• Por Josías Enciso Romero

Mientras el diario ABC Color, que repentinamente recuperó su “olfato” perio­dístico, no publique su pro­pia encuesta, encargada a su habitual empresa de sondeos de preferencias electorales, quiere decir que está ganando el candidato que a su propie­taria no le gusta. O, peor, le disgusta. Lo mismo pasa con el otro periódico, cuyo capo no construyó su imperio pre­cisamente con un trabajo de hormigas, aunque tengan los mismos gustos. Esos silen­cios se corresponden con la certeza de que sus mata­lones están perdiendo. De lo contrario, empapelarían sus medios con las distan­cias numéricas que separan a unos y otros. Aunque sea por un cuello o una nariz. En las últimas internas de la Asocia­ción Nacional Republicana los porcentajes no cuadraban. Y, al parecer, ya nadie se anima a manipular esta herramienta metodológica para pronos­ticar resultados aproxima­dos. Tal como ocurrió en el pasado, específicamente en 1993, cuando el candidato del Partido Encuentro Nacional (PEN) “tenía” una holgada ventaja sobre los candidatos de las organizaciones políti­cas denominadas tradiciona­les: liberales (Domingo Laíno) y colorados (Juan Carlos Wasmosy). Al final de aquel domingo 9 de mayo, el empre­sario del sector textil quedó en tercer lugar, con un 23%, frente al 39,91% del ganador (Wasmosy). Con la rigurosa mirada escudriñadora de las redes sociales y el implaca­ble látigo de su condena, ya nadie de los locales arriesga el prestigio por una loca y única carrera. Ni por un puñado de dólares. Así que esta cuestión, aun con sus imperfecciones, fue ajustándose a las reglas del juego limpio.

Pero nuestras conocidas cade­nas mediáticas, con ínfulas de gran elector y gurú espiritual indiscutible del rebaño elec­trónico, prefirieron ocultar las encuestas que daban como claro ganador a Santiago Peña el pasado 18 de diciembre del 2022. Ellas habían apostado, primero, por Hugo Velázquez (obligado a descabalgar por el propio Presidente de la Repú­blica y su entorno) y, luego, por Arnoldo Wiens, ambos perte­necientes a las escuadras del marioabdismo. Entonces, por vía de la deshonestidad perio­dística, con verdades a medias y mentiras completas, ini­ciaron una sangrienta cam­paña en contra de los líderes del movimiento Honor Colo­rado y sus candidatos y pre­candidatos. Pero la estrate­gia fracasó. Así como fracasó también el discurso acele­radamente violento y agre­sivo del oficialismo. Ahora se subieron en ancas del aspi­rante presidencial por la Con­certación Nacional opositora, Efraín Alegre. Una salvedad necesaria: estos conglome­rados periodísticos son colo­rados si sus afines y cómpli­ces comerciales están en el poder. Cuando eso no acon­tece, son rabiosamente anti­colorados. Como podrá per­catarse el amable lector, no es una cuestión de ética o de defensa del interés público. Nada que ver.

Así llegamos a la bipolari­dad en su rostro más expre­sivo: quienes desconfían o menosprecian las encuestas realizadas con las reglas que la ciencia impone, recurren a las que no tienen estruc­tura ni formalidad. Sin uni­verso, sin rango de error, sin voto en blanco, indecisos o no sabe-no responde (NS/NR). Así, nomás, al tuntún. Como los medios quieren preservar su “imagen”, mandan a rea­lizar esta tarea escolar a sus periodistas preferidos. Hubo un caso específico en que confiaron en que los segui­dores de este colega (aunque él no nos considere dignos de ser sus pares) votarían de acuerdo con la evidente pre­ferencia del encuestador tru­cho (es decir, a favor de Efraín Alegre). Los guarismos iban en perfecta armonía con el propósito de esta medición tuitera. Faltando 57 minutos para el cierre del período de votación “karape”, el candi­dato de los infalibles “dueños de la verdad” (aunque ahora ya son ex, porque la hipote­caron al mejor postor, antes al pastor) le daba la ventaja de diez puntos a Efraín “el” Alegre (37%) sobre Santiago Peña (27%) y Euclides Ace­vedo (27%). Faltaba, repito, menos de una hora, y en esos fatales minutos, Euclides Acevedo pasó a tener 38% sobre 33% del presidente del Partido Liberal Radi­cal Auténtico (PLRA). Para nosotros, estos juegos no tienen ni tuvieron relevan­cia alguna por las razones ya expuestas. Ninguna serie­dad ni rigor científico. Ellos (los aliados de Alegre) tuvieron la divina percepción de que Euclides tocaría fondo detrás, incluso, del ex colo­rado Paraguayo Cubas. De esta manera, aumentaría la presión sobre el “Gallo” para que vaya cantando detrás de su desplumado congénere. Sería algo así como un reflec­tor detrás de un foco. Así ko son los muchachos.

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En las internas simultáneas de diciembre, el único que le dio ganador, aunque por escaso margen, al precandi­dato del oficialista proyecto Fuerza Republicana fue el politólogo argentino Luis Castelli, quien, en octubre del año pasado, había publi­cado en Perfil (controvertido periódico del vecino país) “Las encuestas ya no alcan­zan para predecir resultados electorales”. Algunos expo­nentes del Gobierno que se está yendo no pueden supe­rar su colonialismo mental y trajeron a un extranjero para manipularlo y, por aña­didura, intentar manipu­larlos. Al principio parecía comedido con sus prediccio­nes, hasta que empezaron a pasarle insumos falseados. Falseados por medidores locales que, al llegar diciem­bre, empezaron a girar más rápido que los de la Adminis­tración Nacional de Electrici­dad (Ande). Así, el pobre Castelli anunció el 2 de diciembre que Arnoldo Wiens se posi­cionaba con un 43,6%, mien­tras que Santiago Peña retro­cedía en un 43,1%. Antes de las elecciones, Castelli vol­vió a su país. Se habrá ido con una nada despreciable suma en dólares. No sabemos ni si abonó sus tributos corres­pondientes. Jamás importó.

Aparte de esta lamentable anécdota, las encuestadoras locales no se equivocaron en el resultado final. Fallaron en los porcentajes, es cierto, pero no en la intención de los votantes. Las razones por las cuales esas adhesiones no se cristalizaron en votos habría que hurgar en otras partes. Empezando por los candi­datos y sus estructuras. Un buen desafío para lo que se viene. No está mal confiar en las encuestas, parafraseando una célebre sentencia relacio­nada con Alá, pero “mejor ata tu camello”.

Lo mismo pasa con el otro periódico, cuyo capo no construyó su imperio precisamente con un trabajo de hormigas, aunque tengan los mismos gustos.

Como los medios quieren preservar su “imagen”, mandan a realizar esta tarea escolar a sus periodistas preferidos.

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