¡Ni un paso más, bajistas petroleros! El 20 de febrero, el ministro de Energía de los Emiratos Árabes Unidos, Suhail al-Mazrouei, el presidente en turno de la OPEP, declaró que el grupo de 14 países productores está preparando un plan para establecer una alianza formal con otros diez petroestados, entre ellos Rusia, con el propósito de impulsar los precios del petróleo al alza en el futuro próximo. Si llega a concretarse, podría ser el plan más ambicioso de la OPEP en décadas.

Puntualizó que el objetivo no es constituir un "supergrupo". La idea de que Arabia Saudita y Rusia estén juntos en una especie de gira de los Traveling Wilburys por el mundo petrolero quizá sea un tanto disonante; de cualquier forma, hasta el momento solo se trata de un plan "preliminar". Independientemente de sus probabilidades de éxito, su intención es cambiar la creencia generalizada entre los participantes de los mercados petroleros de que fuera de EEUU, ningún productor puede aprovechar la revolución del gas de esquisto.

Esta creencia se ha arraigado más debido a que a finales del 2017 la producción estadounidense de esquisto volvió a inundar el mercado, después de que el precio del petróleo intermedio de Texas (WTI) subió a más de 50 dólares por barril. La Agencia Internacional de Energía (AIE), el principal organismo que analiza las perspectivas de la industria, afirma que este año EEUU podría superar a los dos mayores productores del mundo, Rusia y Arabia Saudita. Además, agregó que el ascenso de EEUU a esta superliga debe "dar mucho qué pensar" a esos países, pues es reminiscente de la primera ola de crecimiento del gas de esquisto que provocó el desplome de los precios del petróleo en el 2014.

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El resurgimiento del esquisto ocurre en un momento difícil para la OPEP, Rusia y otros países. El alza en los precios se debe en gran medida a las estrategias que han aplicado. En 14 meses casi han logrado su objetivo de reducir la producción petrolera a tal punto que la sobreoferta de petróleo global regrese a su promedio de cinco años, que es más manejable, pero todavía les faltan unos 74 millones de barriles. Mazrouei afirmó que, hasta el momento, no se ha definido la "estrategia de salida" para cuando se revise el convenio en junio.

Fareed Mohamedi, el principal economista de la consultora estadounidense Rapidan Energy Group, asemejó este proceso al que aplican los gobernadores de los bancos centrales para establecer una política monetaria muy expansiva. Corren el riesgo de causar conmoción en los mercados si dan la señal equivocada. La propuesta de un pacto a futuro puede dar la certeza al mercado de que los adultos seguirán regulando la oferta.

"El mensaje es algo así como: 'Aquí estoy para poner orden'", explicó.

Las relaciones entre Arabia Saudita y Rusia, los dos líderes de los bandos opuestos (los países miembros de la OPEP y aquellos que no lo son), están cambiando. Parecen haber dejado a un lado la desconfianza, que más bien bordeaba la enemistad, exacerbada por su respectivo apoyo a bandos contrarios en la guerra civil de Siria.

"La relación entre Rusia y Arabia Saudita es real", subrayó Helima Croft, una analista petrolera de RBC Capital Markets. "Solo falta 'ponerle el anillo', como diría Beyoncé".

Añadió que ambos países necesitan que los precios sean altos para reducir las tensiones internas.

Desde que el rey Salmán de Arabia Saudita visitó Moscú por primera vez en octubre, los ministros encargados del petróleo de ambos países han realizado visitas frecuentes a la capital del otro. Mohamedi indicó que el príncipe heredero Mohamed bin Salmán necesita que el precio del petróleo se mantenga entre 70 y 80 dólares por barril para estabilizar la economía durante la puesta en marcha de algunas reformas, en particular la privatización parcial de la empresa petrolera estatal Saudi Aramco. Está convencido de que Rusia puede ayudarle a lograrlo. El presidente ruso Vladimir Putin, quien competirá en una nueva elección en marzo, comparte las perspectivas del príncipe heredero.

Además, ambos países se encuentran en conversaciones para realizar inversiones recíprocas sin precedentes en sus industrias petroleras. Un fondo soberano de inversión ruso está estudiando la posibilidad de comprar acciones en Aramco; por su parte, Aramco está considerando adquirir alguna participación en un enorme proyecto de gas natural licuado en el ártico ruso.

La posibilidad de concretar acciones de cooperación a largo plazo entre estos dos países para respaldar los precios del petróleo también tiene un motivo de defensa. El aumento en la producción petrolera estadounidense no solo representa una amenaza. Puesto que en las siguientes décadas se espera que baje la demanda de petróleo debido a la adopción de fuentes energéticas más limpias, podría originarse una carrera hacia el abismo entre los grandes productores si intentan malbaratar su petróleo antes de que pierda su valor por completo. Reducir la producción es una manera de posponer esta encarnizada competencia, por lo menos hasta que las economías de Rusia y Arabia Saudita dejen de depender del petróleo.

Sin embargo, los peligros de esa estrategia quizá sean mayores que sus beneficios. Si funciona y los precios suben por encima de los 70 dólares por barril, impulsará todavía más la producción en EEUU y otros grandes productores como Brasil, como ocurrió antes del 2014. Esa situación aumentaría las probabilidades de que se repita la historia que menciona la AIE. Esto quiere decir que tanto los miembros de la OPEP como los países que no lo son necesitan estrategias no solo para evitar que los precios se eleven demasiado, sino también para evitar que bajen demasiado.

Bassam Fattouh, quien forma parte del grupo de expertos del Instituto de Estudios Energéticos de Oxford, comentó que esta tarea quizá requiera algún enfoque de inversión conjunta, lo cual es "extremadamente difícil, casi imposible".

Si caen los precios, los países tendrán que recortar todavía más la producción. En la historia de la OPEP, Arabia Saudita ha desempeñado a regañadientes el papel de regulador, ajustando su producción para mantener el equilibrio del mercado. Para que un mecanismo tenga éxito a largo plazo, es necesario que tanto Rusia como los miembros de la OPEP distribuyan mejor la carga entre sí, pero la mayoría de ellos no se han mostrado muy dispuestos a hacerlo.

Otro punto que causa inquietud es la estrategia que Arabia Saudita adoptará para la OPEP después de que se realice la venta de acciones de Aramco a los inversionistas. Mohamed Ramady, el autor de "Saudi Aramco 2030: Post-IPO Challenges" (Springer, 2017), escribe que las relaciones entre las empresas petroleras parcialmente privatizadas y sus gobiernos son foco de tensiones cuando los intereses del Estado se oponen a los de los accionistas.

"Privatizar Aramco podría ser un arma de doble filo para el reino", advierte.

En este momento, da la impresión de que los líderes de Arabia Saudita creen que vale la pena asumir estos riesgos. Es posible que les preocupe más inquietar a sus propios ciudadanos que enfrentar a los productores de esquisto en el extranjero. En todo caso, si subestiman el riesgo que representa la producción de esquisto y sobrestiman su capacidad de manejar el mercado, será bajo su propio riesgo.

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