El hombre fuerte de Rusia habla menos ahora sobre aventuras extranjeras y más sobre problemas domésticos.

La sensación de la reinauguración presidencial de Vladimir Putin fue su automóvil. Una gran limusina negra de fabricación rusa con una ventana delantera estrecha de aspecto defensivo era el cambio con respecto a su Mercedes habitual. El 7 de mayo, dicho vehículo llevó a Putin a pocos metros de su oficina, sin aventurarse fuera de las murallas del Kremlin, a una sala dorada donde una vez fueron coronados los zares. Allí, juró respetar la constitución de Rusia, que dice que este es su último mandato presidencial. El vehículo, "chévere" que la "Bestia" del presidente estadounidense Donald Trump, como uno de sus 5.000 invitados murmuró, debía ilustrar el mensaje principal del discurso de Putin: gracias a su liderazgo, Rusia se está convirtiendo en una superpotencia moderna y autosuficiente. (¡Mira, en nuestros propios autos lujosos, podemos conquistar el mundo!).

Ahora que "las capacidades de seguridad y defensa están aseguradas de manera confiable", dijo Putin, el país está destinado a un "avance" y podría alcanzar "alturas … inalcanzables para los demás". Omitiendo cualquier mención de Occidente, Putin se concentró en asuntos internos: "Creo firmemente que solo una sociedad libre … es capaz de lograr estos avances", añadió. Sus palabras hacían contrapunto con las de miles de jóvenes que se habían manifestado dos días antes bajo el lema "Él no es un zar para nosotros".

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En Moscú, los manifestantes habían enfrentado no solo por la policía antidisturbios, sino por cosacos armados con látigos y miembros del NOD (Movimiento de Liberación Nacional – NOD, por sus siglas en ruso), un movimiento nacionalista militante vestido con cintas de San Jorge, adoptado como símbolo de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. En cuestión de minutos, la policía antidisturbios había (una vez más) detenido a Alexei Navalny, el líder de la oposición que organizó la protesta, mientras que los cosacos y la policía atacaban a los manifestantes desarmados. Alrededor de 1.600 personas fueron detenidas en todo el país. Muchos siguen detenidos; algunos fueron golpeados.

RUFFIANES PATRIÓTICOS

El uso de matones paramilitares marcó una escalada de violencia. Probablemente fue también teatro político. Al hacer que las personas se vistieran como cosacos, así como a la policía, y golpear a los manifestantes, el objetivo era mostrar que los verdaderos rusos están furiosos con los partidarios de Navalny. Si el pueblo ruso se uniera, como los armenios lo hicieron para derrocar a su propio líder, Putin debería preocuparse. Afortunadamente para él, los rusos se encuentran lejos de estar unidos. Mientras los manifestantes dispersos en Moscú pasaban frente a las boutiques de Prada y Louis Vuitton y gritaban "¡Rusia será libre!", Los comensales en la terraza de Tehnikum, un bistró ostentoso, hacían tintinear copas con vino blanco y reían, haciendo un brindis propio: "Rusia es ya libre".

Una extraña mezcla de tradicionalismo violento y modernización urbana de estilo europeo –ambos financiados por el gobierno– es un elemento clave en el edificio político de Putin. Le permite apelar tanto a la clase media en las grandes ciudades como a la población conservadora y mal pagada de las pequeñas comunidades y en la Rusia rural. Ganó el 77% de los votos, el más alto alcanzado por un presidente possoviético. Su victoria aplastante apoya su imagen como el líder nacional supremo y la única persona que puede mantener unida a Rusia.

De hecho, a su único oponente serio, Navalny, se le prohibió participar en las elecciones de marzo, por motivos falsos. La oposición fue constantemente acosada. Los empleados públicos y el personal de las empresas dependientes del Estado fueron más o menos obligados a votar. Las fuerzas pro Putin bombardearon a los votantes con mensajes que los instaban a acudir a las urnas, especialmente en las grandes ciudades, donde la participación suele ser baja. Kirill Rogov, un analista político, dice que el resultado indica un cambio hacia un autoritarismo más duro en el que el poder del gobernante se mantiene principalmente por la violencia en lugar del dinero y la propaganda.

El mandato presidencial anterior de Putin se construyó en torno a la confrontación con Occidente: la guerra contra Ucrania en el 2.014, la intervención para apuntalar al déspota sirio y la intromisión en las elecciones democráticas en los países occidentales. Estas acciones fueron llevadas a cabo por Putin bajo el supuesto de que Occidente estaba demasiado distraído, dividido o indiferente. Pero sus tácticas agresivas han fracasado.

En Estados Unidos han producido una reacción masiva contra Putin y sanciones personales contra sus compinches y magnates, independientemente de su afiliación formal con el Estado. El uso de un agente nervioso de grado militar para envenenar a un espía renegado produjo un resultado similar en Gran Bretaña, empujando al gobierno a cerrar el sistema financiero del país a dinero ruso de origen cuestionable. Una mayor escalada contra Occidente ahora parece arriesgada y poco probable que ayude mucho a Putin. Según las encuestas, la queja más popular entre el público ruso sobre el Kremlin es que presta demasiada atención a la política exterior y, por lo tanto, descuida los problemas internos.

Como resultado, el mensaje principal de Putin –tanto en su discurso previo a la elección sobre el estado de la nación como en su discurso de toma de posesión– fue una promesa de concentrarse en la modernización tecnológica, mientras mantiene un estricto control de la política. Sin querer parecerse a un dictador que envejece, Putin, que tiene 65 años, posó con jóvenes activistas. En la cámara, le agradecieron todas las oportunidades que les estaba ofreciendo. En el primer decreto de su nuevo mandato, Putin ordenó a su gobierno mejorar la atención médica y la educación y elevar los niveles de vida. Eso puede ser complicado, dadas las desventajas del estancamiento económico, las sanciones y la corrupción endémica, aunque el aumento de los precios del petróleo ahora ayudará.

Su decreto copia los objetivos esbozados en un programa de reforma redactado por Alexei Kudrin, un ex ministro de Finanzas y un reconocido liberal en el séquito de Putin. Sin embargo, no menciona los medios que Kudrin cree que requerirían sus planes, como la competencia política y una revisión del sistema judicial para fomentar el estado de derecho. Putin no dio ninguna indicación de que su nueva administración será muy diferente a la anterior en ninguno de estos aspectos. Por el contrario, volvió a nombrar a su maleable compinche, Dmitry Medvedev, como primer ministro. Esto dejó a la élite rusa con una impresión en cuanto a quién podría estar preparando como su sucesor si realmente planea hacerse a un lado cuando termine su mandato en el 2024.

Arreglarse para seguir hasta entonces será cada vez más difícil. Las rentas económicas se han reducido, gracias al estancamiento, y a los rusos ricos les resulta más difícil proteger sus activos y a sus hijos en Occidente. Como resultado, es probable que se intensifiquen las luchas internas dentro de la élite; los corredores de poder regionales se sienten cada vez más despojados y vulnerables. Una creciente inestabilidad política parece probable. Incluso en su brillante y nuevo auto a prueba de balas, Putin enfrenta un viaje lleno de baches.

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