El riesgo más inmediato es una guerra comercial, no un cambio de ciclo.

En el 2017, la economía mundial salió de un bache. Creció un 3,8 por ciento, el ritmo más rápido registrado desde el 2011. Una explosión de espíritus animales impulsó un repunte de las inversiones empresariales en todas las áreas ricas del mundo. El crecimiento del comercio global aumentó al 4,9 por ciento, la tasa más rápida desde el 2011. Las monedas de los mercados emergentes se apreciaron frente al dólar, lo que mantuvo baja la inflación y prolongó el periodo de deudas asequibles. Los mercados financieros se tambalearon en febrero, pero solo después de alcanzar máximos históricos. En abril, el Fondo Monetario Internacional declaró que el auge económico global se había “ampliado y fortalecido”.

El brillo saludable de ese entonces ha comenzado a desvanecerse. Para empezar, decayeron las cifras de algunos estudios económicos en Europa (presagiando un crecimiento en el producto interno bruto (PIB) de solo el 1,6 por ciento anualizado en el primer trimestre). A continuación, el resto del mundo pareció contagiarse. En el primer trimestre, el crecimiento de Estados Unidos se desaceleró de cerca del tres por ciento registrado en los seis meses anteriores, al 2,3 por ciento anualizado. Al mismo tiempo, la economía de Japón se contrajo un 0,6 por ciento, poniéndole fin a una racha de crecimiento sostenido desde principios del 2016. Los inversionistas han comenzado a preguntarse si ya acabó el período de exuberancia global. Incluso las autoridades de China, que parecía relativamente inmune a la desaceleración económica, han notado el debilitamiento de la demanda interna. A mediados de abril estimularon un poco la oferta monetaria al permitir a los bancos tener menos reservas.

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Mientras tanto, la lenta marcha ascendente de los rendimientos de los bonos estadounidenses, a consecuencia de las expectativas de una mayor inflación y tasas de interés más altas, comenzó a ejercer presión sobre las monedas de los mercados emergentes, que cayeron un 5,4 por ciento desde principios de abril. La presión sobre el peso obligó a Argentina a pedir un rescate financiero del FMI y elevar las tasas de interés al 40 por ciento. La lira turca también sufrió un golpe, en parte porque el presidente Recep Tayyip Erdogan dice que las tasas de interés bajas reducen la inflación. El 15 de mayo prometió tomar un mayor control de la política monetaria tras las próximas elecciones.

QUE QUEDE CLARO

Si bien es cierto que el crecimiento mundial se ha desacelerado, todavía es sólido. Si se combinan las encuestas de actividad en China, Estados Unidos y Europa, sus valores son más altos de lo que han sido el 83 por ciento del tiempo durante la última década, según el banco UBS. El mal tiempo puede haber contenido el crecimiento europeo a principios del 2018. La economía de Estados Unidos a menudo parece ralentizarse a principios del año, pero después repunta; se trata de un fenómeno denominado “estacionalidad residual”. Las buenas cifras de ventas en el sector minorista y el alto índice de confianza de los consumidores sugieren que si se aproxima una recesión, nadie le ha avisado a los estadounidenses.

Sin embargo, en cierto modo, esa situación es parte del problema. La demanda se ha acumulado donde menos se necesita. La inflación subyacente de Estados Unidos, que excluye los precios volátiles de los alimentos y la energía, ahora es del 1,9 por ciento, según la medida preferida por la Reserva Federal. Así que se coloca apenas por debajo de la meta del banco central. Además, la economía todavía no ha experimentado todo el impacto de los recortes fiscales y el aumento en el gasto incluidos en la ley correspondiente que autorizó hace poco el presidente Donald Trump.

No obstante, fuera de Estados Unidos, la inflación se ha quedado corta en casi todas partes. En la eurozona es de solo el 1,2 por ciento y no ha superado los valores registrados a finales del 2016. El Banco de Japón hace poco desistió de sus planes de elevar la inflación al dos por ciento en el ejercicio fiscal del 2019, un objetivo que ha aplazado seis veces. La inflación en la mayoría de los mercados emergentes también se ha reprimido. Incluso en el Reino Unido, con todo y el brexit, aunque una gran caída de la libra impulsó la inflación muy por encima del objetivo del dos por ciento en el 2017, ha bajado más rápido de lo esperado.

En teoría, a la economía mundial le convendría que esta demanda estuviera esparcida. Por desgracia, el mecanismo que podría lograr este objetivo es peligroso: un dólar más fuerte. En teoría, al aumentar el dólar, los estadounidenses podrían comprar más productos de importación, y así estimular a las economías extranjeras. En la práctica, el alza del dólar puede causar estragos en los mercados emergentes que tienen deudas denominadas en dólares. Además, en vista de que una proporción tan elevada del comercio se factura en dólares, una moneda estadounidense más fuerte reduce el comercio entre otros países también. Cuatro de los últimos cinco ciclos restrictivos de la Reserva Federal a fin de cuentas desataron una crisis en los mercados emergentes.

Sin embargo, hay razones para tener más confianza esta vez. De los diez mayores mercados emergentes, solo Turquía y Argentina registraron déficits de cuenta corriente superiores al dos por ciento del PIB en el 2017. La mayoría tienen deudas denominadas en dólares que pueden pagar sin dificultades dada la talla de sus economías.

Otra amenaza de la que hablan los bajistas es el precio del petróleo, que ha subido a cerca de 80 dólares por barril. Piensan que estos precios impulsarán aún más la inflación y obligarán a aumentar las tasas de interés. Pero la Reserva Federal suele ignorar la inflación temporal provocada por los precios de la energía. Además, predecir el impacto de los precios del petróleo sobre la economía mundial se ha vuelto más complicado de lo que era antes de la revolución de esquisto. El petróleo más caro ahora tiende a fomentar las inversiones estadounidenses. En todo caso, es consecuencia de la demanda, al menos parcialmente, lo que refleja un crecimiento saludable.

El mayor riesgo para la economía mundial sigue siendo la posibilidad de una guerra comercial. Trump está negociando con China y otros países con el objetivo de cerrar el déficit comercial de Estados Unidos. Sería difícil conseguir ese objetivo si se mantiene el alza del dólar, que facilita las importaciones. El peligro es que un crecimiento global un poco más lento, combinado con el estímulo constante en Estados Unidos, deja al descubierto este problema y provoca todavía más las acciones proteccionistas de Trump. Esto podría desencadenar una recesión que sí justificaría nuestra preocupación.

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