Ban Ta Klang, Tailandia. AFP.

Separados de sus madres, golpeados y a veces privados de comida, los elefantes tailandeses son domesticados por la fuerza antes de ser vendidos a centros turísticos que se hacen llamar “santuarios” para atraer a los viajeros concienciados con el maltrato animal.

En Ban Ta Klang (Este) se adiestra a la mayoría de los paquidermos que acaban en estos “centros de rescate”. Los desestabilizan para someterlos al cornaca o mahout, es decir el domador, y obligarlos a interactuar con los visitantes.

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Con tal solo dos años se separa a la cría de elefante de su madre pese a que todavía depende de ella. Lo atan, a veces lo privan de comida y con frecuencia le pegan con palos o un gancho de metal para que obedezca las órdenes.

“No los criamos para lastimarlos (…) Si no son tercos, no les hacemos nada”, asegura a la AFP el cornaca Charin, mientras pide a un joven elefante que se sostenga sobre las patas traseras con un globo en la trompa.

Él entrena a los paquidermos por 350 dólares al mes, enseñándoles a pintar, a jugar al fútbol, a tocar música, lo que pidan los dueños.

“Siempre he vivido con ellos. Forman parte de nuestra familia”, señala el domador cuyo abuelo y padre ya ejercían el oficio.

SE VENDEN POR 80.000 DÓLARES

Desde la prohibición de su explotación en la industria forestal hace 30 años, los elefantes y los cornacas desempleados se han pasado al turismo de masas.

Una vez entrenados, los animales se venden por hasta 80.000 dólares, una inversión colosal que hay que rentabilizar. Una tarea fácil para los parques de atracciones, como el de Mae Taeng, cerca de Chiang Mai (Norte), que acoge a hasta 5.000 visitantes por día.

Con una pata en el aire y un pincel en la trompa, Suda realiza cinco cuadros bajo los aplausos de los visitantes que pagaron 50 dólares de entrada. Sus lienzos, que parecen estampas japonesas, se venden por hasta 150 dólares. Luego llega el momento más esperado: el paseo a lomos de elefante.


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