Había dos buses con chicos de colegio esa mañana. Viajaban atrincherados por sexo (en uno iban ellas y en otro anda­ban ellos). ¡Iluso el maestro que había gestado esa idea tan pacata! Volaban de un bus a otro piropos, avionci­tos, planes posibles, sonrisas y números telefónicos…

En cada tramo, un jolgorio. Un escándalo de risas y deva­neos que alteraba al tráfico de por sí ya loco. Alguna bocina cómplice. Algún gesto des­aprobatorio. Pero nada que opacara esa fiesta de encanto, aquella bocanada de vida des­tilando entre un micro y otro.

Viajé entre esas bayonetas un largo trayecto, sintién­dome vieja en mi adultísimo taxi que calculaba dinero en kilómetros.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

“Seja bem-vinda ao Río”, sonrió el taxista al ver por el retrovisor que no sacaba los ojos de esa batalla de seduc­ción que en cada semáforo iba creciendo.

Sonreí yo también y ninguno de los dos precisó decir más nada. Porque Río era preci­samente eso:

Una expresión de efervescen­cia-enmarcada en un paisaje bajado de los cielos…

Altura de Copacabana, Río de Janeiro.

Dejanos tu comentario