Lo que empezó como un viaje desde Nueva York para celebrar el carnaval en familia derivó pronto en una lucha incansable contra el coronavirus. En medio de sus propios dramas, la médica Marise Gomes completa un año salvando o enterrando pacientes vencidos por el COVID en Brasil.

La noche se asoma en el hospital de campaña de Santo André, un municipio a veinte kilómetros de Sao Paulo. El aparcamiento del polideportivo, acostumbrado a recibir atletas y aficionados, se llena en un abrir y cerrar de ojos de ambulancias colmadas de jóvenes y viejos que batallan por respirar.

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En lo que antes era una cancha de baloncesto, Marise y un grupo de médicos y enfermeras atienden a decenas de enfermos de un virus que ha matado a más de 320.000 personas en Brasil. Al ruido de los aparatos de ventilación con frecuencia se sobrepone la tos de algún doliente.

“Ahora nuestros pacientes son más bien jóvenes, sin comorbilidades, que responden mal [al COVID-19] y mueren, para sorpresa nuestra”, dice esta médica-cirujana de 53 años, con tatuajes y arete en la nariz.

La explosión de la pandemia halló a Marise en su tierra, que visita poco desde su radicación en Estados Unidos hace quince años. Viajó a Brasil en febrero de 2020 a disfrutar de la temporada de carnavales en momentos en que varios países ya avizoraban la magnitud de la tragedia. Su esposo Jack, un abogado estadounidense de 74 años, se le unió un mes después.

Enemigo en casa

Marise hubiera podido alistarse en la lucha contra la nueva neumonía en Nueva York, donde ejerce. Pero optó por quedarse, haciendo caso a las corazonadas que le decían que Brasil iba “a tener dificultades”.

“Pensé en regresar, llegué a avisarlo, pero de cierta forma fueron 15 años en que no vi un paciente en mi país”, señala. “Creí que podría ser más útil aquí”. Contactó a colegas de facultad y en abril empezó labores en el hospital de campaña de Santo André, de 180 camas, aledaño a la ciudad de Sao Bernardo do Campo, donde su familia reside, en el cinturón industrial de la capital económica del país.

La pandemia empezaba a explotar en el gigante latinoamericano a la par de que el presidente Jair Bolsonaro minimizaba los efectos del virus y se oponía a las medidas de distanciamiento alegando sus efectos económicos negativos.

El COVID-19 tocó pronto las puertas de la casa de esta especialista rubia y delgada. El virus se llevó a dos tíos suyos, mientras ella, como miles de médicos y enfermeras, trabajaban a tiempo completo para atender una demanda que crecía como espuma. “La gente me decía: ‘¿Qué estás haciendo aquí? ¡Regresa para allá!’. Como si hubiera algún ‘allá’ perfecto”, recuerda.

Dolor inesperado

El deseo inicial de estar junto a su madre, sus tres hermanos y sus sobrinos fue tornándose un espejismo. Su esposo alquiló una casa en una zona costera cercana y ella hacía maromas para evitar poner en riesgo a su mamá. “Es difícil regresar a casa y sentirse rechazada por venir de un hospital”, afirma. Pero los cuidados evitaron que se contagiara y ahora, ya vacunada, respira más tranquila.

Sin embargo, es una tranquilidad relativa. Los ojos se le encharcan y su voz se quiebra cuando recuerda el suicidio de su hermana, una profesional de salud de 47 años, en noviembre. Una depresión que arrastraba hacía años le ganó la puja. “Es mucho dolor junto, pero al mismo tiempo he visto tantas personas con un dolor mayor que el mío”, afirma.

Antes de terminar una extenuante jornada, Marise lamenta que “no haya un cambio de comportamiento” de los brasileños, poco más de un año después de la detección del primer caso de COVID-19 en el país. En las calles los cubrebocas no son ley, las fiestas clandestinas son recurrentes y la vacunación avanza a paso lento.

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“Las tomografías son terribles, de jóvenes de 22, 23, 25 años. Es asustador. Tengo miedo, miedo por la población (...), porque [los enfermos] no entienden la magnitud de lo que están viviendo y lo que van a tener que vivir en el futuro”, confiesa.

La doctora espera volver “en breve” al Nueva York donde construyó su vida. Mientras ese día llega, junto a médicos y enfermeras seguirá desafiando el peor momento de la pandemia, con hospitales al borde del colapso y récords de muertos. “Yo estoy dando todo lo que tengo”, afirma.

Fuente: AFP.

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