Por Bea Bosio beabosio@aol.com

En este domingo de otoño, iniciamos con Toni Roberto una serie de encuentros que iremos llamando Tertulias de Plaza. En estos diálogos buscaremos un tema en común y a partir de una buena conversación, construiremos historias que luego plasmaremos de manera conjunta o interconectada en estas páginas. Tertulias de Plaza será un espacio mensual o bimestral, que siempre girará en torno a un tema en particular. El de este domingo, de arranque, va dedicado a los maestros que tocaron nuestras vidas.

Maestra

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Todavía recuerdo su casa en la zona del Mangrullo. El destino anhelado de aquellos sábados en lo de Cira Moscarda. Los detalles son difusos. (Y es que la memoria se hace esquiva cuando remonto a mis años más tiernos de infancia.) Recuerdo sí, la ilusión que sentía al llegar a la puerta que se abría a un jardín encantado, donde la consigna era SER LIBRE por sobre todas las cosas.

Cira nos esperaba en su taller con todo tipo de pinceles, lápices y hojas, y ahí pasábamos la mañana con los hermanos Pompa. Dea madre era amiga y discípula, y por eso habíamos caído en la gloria de aquel sitio lleno de magia.

No puedo determinar con precisión los tamaños. Ni del taller de dibujo, ni del patio. Pero sí la sensación de que cabía un universo en aquel paraíso libertario.

A ella sí, la recuerdo pequeña. Su manera peculiar al caminar, y la sorpresa que sentí cuando la vi por vez primera.

–¿Qué te pasó? –pregunté con la franqueza de niña, y a ella no le incomodó que lo hiciera. Cira había tenido parálisis infantil y vivía con las secuelas.

Intento reconstruir algunas cosas, y de pronto me encuentro tomando el teléfono para escribirle un mensaje a Dea hija, que me saluda sorprendida luego de unos cuarenta años de ausencia.

(Dea querida, ¿te acordás cuando éramos nenas y los sábados íbamos a pintar a lo de Cira?).

Dea al instante se emociona y me acompaña a recorrer aquel sitio de la memoria esquiva. (¿Eras vos la que llevaba el pan con manteca y azúcar? Me pregunta y ríe de pronto) y yo que no tengo la menor idea, siento que de igual manera se me endulzan los ojos. Hace unos años Dea y Lía Colombino trabajaron juntas un material sobre Cira. “Desalmidonar los párpados” se llamaba el documental de Dea, a partir del relevamiento de archivos de arte que realizó Lía.

Dea me cuenta lo que recuerda, aunque también por el paso del tiempo ciertas cosas se le han vuelto nebulosas, y muy pronto nos enfocamos en la esencia:

–Cira me enseñó la libertad – me dice.

Y eso es exactamente lo que en mí evoca.

Porque cuando llegué a lo de Cira, yo sabía que dibujar no era mi arte y estoy segura que muy pronto también lo supo ella. Pero jamás me hizo sentir inferior por eso, ni dejó de impulsarme a una experiencia creativa. ¡Por fin una maestra de artes plásticas que me quería! ¡Por fin alguien que no me constreñía a la perfección de los trazos y me dejaba hacer las cosas a mi manera!

Cira muy pronto descubrió mi amor por la lectura, y empezó a nutrirme de historias de gnomos, duendes y hadas. Me guardaba recortes de revistas y fotocopias de ese tipo de cuentos y con eso me esperaba cada semana. Entonces en vez de quedarme en su estudio a intentar hacer lo que no me salía, yo iba –con su bendición– al pequeño jardín frontal cerca de la parralera, y ahí, entre las plantas, leía y me inspiraba.

Entonces surgía un collage, un garabato, un poema, que ella siempre celebraba.

Lo que Cira me estaba enseñando en su taller era a ser libre, a expresar el alma sin reglas pactadas. Y en esa libertad se acunaba mi niña, y con semejante maestra, le crecían las alas.

Estuve con ella un año, tal vez. Bajo el cielo azul de un jardín precioso, lejos –bien lejos– de todas las aulas. Pero la recuerdo como una de las grandes maestras que tocó mi vida, y bendigo siempre su influencia alada.

¡GRACIAS, MAESTRA!

En esta crónica me toca también agradecer a Dea Frizza, Dea Pompa, Hugo Cataldo y Lía Colombino, por colaborar con la memoria esquiva de mi infancia.

Desde la placita de Walt Disney y de todos los maestros

Por Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com

Hoy en este primer encuentro de “Tertulias en la plaza”, Bea Bosio y Toni Roberto recorren los recuerdos de sus maestros, Bea se centra en la figura de Cira Moscarda, fundamental en su definición con las letras y Toni Roberto haciendo un multitudinario encuentro imaginario con sus docentes de las aulas y de la vida que le llevaron al particular camino entre el arte y las pequeñas crónicas de la ciudad. Un encuentro entre Crónicas del alma y Cuadernos de barrio, por los senderos de estos diálogos al aire libre que recorrerán desde diferentes plazas de Asunción y sus alrededores.

Son las 15:00 de una tarde fresca de los hermosos últimos días del mes de abril en el pico de la pandemia, Bea y yo decimos “fundar” Tertulias en la plaza, un encuentro mensual de donde surge un tema en común, este domingo el recuerdo al maestro.

Sentado en la placita Walt Disney, ahí en el corazón del antiguo loteamiento Manorá que le dio el nombre “no oficial” al barrio Santo Domingo, que nos recibe con sus enormes jacarandás y la algarabía de unos niños jugando, como si fuera un concierto de fondo a la charla próxima a iniciarse, miro el cartel que reza su denominación y por asociación recuerdo al dibujante Andrés Guevara el genial paraguayo más conocido como “Guevarita”, que había diseñado el prestigioso Clarín de Buenos Aires, quien según contaba Olga Blinder se carteaba con el legendario Walt Disney y quien se merece lucir su figura en esta plaza junto al de este célebre ciudadano americano.

Llega Bea y empieza la conversación, ya de antemano pactamos hablar este domingo de nuestros maestros, de aquellos que dieron un golpe de timón en nuestros pensamientos, en nuestras sensibilidades con una educación absolutamente distinta y transversal, Bea mira al cielo y recuerda a su maestra fundamental, Cira Moscarda, quien le dio la libertad de elección en su camino en la expresión, yo, en mi caso buscando en el lejano pasado, la construcción de una familia del arte, yéndome inevitablemente a la calle Irrazábal y Eligio Ayala a esa antigua casa que fue mi segundo hogar, la “Escolinha de Arte” y los maestros que terminaron siendo familia, ahí encontré en Livio Abramo al abuelo que no conocí, a mis tías del arte como lo fue Marta Barudi y a mis compañeros que a partir de ahí pasaron –hasta hoy– a ser mis primos y en muchos casos mis hermanos del arte como lo son Carlo Spatuzza, María Alejandra García y Adriana González Brun.

¿Quién dijo que todos los caminos no llevan a Roma? El sendero fue distinto, Bea se centra absolutamente en Cira, una gran maestra de arte experimental, en mi caso en muchos otros, que si les nombro uno a uno sería muy injusto de mi parte porque me podría olvidar de algunos, todos ellos influyeron en mí como si fuera una gran licuadora donde se pusieran todos los elementos y saliera un nuevo plato. De lo que sí estoy seguro es que después de ese recorrido por ese aprendizaje el resultado es este encuentro con Bea en esta “setentosa” placita del barrio Santo Domingo homenajeando a nuestros maestros, yo, incluyéndole imaginariamente en el cartel a “Guevarita” o mejor, a todos los maestros, por eso término preguntándome ¿habrá una plaza denominada “De todos los Maestros”?. No lo sé, si no lo hubiere sería un acto de justicia con todos ellos y con Cira también.


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