Por Carlos Giménez

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“¿Usted ha estado en otras cárceles?”, pregunta seriamente Edgar, encargado del pabellón D de la penitenciaría de Tacumbú, para admitir al periodista británico Raphael Rowe. “Sí”, le responde secamente el presentador de “Inside The World’s Toughest Prisons” (Dentro de las cárceles más duras del mundo), que este último miércoles abrió su cuarta temporada con la cárcel paraguaya a través de Netflix.

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Desde 2016, Rowe ha visitado con su exitosa serie documental las prisiones de Honduras, Polonia, México, Filipinas, Brasil, Ucrania, Papúa Nueva Guinea, Belice, Costa Rica, Colombia, Rumania, Noruega.

Sin contar que ha estado 12 años en una prisión de máxima seguridad del Reino Unido, acusado de asesinato y una serie de robos, y condenado a cadena perpetua, sin libertad condicional, como recuerda en cada introducción.

En esta nueva temporada también muestra sus visitas a cárceles de Alemania, Mauricio, y Lesoto; pero, tras el visionado del episodio de 48 minutos titulado “Paraguay: La cárcel más peligrosa del mundo”, parecerá imposible de superar el surrealismo y la sensación constante de que todo puede estallar en violencia en cualquier instante que tiene Tacumbú (no de balde, esta palabra en guaraní se permite traducirse como volcán).

La Penitenciaría Nacional de Tacumbú llegó a Netflix con imágenes grabadas en julio de 2019. Foto: Gentileza.

Advertencia de spoiler

La Penitenciaría Nacional de Tacumbú fue construida en 1955 para acoger a 800 reclusos. Según el reciente reporte de Mecanismo Nacional de Prevención de Tortura (MNP), hoy alberga a 2.638 personas, en un espacio para 1.530, lo que supone un 172% de sobrepoblación crítica. En ese marco, el martes pasado se confirmaron cinco casos positivos de COVID-19, y 40 sospechosos.

Sobre las historias dentro de las paredes de Tacumbú mucho se ha escrito y contado en medios nacionales; sin embargo, a través de una mirada extranjera, más siendo un “experto” en cárceles, y más todavía emitiéndose a través de la popular plataforma de streaming, el relato cobra otra dimensión, en una mezcla de orgullo, indignación y vergüenza.

“Debo admitir que estoy muy nervioso por lo que me espera en la prisión”, expresa Raphael Rowe en el esperado episodio. A mediados de 2019, el periodista inglés y su equipo estuvieron tres semanas en Paraguay para grabar la semana que su presentador viviría la experiencia Tacumbú.

Un año atrás, el guión indicaba que solo había 35 custodios para 4 mil presos; tan solo 15 días antes de atravesar la puerta hacia el interior había ocurrido un motín por una disputa de pandillas que dejó como saldo dos muertos, y la estadística era de una muerte cada dos semanas.

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Uno de los detalles que sorprendió al periodista británico es que todos están armados con cuchillos. Foto: Gentileza.

Mundo aparte

Tras una preciosa vista de dron del cerro Lambaré, Rowe hace un pincelazo sobre la relación de la pobreza y la criminalidad, luego se pone las esposas, y tras una simple revisión con detector de metales ya se encuentra adentro.

Posteriormente, el británico conoce el pabellón D, un espacio para 150 personas, financiado por la iglesia católica y manejado por propios internos; donde se alojará para descubrir otras secciones del penal.

Sin dudas, el pasaje más impresionante de la película es el infierno del “tinglado”, donde “hombres desnutridos y desesperados” se hacinan, duermen en el suelo, fuman crack y portan cuchillos a la vista, sin que intervenga ninguna autoridad, lo que lleva a Rowe a exclamar: “Nunca había visto algo así en ninguna prisión del mundo”.

Dentro del tinglado le pone nombre a uno de sus habitantes: Esteban, quien se rebusca en la basura en busca de restos de comida para vender, así como botellas de plástico, en condiciones impactantes.

Fila de reclusos para la repartición de comida; Rowe tenía encargado entregar cuatro galletas a cada uno. Foto: Gentileza.

Barrotes convertidos en estoques

Asignado a la cocina, Rowe conoce al jefe del lugar, Diego. Quienes trabajan en este lugar, cocinan dos veces al día, cobran entre 10 a 20 dólares a la semana, y reciben una reducción de tres meses en su condena por cada año trabajado.

No obstante, los privilegios son relativos, y hasta delicados, porque en un lugar que tiene su propia economía interna y el dinero es su motor como en todas partes; los reos pobres dependen de la comida de la cocina para subsistir. Diego cuenta que en una ocasión fallaron dos máquinas de la cocina, y los reclusos hambrientos asesinaron por ello a dos de los trabajadores.

“Acá todo el mundo tenemos cuchillo. Es normal eso”, le manifiesta el jefe de cocina al extranjero, y quita de un escondite un cuchillo con un filo de unos 20 centímetros. Así es la vida en Tacumbú”.

Tras mostrarle el santuario de la Virgen de la Mercedes cerca del acceso principal, en homenaje a los guardias asesinados durante su servicio; el jefe de seguridad del penal hace una demostración práctica de cómo se consiguen los cuchillos a partir de los barrotes, que afilan contra el cemento de una escalera.

“Ganaba menos afuera”

Volviendo a Edgar, condenado a 9 años por traficar 1.500 kilos de droga; Rowe descubre su lavandería, que le reporta unos G. 3 millones semanales. “Yo ganaba menos afuera”, aclara Edgar, que perdió todo al entrar a Tacumbú, y en seis años pudo comprarse otra casa gracias al dinero legal que genera dentro de la penitenciaría.

Poco después, Rowe descubre el otro negocio de Edgar, un restaurante que incluye servicio de entrega a la celda, y que mueve muchos pedidos por ser un día de visitas. Al británico le sorprende justamente que la esposa de Edgar está allí, pero más que nada para ayudar a dirigir el negocio interno, que incluye asado, pollo y toda clase de menú de un comedor convencional.

El documental dedica una sección al “mercado”, otro espacio de Tacumbú que alberga un comedor, barbería, técnicos en computadoras, hasta un carpintero que fabrica muebles a medida, con un patio central donde se utilizan varias mesas de billar. A simple vista hasta se podría confundir con algún rincón del Mercado 4, pero no, es la cárcel.

“Me sorprende la ironía de que los prisioneros tengan que cerrar sus celdas”, comenta Rowe, al ver que el tatuador Pablo asegura su puerta con llave.

El presentador describe ese sector exclusivo construido por los presos, donde tan solo dormir en el suelo cuesta 150 dólares al mes, y ocupar un cuarto entre 500 a 650 dólares; y especula que los guardias deben recibir una tajada.

Edgar (de barba) es el encargado del pabellón financiado por la Pastoral penitenciaria. Foto: Gentileza.

La Pantera

El periodista pondera las habilidades empresariales que tuvieron que aprender los presos. “Se rehabilitan por accidente los que tienen suerte”, dice.

Entonces encara al entonces director de la penitenciaría Jorge Fernández (que renunció tres meses después, a fines de octubre de 2019) sobre la problemática de las drogas y su erradicación dentro de Tacumbú. El funcionario responde que tenían la solicitud de contratar más guardias y la propuesta de un centro de rehabilitación, que la Justicia no aceptaba; pero que la única respuesta que podían dar a los reclusos era solo la alimentación.

Buscando un epílogo adecuado, “Inside The World’s Toughest Prisons” coincide en el gimnasio con el boxeador Richard “La Pantera” Moray y Rowe se pone los guantes para un entrenamiento, en víspera del primer campeonato sudamericano que se disputaría en una penitenciaría.

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Llega el “momento de redención”, y La Pantera se abraza con su padre, una leyenda del boxeo nacional, a quien no ve hace 4 años delante de las cámaras que acudieron a cubrir el show deportivo.

En torno al cuadrilátero aparecen algunos de los “personajes” definidos que tuvieron nombre en la crónica de Rowe; en un relato documental de cuidada calidad técnica, y de notable edición (el presentador no habla español). La Pantera triunfa en dos rounds, pero está lejos de ser un “final feliz”.

De hecho, Rowe reflexiona, tras dejar las puertas de la cárcel a sus espaldas, que este lugar debería convertir en algo mejor a las personas que allí pagan penas. Concluye: “Con tantos prisioneros con cuchillos y dejar que se droguen como precio por la paz… Tal vez lo mejor para Tacumbú es que se destruya por completo”.

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