. Pero como señaló Powell en su intervención, si bien es cierto que la inflación se desplazó hace poco más cerca del dos por ciento, no hay ninguna señal clara de aceleración por encima de ese nivel.

Podremos felicitarlos por esta decisión si se mantienen las tendencias recientes. De ser así, tampoco le pondrán fin al debate entre los partidarios de las políticas expansiva y restrictiva; más bien, experimentará una transformación. El banco central ha logrado acostumbrar al público en general a esperar una inflación baja, así que, al menos por ahora, cualquier temor de que los precios se disparen parece infundado. Por desgracia, quizá implique que no ha disminuido el riesgo de que permitan el calentamiento de la economía. En otras palabras, cuanto más firmes sean las promesas del banco central de controlar la inflación, mayor será la tentación de romperlas. Esto basta para querer tomar un largo baño en agua caliente.

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