Chemnitz, Alemania.

Una joven coloca con cuidado un girasol a un lado de las velas y claveles que rodean la foto de Daniel Hillig, quien tenía 35 años. Una mujer de más edad llora mientras explica que este era amigo de su hija. El lugar donde Hillig fue asesinado a puñaladas el mes pasado, presuntamente a manos de migrantes, se ha convertido en un santuario. Ambas mujeres dicen que les da miedo salir de noche y se sienten nerviosas cuando ven grupos de hombres con apariencia de extranjeros. “No somos racistas”, dice una, “solo queremos que obedezcan la ley”. El Consejo de Refugiados dice que los migrantes en Chemnitz se sienten igual de ansiosos.

Hillig fue asesinado tras una pelea callejera durante un festival unas cuantas horas después de la medianoche del 26 de agosto. Más tarde, ese día, reportes policiales filtrados que sugerían que los sospechosos eran solicitantes de asilo y que uno de ellos debía haber sido deportado generaron una semana de manifestaciones antiinmigrantes, en las que decenas de personas resultaron heridas. Hubo choques con los opositores a las manifestaciones y reportes de ataques a migrantes. Se filmó a algunos manifestantes haciendo saludos nazis.

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Los organizadores de las manifestaciones dicen que no tienen control sobre quiénes asisten a ellas, y sugirieron que periodistas o activistas de izquierda les pagaron a “neonazis” para que fueran. “Si alguien tiene las manos manchadas de sangre, son los políticos que han permitido que el terror se importe a Europa”, dice Arthur Österle, uno de los organizadores.

Los dirigentes del partido populista de derecha Alternativa para Alemania (AfD) también marcharon, por primera vez, uniendo filas abiertamente con grupos antiislamistas más radicales, como Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, o PEGIDA. La imagen de los líderes de AfD junto con los manifestantes que hacían saludos nazis ha desatado llamados por parte de algunos políticos institucionales para que los servicios de inteligencia monitoreen a ese partido.

Esto es posible constitucionalmente –las divisiones juveniles de AfD a nivel regional ya están siendo observadas–, pero la historia de la vigilancia por parte del Estado en Alemania convierte esto en un asunto delicado, con importantes trabas legales. Hay temores de que la vigilancia pueda contribuir a las quejas de AfD de que las autoridades tienen a su partido en la mira injustamente.

Chemnitz se localiza en Sajonia, una región en la antigua Alemania Oriental que es tierra fértil para el populismo de derecha y un bastión de AfD. Alemania Occidental pasó décadas tratando de entender los crímenes nazis; en contraste, la autoritaria Alemania Oriental ignoró las lecciones de la historia. El colapso de la industria local tras la reunificación en 1990 hizo surgir una generación resentida e insegura.

Beatrix von Storch, la segunda al mando en AfD, ha afirmado que en Alemania hubo 447 asesinatos a manos de inmigrantes ilegales el año pasado. El ministerio del Interior sostiene que, de hecho, el año pasado solo 27 inmigrantes ilegales cometieron o intentaron cometer un asesinato o un homicidio imprudencial. Los crímenes violentos cometidos por inmigrantes han aumentado ligeramente en Alemania, pero también lo ha hecho la cantidad de solicitantes de asilo.

Cualquiera que sea la verdad, el asunto parece estar funcionando bien para AfD. De acuerdo con una encuesta de INSA, un grupo de expertos, ahora tiene un apoyo del 17%, lo que lo hace el segundo partido más popular de Alemania, por arriba de los demócratas sociales. Los activistas de derecha afirman que esto es solo el principio. AfD ha identificado los crímenes relacionados con inmigrantes como una manera de aumentar su fuerza de atracción y llevar a los votantes tradicionales a las calles. Chemnitz demuestra que esa táctica funciona.

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