Por Javier Barbero

Nadie nos enseñó cuál es el equilibrio para relacionarnos sin invadirnos los unos a los otros, manteniendo en todo momento el respeto mientras ganamos en confianza y cercanía.

Poner límites no tiene nada que ver con decirle a todo el mundo todo lo que pensamos en cada momento.

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Un límite es una barrera física, psicológica o social que mantiene restringido el acceso a lugares o acciones inadecuadas, o no aceptadas. Un límite personal es la forma en la que cada individuo define la diferencia entre las acciones correctas e incorrectas.

Poner límites es una acción muy compleja que encierra muchas cualidades humanas y, si el ser humano las tuviera plenamente desarrolladas, disfrutaría al 100% de sus relaciones interpersonales.

Entre estas cualidades están: la capacidad de autoconocimiento para saber exactamente cuáles son tus propios límites; el saber exponerlos cuando sea oportuno; y la valentía de ponerte por encima de todas tus resistencias internas que te impiden hacerlo de forma sabia y exitosa.

¿Cuántas veces has llegado a la conclusión de que tenés que poner límites en alguna relación pero no sabés cómo hacerlo? ¿Recordás las veces que has ido con la convicción de establecer tus límites pero en el último momento te echaste atrás? ¿Y aquellas ocasiones en las que marcaste bien los límites pero luego te quedaste con un sentimiento de culpabilidad?

Una vez que están claros tus propios límites queda la tarea de decir “no” cuando corresponde. Porque está claro que un límite es un no”, en toda regla.

Si no ponemos límites o decimos que no cuando nuestra dignidad o integridad se ve amenazada, podemos llegar a ser abusados.

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