Por Óscar Lovera Vera, periodista

La Policía contaba con una única testigo, ella continuaba internada en un hospital, y las pistas apuntaban a una venganza que no podía determinar. A los pocos días un reporte forense finalmente esclarecería el caso.

Perdió la vista, pero eso no fue lo peor para Gloria. Perdió a su familia y aún no comprendía qué había pasado, por qué ocurrió. Cuando entró a la casa, todos seguían ahí, menos a los que ella amaba.

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Nunca despertó de la pesadilla. En una noche quedó sin padres e hijos. Al día siguiente del crimen, la casa donde hasta el día anterior correteaban los niños, mientras ella atendía con amor a sus padres fue lo más cercano a su infierno en la tierra.

Aquella casa ya no era un hogar, sino una espeluznante escena del crimen, con personas desconocidas tomando fotografías, midiendo distancias, susurrando ideas, teorías, deambulando de aquí y allá.

LA PRIMERA CLAVE

Policías, forenses de criminalística y varios funcionarios fiscales, veía cómo cada uno se encargaba de tapar los carchos de sangre con arena, la pericia había concluido un día después de la noche atroz.

En aquel recorrido el arma homicida apareció, fue la primera clave de aquel difícil acertijo por descifrar. El cuchillo de cocina continuaba en una de las mesas y el desorden se extendía todavía alrededor de la casa, prácticamente intacto el revoltijo.

Las camas de ambos niños estaban cubiertas con sus mantas, sin arrugas. Sus juguetes, ropas y calzados, manchados de sangre; todo seguía allí, Gloria vio todo eso, pero aún no le relataron el desenlace de la noche, apenas recordó que gritó pidiendo auxilio. Fue hasta una ventana, tenía el rostro cubierto de sangre y gritó desaforadamente que llamen a la Policía, que él los estaba matando a todos. Más allá de aquel recuerdo que calaba profundo, más que el cuchillo, no tenía nada presente. No se enteró que todos habían muerto.

Gloria estaba confundida, no articuló palabra alguna, la conmoción provocó una barrera entre ella y lo que sucedía alrededor. El pánico generado por la violencia impresa por el asesino y por la incertidumbre sobre la suerte de sus hijos y padres, nada sabía. Nadie se acerca a ella a comentar lo que había pasado.

En ese instante recordó su corto pasado, los últimos años de felicidad que tuvo. Se sentó en una esquina de la casa y su memoria echó atrás algunas imágenes, dejándola con la mirada perdida en una fotografía familiar.

Hacía un año que sus padres abandonaron su ciudad, General Aquino, en el departamento de San Pedro. Toda su vida vivieron distantes, en la tranquilidad de una sombra y tierra fértil. El destino sórdido fue injusto, una enfermedad que complicó sus vidas los obligó a abandonar aquella localidad y viajar hasta la casa de su hija, el acceso a un mejor plan médico, medicinas y cuidados constantes eran la única alternativa que les quedaba, la única condición era adaptarse a vivir en otra casa, perder aquella libertad de pareja, una cirugía de urgencia presionó para que la decisión sea esa. Desde aquel entonces viven todos en la 4002 de la fernandina calle Guarania.

A Luis Alberto lo conoció en un colegio nacional de la misma ciudad donde residían. Gloria comenzó siendo secretaria y luego docente. Luis ya ejercía la docencia en esa escuela. Traía consigo un pasado como seminarista, pero con el tiempo lo abandonó.

Sin embargo, puso en práctica lo que aprendió, sus alumnos recibían instrucciones de ética ciudadana, historia y filosofía.

El matrimonio llevaba ocho años, no muy buenos en los últimos tiempos. Ella era consciente de eso, pero continuaba por sus hijos. En ese instante volvió en sí, comenzó a recordar todo, cada minuto de furia y el dolor la arropó. Un llanto angustiante en la sala se desató despertando la inquietud de todos, aunque extraños se compadecieron.

LA SEGUNDA CLAVE

– Comisario, el forense me pidió que le entregue este resultado, es de la autopsia hecha al cuerpo de Luis Gayoso –el jefe de homicidios consintió el paquete con la cabeza, al sostener el papel presentía que algo con peso, una información que pudiera echar luz al crimen.

En el reporte el médico mencionaba una mancha de sangre en las manos, pequeñas gotas que impregnaban los dedos pulgares, índice y alrededores. Parte del extracto del documento relataba un final sugerente, algo que intuía el policía desde un primer momento. En la región parietal derecha se observaba una herida contusa, irregular, estrellada, con una cavidad anfractuosa debido al despegue de los tegumentos, con algunos depósitos negruzcos.

En la zona parietofrontal izquierda hay otra herida ovalada, de un centímetro de diámetro aproximado y los bordes ligeramente evertidos. Otras lesiones asociadas son hematoma en gafas y epistaxis.

En la realización de la autopsia, se objetiva una fractura radial del parietal derecho, que converge sobre un orificio redondeado con bordes cortantes en la tabla externa del hueso. La tabla interna biselada a modo de cono truncado con la base hacia el interior del cráneo.

En el hemicráneo izquierdo se aprecia otro orificio en la región parietofrontal con la tabla externa biselada con la zona más ancha hacia el exterior. La tabla interna presentaba los bordes del orificio cortantes.

Cuando el disparo se produce a cañón tocante, el orificio de entrada está constituido por una herida contusa, irregular, estrellada, y sobre una cavidad anfractuosa debido al despegue de los tegumentos: es el cuarto de mina, cuyas paredes están tapizadas por restos negruzcos compuestos de humo, partículas metálicas, granos de pólvora y restos tejidos mezclados con sangre. En la configuración de la herida también influye la presión de los gases y el sobreestiramiento de la piel.

Por último, la dirección del disparo ha de ser compatible con el mecanismo suicida. Un sujeto diestro habitualmente se dispara de derecha a izquierda. La configuración del orificio de entrada y de salida en el hueso va a ser primordial para la interpretación de la dirección del disparo. Cuando el proyectil atraviesa el cráneo la confrontación de los orificios constituye un fiel índice de cuál es el orificio de entrada y cuál, el de salida. En el estudio de las dos tablas del diploe craneal, la segunda atravesada presenta un orifico mayor y más irregular, adoptando la típica imagen de cono truncado con la base señalando la salida del proyectil.

Las heridas que se observan en la cabeza, productos del disparo y las pequeñas manchas de sangre en las manos se puede explicar médicamente con un fenómeno llamado golpe de mina de Hoffman, se caracteriza por una lesión estrellada, irregular, con bordes dentados, producto del reflejo en una superficie ósea plana subyacente de los gases producidos por la deflagración de la pólvora. Debido a su morfología, es posible que remedre a los orificios de salida.

El comisario levantó la vista, observando fijamente a su ayudante, tragó algo de saliva y dijo –él los mató, mató a todos y luego se disparó en la cabeza. Esa es la segunda clave en esta historia…

UN PUÑAL

Para Gloria el divorcio era un hecho, motivos le sobraban para poner fin a la relación. Él estaba al tanto de su decisión y si no daba el paso era porque aún le causaba remordimiento los niños. Luis Alberto no podía permitir que ella lo haga, se resistía a dar por terminada su relación y desató alrededor de su esposa un cerco de amenazas y constante violencia.

El mismo día en que el hombre se convirtió en el asesino, su esposa una vez más le dijo que no volvería a ser como antes, que todo terminó. Quizá la respuesta que esperaba el docente para tomar su siniestra decisión, su plan lo ejecutó en la noche del 28 de julio de aquel 2005.

Entre los rumores después del múltiple crimen, mencionó uno de los hermanos de Gloria que la mujer quedó sin dinero después de un desfalco que habría ocasionado Luis al dinero que tenía el matrimonio, esto lo sintió como un puñal, provocando una profunda herida en la confianza de la pareja.

De Gloria nunca más se supo, algunos cuentan entre suposiciones que viajó a Buenos Aires y se instaló allí, nunca más volvió a la casa 4002.

FIN

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