El crimen de la pareja de alemanes ocurrió en el 2010. Los mataron con saña y el asesino ocultaba venganza. Pese al esfuerzo de la Policía, el único sospechoso quedó libre. Nunca pudieron determinar las causas reales del asesinato y menos quién lo hizo.

  • Por Óscar Lovera Vera
  • Periodista

El médico forense confirmó lo que para el comisario era visible. Los disparos fueron a corta distancia, una ejecución sin res­quemor. El hombre tenía dos impactos de ingreso y salida, la mujer uno. Ambos en la parte poste­rior de la cabeza, de ahí se desprendía la teoría de un fusilamiento. El tiempo que transcurrió apuntaba a que la muerte ocurrió el sábado 3 de julio. Llevaban dos días muertos.

El jefe de Policía analizó por unos minutos por qué ejecutarían a la pareja si la intención real era el robo. Lo único que lo obstinaba a la idea era los sucesivos crímenes a europeos que se instalaron en la ciudad. La finalidad de la mayoría fue el atraco. Martínez estaba confundido. Pero todo quedó más claro cuando escuchó a uno de sus ayu­dantes gritarle y eso pro­venía de la casa.

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– ¿Qué pasó che ra’y (mi hijo)? Interrogó Martínez apenas llegó hasta una ofi­cina.

– Mirá jefe, esta caja fuerte la encontramos así, abierta. Según la señorita que trabaja aquí, el único que puede abrirla es el dueño de la casa.

Martínez despejó sus dudas, la hipótesis del robo tenía sustento.

La investigación expuso su lado oscuro. La sola hipóte­sis del robo no satisfacía la convicción de los policías. Para alimentar la pesquisa, el comisario Martínez pidió el apoyo de agentes de la capital. Un grupo de la oficina de Homicidios se sumó a las pocas horas.

Lo primero es verificar todo el entorno de este hombre, comisario. Todo lo que sepan como lugare­ños nos servirá para com­prender qué pasó. El simple robo no cierra, en lo abso­luto. Esos disparos en lacabeza indican una saña, una venganza. Alguien los quería muertos. Ahora nos falta descubrir el porqué…

Con notable deducción, el agente Carlos Rojas explicó al comisario Martínez por dónde comenzar a inda­gar para descubrir lo que ocultaba con celo el atroz crimen. Rojas era oficial inspector en el Departa­mento de Investigaciones y llevaba varios casos com­plejos investigados. El cri­men de los alemanes pasó a ser un gran desafío en su carrera.

NEGOCIOS OSCUROS

Cinco días transcurrie­ron desde que un grupo de investigadores provenien­tes de Asunción se instaló en Ypacaraí para conocer todo sobre la pareja. La investigación involucró el estado financiero, las deu­das contraídas y los que con­trajeron deudas. Los rumo­res sobre algunos negocios a los que se dedicaba Eckhard daban otra perspectiva sobre el atentado.

De aquella pila de datos y documentos un nombre se apartó por la cantidad exce­siva de dinero prestado por la víctima que aparente­mente no pagó, mezclando rumores de amenazas de muerte.

El oficial Rojas ordenó al grupo que se prepare para el primer procedimiento; miró fijamente el nombre marcado en tinta azul. El papel lo sujetaba con fuerza, tenía la certeza que esto lo conduciría al sospe­choso principal.

UNA DEUDA DE SANGRE

Miércoles 21 de julio, die­cinueve días después del asesinato. Rojas y su grupo rodearon la casa donde estaba alojado el sospe­choso. La pista los llevó hasta la ciudad de Villa Hayes, en el Chaco para­guayo.

– Paredes, vos y Benítez vean si en la parte de atrás tiene salida, cubran ese sector. El resto entra con­migo, estos se esconden o nuestro objetivo se enteró que lo íbamos a visitar.

Dentro de la casona, en el árido suelo colorado, un hombre austriaco vivía con su esposa. Aquel era Sandro Otto Afsner y su vínculo comercial con una de las víctimas lo ataba al proceso. Tenía 42 años y su aspecto era rudo. De fac­ciones fuertes, bastante serio y de poco hablar. Su metro ochenta y siete de altura y ciento diez kilos lo hacían de temer ante cualquier resistencia al arresto, pero no lo hizo. Simplemente colocó las manos frente a su abdo­men y dejó que lo espo­sen. En ese momento, Rojas sabía que el perfil de Otto encajaba con el de un potencial autor del doble homicidio.

Sus antecedentes en el extranjero lo delata­ban como una persona con denuncias por agre­sión, maltratos, secuestro de personas y explotación sexual. Lo que sorprendió aún más al oficial de Policía fue la orden de detención y extradición proveniente de Viena. Otto Afsner no era cualquier sospechoso.

El hombre se radicó en el 2008, ingresó con una joven de 16 años y logró casarse con ella. La misma con la que vivía en esa casa. Pero no era la única; como fase previa en el análisis del perfil del aus­triaco detectaron que su ex mujer fue visitada por él en la misma frecuencia de tiempo en la que se per­petró la matanza. Ella era Manuela Andrea Grab­ner. Rojas obtuvo otra orden de detención y la sorprendieron ocho días después en una mañana, en el barrio Villa Anita de la ciudad de Ñemby.

Para ese entonces, el ofi­cial Rojas sostenía la auto­ría del asesinato sobre los dos. El fiscal Humberto Houdin verificó el informe del agente y ordenó que los imputen por el homicidio, la causa por fin contaría con sus primeros sospe­chosos.

LA FALLIDA IMAGEN

El rastro financiero de Sandro no fue lo único que descubrió Rojas, también obtuvo una pista de los movimientos bancarios de Eckhard. Una tarjeta de crédito.

Jefe, el banco que le otorgó la tarjeta de crédito a Eckhard nos reportó unas compras en un local comercial en Villa Elisa, fuimos a verificar y pedimos una copia de las cámaras de seguridad –mencionó Bení­tez, uno de los hombres de confianza de Rojas.

Colocaron el disposi­tivo USB en una compu­tadora y reprodujeron el archivo. Para ellos, la imagen era contundente, un hombre de aspecto calcado a Sandro fue el que utilizó el plástico en el local, pero la habilidad para esconder el rostro de la lente de la cámara no les permitía una cer­teza con ese elemento. Era mucho, pero a la vez nada. Sin la identificación plena del autor, esa filmación era una mera especulación.

PERO QUEDABA ALGO MÁS…

– Jefe, espere, aún no vio toda la filmación. En esta segunda parte verá cuando sube a su vehículo. Es una camioneta Nissan Terrano, la matrícula nos condujo a Sandro Otto. Y los datos del banco nos dicen que el monto que extrajo de la cuenta de Eckhard fue de trescientos euros.

Rojas estaba satisfecho con el avance y dibujó una nueva estrategia de inves­tigación.

– Bueno señores, exce­lente trabajo. Remita­mos esto al fiscal. Sume­mos al dato que obtuvo el suboficial Paredes sobre el engaño que montó San­dro ante la pareja. Se hizo pasar como agente inmo­biliario, interesado en las tierras que compraban y vendían. Creo que aquí está el trasfondo de todo, se ganó la confianza de ellos y luego planeó quedarse con el dinero que tenían. Un psicópata. La imputa­ción del fiscal Houdin será más sólida.

– Otra cosa, ordené que nos consigan una barra magnética para extraer el arma homicida. El forense obtuvo el plomo testigo del cráneo de las víctimas y me confirma que es una de 9 milímetros. Benítez y Pare­des encárguense de eso.

MALAS NOTICIAS

El mes de agosto tenía resabios de invierno y la lluvia incomodaba por momentos. El reflejo de un impaciente oficial Rojas se confundía con el empa­ñado cristal de la ventana lateral de la comisaría en Ypacaraí. El trabajo aún era incesante a más de un mes del crimen. Aún falta­ban cabos por unir y cerrar el caso, al menos desde la Policía. Sin embargo, las malas noticias actuaron en réplica. Dos de sus hom­bres llegaron a la oficina con el rostro reflejando una decepción. El fiscal Houdin decidió desestimar la imputación porque en el análisis forense concluye­ron que existían diferen­cias entre Sandro Otto y el aspecto físico del hombre en la filmación de las cáma­ras de seguridad de aquel comercio en Villa Elisa. No eran los mismos, para Rojas eso no era cierto.

El infortunio asestó un segundo golpe. Benítez y Paredes no encontraron el arma homicida, estu­vieron horas con la barra magnética registrando el pozo de quince metros. Nada hallaron. Sin el arma homicida, no tendrían huellas; sin huellas, no tendrían al asesino.

Un informe del departa­mento de documentos de la Policía determinó que el documento paraguayo de Sandro era de contenido falso. Su situación migra­toria era irregular. Sin una causa penal, solo quedaba expulsarlo del país.

El oficial Rojas quedó con el caso desmoronado, con impotencia. Lo poco que encontró de evidencia se disipó como el viento que soplaba en su rostro mien­tras veían a su sospechoso cruzar la frontera. Con él se iba el misterio que envolvía aquel pozo a quince metros de profundidad.

FIN.

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