• Por Elvio Venega
  • Abogado y comunicador institucional

La visita del papa Francisco a Irak, un país árabe con algunas de las comunidades seguidoras de los ritos cristianos más antiguos del planeta, que se da en un contexto de grandes adversidades, es un significativo “acto de amor”. Así lo definieron desde el Vaticano a este viaje de cuatro días, que incluye actividades en las ciudades de Bagdad, Mosul, Erbil, Najaf y Qaraqosh.

La presencia del Santo Padre en dicho país, a poco de cumplir 8 años de su pontificado, es considerada como “peligrosa”, sin precedentes e histórica, porque hasta hoy ningún máximo pontífice de la Iglesia católica había viajado a esa nación, mayormente musulmana y donde vive una reducida comunidad de cristianos católicos que ha conocido el sufrimiento de las persecuciones de grupos yihadistas. Esta particular visita está llena de mensajes y de señales religiosas, de esperanza, de fe, pero también de contenidos políticos y diplomáticos, buscando tender puentes entre el catolicismo y el islam.

Por encima de los riesgos de contagios generados por la pandemia del coronavirus y los últimos atentados cometidos por grupos armados, el Pontífice cumple una postergada visita pastoral, también soñada y deseada por uno de sus antecesores, San Juan Pablo II, quien no pudo concretarla.

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Antes de su partida, había denotado la gran preocupación no solo por los cristianos católicos sino también por musulmanes y judíos en ese lugar, aclarando que su presencia sería en condición de “peregrino de paz en busca de fraternidad” para rezar y caminar juntos con los hermanos y hermanas de otras tradiciones religiosas, “en el signo del padre Abrahán, que une a musulmanes, judíos y cristianos en una sola familia”.

Y lo está cumpliendo. Francisco, tras su llegada al aeropuerto internacional de Bagdad, el pasado viernes, luego de ser recibido por el primer ministro, Mustafa Al-Kadhimi, participó de la ceremonia oficial de bienvenida en el palacio presidencial, donde se reunió en privado con el presidente de la República, Barham Ahmed Salih Qassim. “Vengo como penitente que pide perdón al Cielo y a los hermanos por tantas destrucciones y crueldad. Vengo como peregrino de paz, en nombre de Cristo, Príncipe de la Paz”, afirmó el Pontífice dirigiéndose al presidente iraquí, a las autoridades, a la sociedad civil y al cuerpo diplomático.

Aprovechó también para hacer un fuerte llamado a la no violencia y a silenciar las armas y dar paso al diálogo y a la construcción de una sociedad democrática, fraterna y estable. “Que callen las armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas partes. Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local. (…) No más violencia, extremismos, facciones, intolerancias (…)”, dijo el Papa a los presentes. Un poco más tarde, en la Catedral católica siria de Nuestra Señora de la Salvación de Bagdad con los obispos, sacerdotes, religiosos/as, seminaristas y catequistas, les dirigió palabras de aliento diciendo que “es fácil contagiarnos del virus del desaliento que a menudo parece difundirse a nuestro alrededor” y que, sin embargo, “el Señor nos ha dado una vacuna eficaz contra este terrible virus, que es la esperanza”.

Al tiempo de escribir este artículo, en su segundo día de visita, Francisco se encontró con el gran ayatolá Sayyid Ali Al-Husein Al-Sistani, en Nayaf, presidió el encuentro interreligioso en la llanura de Ur, donde remarcó la necesidad de contar unos con otros, en especial en este tiempo de pandemia que “nos ha hecho comprender que nadie se salva solo (Carta enc. Fratelli tutti, 54)”, a pesar de la tentación de distanciarnos de los demás. “Entonces el ‘sálvese quien pueda’ se traducirá rápidamente en el ‘todos contra todos’, y eso será peor que una pandemia (ibíd., 36)”, expresó el Santo Padre.

Al final del día, a su retorno a Bagdad, culminó su actividad con una santa misa en la Catedral caldea de San José. Una vez más Francisco, en esta gira, pone sobre sus hombros el mandato de Jesucristo; “Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación”. (Mc. 16, 15 - Mt 18,19).

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