• DESDE LA FE
  • Por el Lic. Mariano Mercado Rotela.

En su naturaleza, la vida humana es un llamado, una fuerte vocación a la existencia, por supuesto, con un firme propósito y la más importante convicción: darle dinámica a la vida, no ser pasivos, no esperar que las cosas simplemente ocurran. Para que esto suceda, la primera conversación debe darse con uno mismo. En lo más profundo de nuestra conciencia, en nuestra propia esencia interior, ahí es donde nace el anhelo espiritual, la vocación, el llamado que nos hace emprender, tomar una decisión y seguir un camino.

Es fundamental el autoconocimiento. ¿Sabemos quiénes somos en realidad? ¿Para qué hemos venido a este mundo? ¿Cuál es nuestra misión? Descubrir nuestra verdadera vocación es sin duda la incógnita personal y social más transcendental, pilar para una vida plena. Encontrar nuestra verdadera vocación individual entre tantos dilemas de la vida, equivale a descubrir la verdad.

Durante la juventud, hay decisiones determinantes para orientar nuestra vida. Para conocer nuestra vocación o por lo menos madurarla, necesitamos discernimiento y este, no siempre se torna tan fácil, aun así, uno elige la opción de vida a la cual se considera llamado. Para ello conocer las aptitudes, fortalezas y debilidades de uno, es clave.

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La decisión debe ser personal, luego de una introspección, una mirada interior profunda y sincera, pero a menudo, pueden más la presión familiar o los tópicos sociales, que la decisión o el deseo propio. Es el eterno ‘tira y afloja’ entre tus sueños y lo que otros creen o el ‘qué dirán’. En muchas ocasiones, nos convertimos, nosotros mismos en nuestro propio enemigo y esto impide que se manifieste nuestra verdadera vocación, quizás es por ese incomprensible miedo a equivocarnos.

Hoy celebramos la Jornada Mundial de oración por las vocaciones. El Santo Padre nos recuerda que la llamada divina siempre impulsa a salir, a entregarse, a ir más allá. No hay fe sin riesgo. Solo abandonándose confiadamente a la gracia, dejando de lado los propios planes y comodidades, se dice verdaderamente “sí” a Dios. Y cada “sí” da frutos, porque se adhiere a un plan más grande, del que solo vislumbramos detalles, pero que el artista divino conoce y lleva adelante para hacer de cada vida una obra maestra.

En lo que refiere a la mística cristiana, somos creados por el amor infinito de Dios con un propósito único y un fin irrepetible. “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré” (Jeremías 1, 5) Y desde el Bautismo, todos los bautizados somos llamados: “Desde ahora serás Sacerdote, Profeta y Rey”.

Por lo tanto, ya tenemos una vocación, una experiencia mística, pues el distintivo de la fe, como cristianos, es el amor. Esta es la vocación de servicio que nos conduce por el camino espiritual y por qué no, también por el profesional, acometiendo con verdadera pasión, coherencia y desinterés cualquier tipo de reto, dando testimonio de fe, aun cuando tengamos que soportar, toda clase de penurias y sufrimientos.

La Iglesia debe fortalecer y actualizar en este tiempo la invitación a los jóvenes, con un creativo acompañamiento, tanto para varones como mujeres, a través de La Pastoral Vocacional que tiene una gran tarea: utilizar estrategias y herramientas que atraigan a más jóvenes a una entrega plena a Dios en la vida sacerdotal o religiosa. Sin embargo, es en la gran acción pastoral de la comunidad cristiana donde se manifiesta el deseo profundo del Padre, donde nace y madura la Vocación. Aquí, a través de cada comunidad y desde la experiencia familiar, tenemos, no solo el compromiso de rezar por las vocaciones, sino de motivarlas y sostenerlas.

Desde donde nos encontremos, estamos llamados por Él, a recorrer cada uno un camino preciso y a hacer de nuestra vida una continua alabanza al Padre, a través del sí que da frutos.

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