Debilitado pero aún vivo, el movimiento popular de los “chalecos amarillos” franceses, surgido hace exactamente un año, moviliza el sábado a miles de personas en el país, sobre todo en París, donde ya se registraron detenciones y actos violentos.

Desde primera hora de la mañana, centenares de manifestantes se congregaron en diversos puntos de la capital francesa. En algunas zonas, grupos violentos que se infiltran en protestas, se enfrentaron a las fuerzas del orden, lanzaron adoquines, incendiaron contenedores de basuras y volcaron vehículos.

La policía antidisturbios respondió con gases lacrimógenos para dispersar a la multitud, que se refugió en cafés y tiendas cercanas.

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“¡No vamos a retroceder! ¡Seguimos aquí, aunque Macron no quiera, seguimos aquí!”, coreaban los presentes, en tono desafiante, en Place d’Italie, al sur de la ciudad.

“Seguimos movilizados porque queremos un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos, la situación en Francia es cada vez peor”, dijo Rémi, funcionario público.

“Yo gano un poco más del salario mínimo y tengo dos hijos. El dinero no nos alcanza hasta fines de mes”, agregó este hombre que hizo el viaje desde Borgoña, a 250 km de París.

El 17 de noviembre del 2018 más de 300.000 personas, la mayoría vestidos con el chaleco amarillo fluorescente que cargan los conductores en los vehículos para usarlo en caso de accidente, salieron a las calles de Francia para protestar por un impuesto sobre el combustible.

En muy poco tiempo, este movimiento sin líderes ni estructura, que se organizó gracias a Facebook, puso en jaque al gobierno del presidente francés Emmanuel Macron, destapando el profundo descontento en las clases más modestas por la pérdida de poder adquisitivo y desigualdades sociales.

En el primer aniversario del movimiento, los “chalecos amarillos” quieren darle un nuevo impulso porque para muchos, las causas que condujeron al estallido de las protestas no han desaparecido.

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