- Por Bea Bosio
- beabosio@aol.com
Había dos buses con chicos de colegio esa mañana. Viajaban atrincherados por sexo (en uno iban ellas y en otro andaban ellos). ¡Iluso el maestro que había gestado esa idea tan pacata! Volaban de un bus a otro piropos, avioncitos, planes posibles, sonrisas y números telefónicos…
En cada tramo, un jolgorio. Un escándalo de risas y devaneos que alteraba al tráfico de por sí ya loco. Alguna bocina cómplice. Algún gesto desaprobatorio. Pero nada que opacara esa fiesta de encanto, aquella bocanada de vida destilando entre un micro y otro.
Viajé entre esas bayonetas un largo trayecto, sintiéndome vieja en mi adultísimo taxi que calculaba dinero en kilómetros.
“Seja bem-vinda ao Río”, sonrió el taxista al ver por el retrovisor que no sacaba los ojos de esa batalla de seducción que en cada semáforo iba creciendo.
Sonreí yo también y ninguno de los dos precisó decir más nada. Porque Río era precisamente eso:
Una expresión de efervescencia-enmarcada en un paisaje bajado de los cielos…
Altura de Copacabana, Río de Janeiro.