A bordo del San Raffaele, Colombia. AFP.

El buque blanco remonta las fangosas aguas del San Juan y algunas piraguas salen desde la selva a su encuentro. El río trae el milagro del barco hospital para indígenas y afrocolombianos del Pacífico, un desierto médico corroído por la guerra.

“Aquí no dan medicamentos buenos, no los traen porque son costosos”, deplora Yenny Cárdenas, de la etnia Wounaan. En el techo de su choza martilla la lluvia que las mujeres de su comunidad habían invocado poco antes con sus danzas.

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Preocupada por su quinto hijo de dos años que “llora mucho” y se “rasca”, la mujer se dice “contenta” con la llegada del San Raffaele, bautizado con el nombre del arcángel de los médicos.

De un cojín tirado en el suelo salen chillidos. La madre aparta la canasta que estaba trenzando. Sus brazos tatuados con símbolos protectores consuelan al cuerpo invadido de pústulas.

“Mi hijo estaba bien; bien gordito, bien bonito. Pero desde (hace) un año y pico salió con una rasquiña”, explica la mujer, profesora de Balsalito, una de las reservas indígenas de las orillas del “gran río”.

Anclado en medio del río, en una suerte de zona neutral entre las comunidades afro e indígenas, que no se mezclan, el San Raffaele está flanqueado por una cruz blanca de "misión médica", sobre un fondo azul y rojo. La imagen de una ametralladora tachada prohíbe las armas a bordo.

Pacientes que se agarran la barriga, viejos encorvados, jóvenes embarazadas acompañadas de más niños esperan la atención y las medicinas gratuitas.

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