Para un alma contemplativa, la ruta sin duda tiene toda una línea narrativa que hace de los viajes una experiencia particular. A mí, que me encanta perderme en los colores y humores del camino, las nueve horas de ruta que me esperan no me amilanan, sino al contrario: yo quiero ver cómo será la ruta desde Puerto Casado hasta la capital.

Porque será una balsa, un bus y un taxi hasta hacer puerto en mi destino final.

Cargo una semana de errancia en la mochila y desde que me embarqué en el Puerto de San Antonio hace siete días se me han alivianado los pies (será el efecto de flotar) seis noches a bordo de un barco que marchaba rumbo a Corumbá y una más en los obrajes de Casado, allá por el Chaco Boreal. Ayer por la tarde nos tocó despedir a nuestros compañeros de viaje, que hoy ya andarán cerca de la frontera entre Brasil y Paraguay, y junto con Yammy (mi compañera de la Pastoral) pernoctamos en la casa parroquial. Anoche todavía se mecían mis sueños en el bamboleo de las aguas, y es que no he logrado bajar los pies a la tierra desde que me puse las alas para viajar. Y ahora de nuevo el río. Tan presente en la vida de esta zona y de este viaje que ya llega a su final. Estamos en la balsa de don Sartú listas para cruzar a la Región Oriental. De ahí tomaremos el colectivo que nos han dicho que pasa a la una de la tarde por Tres Cerros y luego sigue su rumbo hasta Asunción.

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La balsa lleva un poco de retraso y me inquieto. Tengo miedo de perder el ómnibus y no tener en Tres Cerros un lugar donde pernoctar. Pero los que manejan la balsa me dicen que estamos bien de tiempo y que ya vamos a zarpar. Doris es la última pasajera que sube a la balsa con su moto. Su misión es cruzar a la otra orilla y manejar 18 kilómetros al Norte para sacar efectivo de un cajero automático de Vallemí. Luego volverá sobre el camino andado a esperar la balsa para volver a cruzar al Chaco. La miro y me admira la determinación heroica con la que viene y va. Doris es madre y maestra rural. No piensa que su travesía sea nada extraordinaria ni parece molesta por tener que hacer semejante periplo para lo que a uno le es tan accesible en la capital. Tiene esa determinación callada de las mujeres de nuestra patria, que entraman la red de subsistencia en la adversidad. Hablamos de los chicos de una localidad indígena que trabajan con ella, de los mil problemas que aquejan a la zona de manera endémica, de las ausencias del Estado y las mil pequeñas victorias anónimas de la comunidad. Doris tiene una visión positiva del mundo y necesita seguir batallándole a la vida, así que no se detiene mucho al llegar al otro lado de la orilla y se despide de nosotras, no sin antes indicarnos dónde debemos esperar el bus.

Tres Cerros es una pequeña localidad ribereña en el distrito de San Lázaro, cercana a Vallemí. La gente del lugar trabaja en su mayoría en la explotación de piedra y cal. La ruta pasa frente a una despensa que oficia de boletería. Ahí compramos los boletos y pronto subimos al segundo piso del colectivo que va directo hasta Concepción. Lo último que veo antes de salir del río es una embarcación que se llama Misericordia II. Imagino que una primera misericordia le precede y me cuentan que son misioneros los que la habitan recorriendo la zona en los ritos de evangelización. Con esa imagen de la misericordia flotante me despido de esta aventura hasta una próxima vez.

No puedo dejar de pensar en esa palabra cuando andando por la Transchaco veo los asentamientos indígenas al costado de la ruta. Es un día frío y me duele verlos tan a la intemperie de la indiferencia y la adversidad. Como una estirpe olvidada del tiempo. Casi invisibles perdiéndose en el polvo del camino. Legítimos pobladores del Paraguay. La noche va cayendo en la ruta y mis compañeros de viaje cabecean, mientras alguno juega ausente con el celular. Cerca de las 22:00 comienza el cono urbano con sus trajines y todo parece que de pronto aumenta en velocidad. A las 23:00 y tanto me bajo en la parada de taxi de Madame Lynch y Primer Presidente. Ya solo queda un último tramo hasta la puerta de mi casa. Abrazo a Yammy, quien ha vivido toda esta aventura conmigo: 13.400 kilos de víveres entregados y 130 bolsas de ropa más tarde, ya de nuevo en el tráfico loco de la ciudad. Vaya viaje. El lunes pasado embarqué sin conocer a nadie y toqué tierra una semana más tarde amigada con la vida por el mundo diverso que descubrí en siete días: los confines más remotos de mi tierra tan querida.

He forjado una nueva amistad con el silencio. He logrado sumergirme en mis cauces más profundos con el alma embriagada de estrellas y el espíritu errático y salvaje. Buceé en las lágrimas de mi duelo y ante la extrema necesidad valoré cada una de mis bendiciones. Renové el compromiso con mi patria y renací con el sol del horizonte.Me volví a sentir todoterreno. Libre y ligera de equipaje. Infinitas gracias a la tripulación maravillosa del Enrico H, a Ricardo González de la Pastoral y a la intrepidez de la querida Yammy.

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