Por: Javier Barbero

Los seres humanos no somos una línea recta. Una estabilidad emocional. Una misma dirección. Un vivir sin desacuerdos con uno mismo, sin sobresaltos, vaivenes o contradicciones.

Cuando miramos los mandatos sociales del éxito podemos ver que el mandato máter subterráneo es "no seas humano".

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Leemos en las redes sociales o escuchamos recurrentemente frases como: "Todo lo podés lograr", "Naciste para ser feliz", "El fracaso no existe"o "Persevera y triunfarás". Todas estas frases niegan la ontología humana que también sabe de límites.

Detrás de estas frases hay muchas personas que pueden conectarse con una gran frustración por no poder, por no estar felices, por no perseverar y por no lograr el "mito" que genera el reconocimiento y el aplauso social.

Ocurre que detrás de esta compulsión, la contraparte es que nadie nos aplaude cuando nos caemos, cuando nos rendimos a un hecho que sencillamente no podemos modificar o cuando la vida nos niega un trofeo. Al estar tan ensalzada la dimensión egocéntrica, perdemos la arista del límite, que es la que nos permite ser vulnerables y humanos.

La dimensión egocéntrica nos ha llevado históricamente no sólo a pretender ponernos por encima de la naturaleza (el planeta hoy gime por tantos abusos) sino que nos ha llevado a una “psicologización” de lo positivo como extremo.

Más allá de los análisis y especulaciones teóricas, lo cierto es que volvernos impredecibles y auténticos, a veces se paga muy caro en este sistema aún cartesiano y mecanicista.

Ser humanos sin prefijo.

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