La escena teatral es sin dudas una de las más afectadas por la pandemia. El compromiso de los “teatreros” siempre está a prueba en un contexto de abandono y de poco público, y la pandemia volvió a exigir algo más. Los Premios Edda de los Ríos al teatro reconocieron en los últimos días a Héctor Silva como Mejor Actor, por su trabajo en la obra “Miguel, Jean y Rafael”, donde dio vida al personaje de Cervantes.

La Nación habló con él, y comentó parte de su historia en Paraguay, de su amor por las tablas, del compromiso que fue darle vida al más grande de las letras en español.

- ¿Desde cuándo estás en Paraguay y por qué?

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- Desde setiembre de 1981. Y fue fortuito, un accidente. Venía escapándome de Brasil, más o menos así, escapándome. Pero no perseguido por la policía, sino por una mujer. Me levanto un camión que venía, fue “a dedo”. Me dijo que iba para Foz de Yguazú, y le pregunté dónde queda eso, me dijo frente a Paraguay, bueno, vamos, le dije. Esa fue la verdadera llegada, fue fortuita.

- ¿Cómo el escenario se convirtió en tu lugar de trabajo y vocación?

- El escenario aparece como mi vocación y mi lugar de trabajo y mi adolescencia. Cuando me integré al mundo del carnaval uruguayo, allá por los 12 o 13 años. Viví esa cosa de actuación, de murgas, de parodistas, de ensueño que duraba todo un mes, todo febrero, todas las noches estaba viendo esas parodias hechas por gente normal, de barrio. Es un fenómeno cultural muy interesante en Uruguay. Fue a partir de ahí que decidí que mi lugar en el mundo era justamente ese: el escenario.

- Fuiste reconocido como Mejor Actor en los Premios Edda, ¿cómo te sentís con todo eso y cómo te llevás con los premios en general?

- Nunca me creí lo de los premios, nunca, nunca me parecieron importantes para mi carrera. Es más, creo que en toda mi carrera recibí, no sé, tres premios en Mar del Plata como mejor actor del festival, en España, que no fue un premio, sino fue un reconocimiento, y ahora parece esto a los sesenta y pico de años que me agarra más cerca de la fosa que de la fama. Yo creo que son reconocimientos que alimentan mucho tu espíritu y te dan esa fuerza para seguir adelante, y hacen que vos pienses en algún momento, “bueno, hubo alguien que se fijó en mi trabajo, hay alguien que está valorando mi trabajo”; pero, ¿vos sabés qué rescato más que nada? Un mensaje que me envió Arturo Fleitas en el Facebook. Anoche recién lo pude ver y me dijo algo que realmente me conmovió. Me dijo: “amigo mío, este premio es por la carrera que hiciste, seria”. Y me dijo algo que me llenó el alma: “sin estridencias”. Atendé. “Una carrera sin estridencias y el amor que te tiene el público a vos. Yo creo que ese es el verdadero premio y eso es lo que ya venís cosechando hace tantos años”. Y me hizo rever justamente esa respuesta porque los momentos en que yo me he sentido realmente muy, muy bien, muy gozoso de haber abrazado esta profesión. Fue más que nada cuando el público... por ejemplo, cuando una chica en un colegio de Itapúa ve “El loco de Cervantes” y al año, al volver yo otra vez a actuar a Encarnación, ella me estaba esperando a la salida del teatro y me dice: “hace poco cumplí 15 años y me preguntaron qué quería de regalo”, y ella se había quedado hace un año atrás con esa cosa de “El loco de Cervantes”, y pudiendo haberle pedido cualquier idiotez de estas que se consumen ahora. La chica va y le dice a los viejos que quiere de regalo “El Quijote de la Mancha”, porque nunca lo puedo tener y lo quería leer, y había venido un tipo, una vez que le dijo que eso le iba a ser pegar un viaje astral. Yo creo que ese es el premio.

- ¿En la obra “Miguel, Jean y Rafael” ya llegó a vos con esa ruptura de la cuarta pared? ¿Al dejar el personaje se ve en escena a Héctor?

- Ese rompimiento de la cuarta pared ya está en el texto de “El loco de Cervantes” (que sirvió de base para “Miguel, Jean y Rafael”). Fue justamente lo que me aconsejó quien me dirigió en esa obra, Jorge Báez. Me dijo “rompé la cuarta pared porque el texto es durísimo”. Y le dije: “¿Y quién sale a hablar?”, y me respondió: “el actor, salí vos a contar lo que te pasa”, y fue eso.

- Hay mucho cuerpo puesto en ese Cervantes, ¿cómo trabajaste el personaje y en qué momento el escritor se toca con el actor Héctor en puntos comunes?

Sinceramente, yo necesitaba hacer un monólogo para zafar de una cuestión económica y aparece ese texto, y aparece la vida de este tipo que no me la conocía, y que me la tuve que leer toda, la vida y la obra de él. Y ese cuerpo yo creo que aparece después de 4 o 5 meses de haber trabajado prácticamente solo, buscando lo que él debería haber sentido en esas circunstancias, y cuando empecé a leer de que el tipo había estado preso y que el tipo había este pasado las 1.000 y una en su ida, se rompió el Cervantes ese inmaculado, el de los cuadros, con el cuello ese de cartón corrugado. Se rompió. Se deshizo en 1.000 pedazos y aparece un ser humano con unas vivencias, unos amores, unos odios, y una sed de venganza, y una impotencia cuando se corre la mentira allá en Sevilla, que era homosexual. Se ven unas cosas espantosas que le pasaron en la vida y justamente aparecen ahí los lugares comunes con el actor. En muchas cosas, en la soledad, en la prisión, en el que no te entiendan, en esa incomprensión de la sociedad ante un montón de cosas, la injusticia, en la medicina. Se enfrenta con todo, se enfrenta con todo y obviamente la pasa muy mal.

- En el dar y recibir de la apuesta que hace el artista por el arte, ¿siempre la balanza se inclina para un lado?

- En mi caso, obviamente, pero habrá 4 kg y medio en el dar y 100 gramos en el otro lado del plato de la balanza. Porque yo creo que una de las formas de poder darle continuidad a esta profesión es justamente no esperar nada, y lo dice en la obra, justamente lo digo eso cuando rompe el actor, digo “no esperes nada, no esperes nada, ni un abrazo, ni un plato de sopa. Nada, ni un beso, nada, no esperes nada y voy a ser feliz”, porque cuando vos esperás y no viene. Cuando esperás y no viene, te vas a la mierda, pero cuando no esperás nada, está todo bien y cuando te llega un beso o un chupón de esa mina que tanto querés te vas al cielo porque no lo esperabas.

- ¿En qué sentido la pandemia te obligó a replantearte tu opción por el arte?

- No, nunca me lo replanteé. No, nunca vi como alternativa dejar esto. Yo dejo la actuación y me muero. Yo dejo esto y me llevan para el neuropsiquiátrico, al poco tiempo me meten en un centro de rehabilitación, por qué me van a empezar a drogar 24 horas por día. Jamás, jamás me pasó por la cabeza dejar el teatro, sí me hizo obviamente entrar en otros terrenos. Me puse a vender miel, me iba a Hohenau a comprar miel y la fraccionaba para venderla acá, y gracias a un enorme amigo, un hermano del alma que me dio trabajo en su productora. Lo que sí me replanteé fue cómo pagar el alquiler. Ahora en la pandemia, fue este salir a remarla en un bote y había dulce de leche en vez de agua.

EL ESTADO AUSENTE

“El Estado estuvo ausente, pero desde toda la vida estuvo y está ausente. Al Estado nunca le importó un carajo la cultura para nada. Por ejemplo, hay un presupuesto de un elenco municipal que nunca nadie se preocupó de un elenco municipal que nunca funcionó, como hay en todo el mundo. Acá hay inclusive un presupuesto, imagínate que nunca nadie le dio pelota. El Teatro Municipal es inaccesible y tendría que ser gratis. Y bueno, la lista es gigantesca”, habla Héctor sobre el rol que cumplió el Estado durante la pandemia. Desde el Centro Paraguayo de Teatro y otras organizaciones el reclamo del sector teatral durante la pandemia se hizo sentir, pero no tuvo una respuesta efectiva y eficiente. El aporte para los artistas fue mínimo, tuvo retrasos en su ejecución, y fue excluyente. “Yo creo que el teatro sigue vivo y seguirá vivo gracias a la enorme gestión de todos los teatreros y de todos los artistas que que aman esta profesión”, agregó.

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