El libro Psicología del color, de Eva Heller, es un análisis de cómo los colores actúan sobre los sentimientos y la razón. Basándonos en su investigación, pudimos entender qué quieren decirnos algunos de los colores que nos rodean.

Por: Micaela Cattáneo

Cuando pintamos un corazón, habitualmente, lo hacemos en rojo. Cuando dibujamos el sol, inevitablemente, una imagen amarilla aparece. Y cuando el cielo, el mar y la tierra toman forma sobre algún papel, el azul y el marrón no faltan en la composición. Casi todo el tiempo, estamos asociando las cosas que nos rodean con algún color. Sobre todo, cuando intentamos dar referencias de algo (una casa, un look) o describir, detalladamente, los aspectos de una historia (“el chico que conocí era rubio, de ojos verdes”).

No es novedad, tampoco, que vinculemos a los colores con nuestros sentimientos o cualidades. Generalmente, conectamos a la alegría con tonos vivos como el amarillo, y a la tristeza, con tonos más oscuros, como el negro. Según Eva Heller, autora del libro Psicología del color, “los colores y sentimientos no se combinan de manera accidental, ni se asocian por cuestiones de gusto, sino por experiencias universales enraizadas desde la infancia en nuestro lenguaje y pensamiento”. Eva explica que los símbolos y las tradiciones históricas tienen mucho que ver en esto.

Su investigación tiene como punto de partida al azul. El color con más aceptación. Aquel que alcanza 111 tonos, entre azules coelís, acuáticos, nomeolvides, iris y otros tantos. En su trabajo de campo, entrevistó a hombres y mujeres, de todas las profesiones posibles, de entre 14 y 97 años. Más del 25 % de este gran grupo, asoció al azul como el color de la simpatía, la armonía, la amistad y la confianza. Y no necesariamente porque este sea su color de preferencia. En su estudio, Heller determinó que la asociación entre color y sentimiento se da por contextos más amplios.

El azul que predomina en nuestras vidas es el azul celeste, que es el azul del cielo. Este azul denota lo eterno, lo que deseamos que permanezca para siempre. Y aquello que “deseamos que permanezca para siempre” es la amistad, la simpatía, la armonía y la confianza. Todas cualidades conocidas, no extrañas. En el azul no hay sentimientos extraños.

Lo que sí hay en el azul es sensación de perspectiva. En la pintura, el azul es frío, por lo tanto, imprime lejanía. Mientras que el rojo, es cálido, por lo tanto provoca un efecto contrario: cercanía. Por eso es difícil que el rojo pase desapercibido en un cuadro; es, probablemente, el primer color que vemos, por el impacto instantáneo que genera en la vista. Aunque el azul sea frío, en algunas situaciones, puede producir lo opuesto. Por ejemplo: cuando vemos lo infinito del mar, los tonos azules oscuros provocan un efecto cercano, mientras que los más claros, quedan en el fondo, a la distancia.

La autora, además, menciona al azul como el color de la fidelidad. “La fidelidad tiene que ver con la lejanía, pues la fidelidad sólo se pone a prueba cuando se da la ocasión para la infidelidad”. Esta virtud no puede demostrarse a simple vista, como una de las flores que la representan: la nomeolvides. Menciona, también, al zafiro, la piedra de la fidelidad. “En el dedo del infiel, dice la creencia popular, el zafiro pierde su brillo”.

Otros colores primarios

Por colores primarios, entendemos a aquellos que no se pueden obtener mediante la mezcla de ningún otro color. Son únicos. El azul, al cual ya nos referimos, es uno de ellos. Luego, le siguen el rojo y el amarillo. Pero, ¿qué sentimientos o cualidades se asocian a estos dos últimos? Evan Heller sigue teniendo la respuesta.

El rojo es el color más antiguo. Es el primer color al cual el hombre puso un nombre. Hay 105 tonos de rojo. Desde el amapola, el Saturno y el Venecia, hasta el metafóricamente considerado “más romántico”: el carmesí. El rojo “es el color de todas las pasiones”, revela la escritora, en su obra. Pero no habla solamente de pasiones buenas, sino también de las malas.

En ese sentido, expone ejemplos que están a la vista: cuando sentimos vergüenza, timidez o, simplemente, enamoramiento por alguien, la piel se nos enrojece. El amor está representado por el rojo, ya que los enamorados sienten que toda su sangre llega al corazón. “El efecto psicológico y simbólico de la sangre hace del rojo el color dominante en todos los sentimientos vitalmente positivos”, rescata la autora.

El odio también suele estar asociado al rojo. Sólo que el rojo del odio es más oscuro. El rojo es el color de la fuerza, la agresividad, de aquello más vigoroso, del fuego, de aquellas actividades donde se usa más la pasión que el razonamiento (el boxeo, por ejemplo). Asimismo, es el color de los extrovertidos, porque nunca aparece de fondo, siempre impacta, llama la atención.

En Rusia, el rojo es símbolo de lo positivo, lo bueno y valioso. Por eso, la Plaza Roja de Moscú es también llamada Plaza Hermosa. En China, tiene una connotación similar. El rojo es el color de la felicidad. La mayoría de los restaurantes de este país están revestidos de rojo, porque, por lo general, los orientales van a celebrar sus acontecimientos en ellos.

Por otro lado, está el amarillo. Registra una cifra de 115 tonos, entre azafranes, bambú, miel, ocre y muchos otros. Es el color de los girasoles y, de alguna forma, del Sol. Casi siempre está asociado a la luz, a la claridad, a lo que brinda, justamente, el astro rey. Por eso, el amarillo serena y anima. “Los optimistas tienen un ánimo radiante. El amarillo sonríe, es el color principal de la amabilidad”.

Esa claridad que representa el amarillo también es vista en películas, sobre todo, en aquellas donde hay una estética oscura permanente. Sólo para entender mejor esta lógica: En el filme El Barbero asesino de la calle Fleet, de Tim Burton, el presente se muestra en tonos sombríos; mientras que el pasado, una época feliz para el protagonista, está expuesto en una escala luminosa, soleada y clara como la mañana.

En el amarillo no todo es luz, también hay contradicción. Este color abarca, además, la etapa de la madurez y, dentro de esa línea de madurez, el envejecimiento. A medida que avanzamos en edad, la piel adquiere un color amarillento, propio de un cuerpo enfermo; o para sumergirnos en otro ejemplo, propio de un papel conservado hace añares.

El verde esperanza, el negro luto y el blanco puro

En este punto, no hay tantas vueltas que dar. El verde siempre tuvo estrecha relación con lo natural, lo sano. Aún así, este color no es bueno ni malo. No es ni tan frío como el azul, ni tan cálido como el rojo. Tiene una temperatura agradable. Por eso, evoca tranquilidad y seguridad. El verde es naturaleza. La naturaleza se renueva, principalmente, en primavera. La primavera es esperanza, es esa renovación después de un largo período de carencia. Por eso, para todos, la esperanza es verde.

El negro, en cambio, no sugiere certeza alguna. De hecho, es el color menos apreciado por los mayores. “Mientras que los adultos lo asocian a la muerte, los jóvenes disfrutan de este color, ya que lo relacionan con la moda y los autos caros”, reflexiona la psicóloga en el texto. Para ella, el negro es un color sin color. El color del final, de las cosas que se marchitan y no vuelven. En el catolicisimo, es símbolo de duelo ante una pérdida.

Toda mezcla donde el negro esté añadido, se vuelve negativa. Es el color que permite diferenciar el bien del mal. El rojo del amor acompañado de negro, es odio. El negro y el amarillo juntos forman el egoísmo y la infidelidad. “Toda maldad es negra”, señala Heller en su obra. De ahí, que las frases “humor negro”, “oveja negra” o “viernes negro”, cobran sentido. Es el color de mala suerte y del infortunio.

Dicen que el blanco no es un color propiamente dicho. “Pero lo que es blanco no es incoloro, porque al blanco asociamos cualidades y sentimientos que jamás asociaríamos a otros colores”, resume la escritora. El blanco es el color de la luz, por lo tanto, del inicio de la creación. Y este a su vez, de todo lo que revive o resucita.

El blanco es el color del bien, de la verdad, de lo ideal o perfecto, de la honradez. Es el color de lo higiénico, de lo que está limpio, de lo que no está manchado, de la inocencia. Por el contrario, es también el color de quienes se rinden en la guerra y, de quienes están de luto, en Asia; donde creen que la muerte no es la despedida definitiva del mundo.

Las interpretaciones que dotamos a cada color tienen una historia. Nada en nuestra cultura adquiere un significado sin antecedentes que lo posicionen como tal. Eva Heller hizo ese recorrido y nos asegura que “quién lo lea, de seguro, verá más colores que antes”.

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