En la mañana del sábado dejó de existir el reconocido perio­dista español Antonio “Toni” Carmona, quien con varias décadas de trabajo dentro de la escena de la cultura para­guaya es sin duda una de las figuras extranjeras que dejó grabado su nombre en la his­toria del arte nacional, por su calidad humana y profe­sional.

Comprometido con el arte y con el pueblo, se radicó en Paraguay en la década del 60 y poco después ya estuvo en contacto cercano con artis­tas, siendo dramaturgo y director teatral.

Nacido el 1 de octubre de 1949 en Tetuán, territorio de Marruecos, en los últi­mos años Toni –como todos lo recuerdan– siguió traba­jando sin cansancio en la difusión del trabajo de su amigo Augusto Roa Bastos y se convirtió tras su muerte en presidente de la Funda­ción Augusto Roa Bastos.

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Los medios de prensa fueron también un hábitat en donde Carmona logró plasmar su calidad y su compromiso.

Su trayectoria relata un recorrido por los más impor­tantes diarios del país, desde redactor hasta jefe de redac­ción. Solo un tiempo atrás formó parte del Grupo Nación como asesor en materia periodística.

En el mundo académico fue docente en la Univer­sidad Católica de Asunción y en la Escuela Municipal de Arte. Además, fue autor de diversas obras como “El Concierto de Perurima”, “Velada”, “Mascarada en Río Revuelto”, “El Alma­cén”, entre otras.

Junto a la actriz y directora teatral Raquel Rojas, fundó el Proyecto Aty Ñe’ê de teatro e investigación, realizando giras y presentaciones durante varios años. Con este elenco, estrenó obras en Asunción y Buenos Aires, así como en importantes festivales como los de Manizales y Caracas, entre otros.

TONI ROISTA

Mirta Roa.

Un amigo. El amigo con quien uno tiene semejanzas y dis­cordancias que le dan picante a la relación. Conversar con él era entrar en un mundo inconmensurable, el arte, la litera­tura, la lengua, la información. Periodista de alma, consus­tanciado con nuestra idiosincrasia, con nuestro teko, amigo de los grandes de este país, respetado por ellos. Desde que lo conocí sentí que podía hablar de mi padre con él, como se habla con un hermano. Lo conocía tanto… su pasión por Roa era inmensa, visceral.

Cuando en esa orfandad que sentimos a la partida de nues­tro padre, pensamos qué podíamos hacer para perpetuar su memoria, inmediatamente se puso a la tarea de enlazar a los amigos de Roa en una conjunción de amor por su literatura y por su magnífica obra humanista. Y surgió la Fundación Roa Bastos, de la que fue su primer presidente por muchos años, a instancias de otro gran fundador, Carlos Colombino.

Trabajamos juntos por la memoria de Roa, creó la Cátedra Roa Bastos, realizó la titánica tarea de construir un glosario que reuniera los términos extraños de su obra, los de la antigua lengua, los extranjeros, los inventados por su fabulosa imagi­nación.

Conocía la obra al dedillo, casi de memoria, respetuoso y crí­tico a la vez. Fue parte, junto con Ramiro Domínguez y Víc­tor-Jacinto Flecha, de las ediciones que la Fundación hace de la obra de Roa. Creamos juntos la colección Biblioteca Básica de Augusto Roa Bastos.

Toni, poco amigo de figurar, centrado en sus conviccio­nes, maravilloso conversador, culto, gran lector, incorrupti­ble, sereno pero con carácter. Íntegro. Familiarmente con un gran amor por su compañera de vida, María Victoria Ayala “Batuque”, a quien admiraba profundamente; gran papá, profesaba un cariño por sus hijas que se le salía por los poros. En esta larga lucha que duró casi dos años, no dejaba de contarme que lo que más lo sostuvo fue el amor de su fami­lia, que lo rodeó siempre, jamás lo dejó solo y siempre estaba presente en sus palabras ese agradecimiento implícito dentro de su gran sufrimiento por sobrevivir.

Tenía planes, proyectos, obra escrita que, como discípulo de Roa, siempre estaba perfeccionando. Entre esos proyectos estaba la gran biografía de Roa. Y junto con su esposa, ampliar el glosario de todas sus obras.

Una voz bella quién la tuviera… decía Yupanqui, yo quisiera tener una prosa bella para poder decir lo importante que fue tu amistad, tu asesoría, tus consejos. Gracias por tanto, que­rido Toni. Te extraño.

TONI, QUERIDO SEMBRADOR DE CULTURA

Bernardo Neri Farina.

Toni Carmona es ya parte inmortal de esa legión de espa­ñoles que se instalaron en el Paraguay para amarlo, trabajar por el país y dejar su huella. En el caso específico de Toni, en el campo de la cultura.

Lo conocí como periodista en el viejo diario Hoy, pero él ya venía en aquellos años 70 con un bagaje de notable labor en el teatro, un teatro que era puro compro­miso con el pueblo, un teatro que ahondaba en el costum­brismo para crear conciencia ciudadana ahí donde las botas de la dictadura sofocaban toda manifestación crítica. Para ello, Toni debió aprender el idioma guaraní, que llegó a manejar en sus acepciones espirituales más recónditas. Y a raíz de eso, también sufrió el destierro. Era más paraguayo que la empanada con pan.

Culto, noble, solidario, cálidamente frontal; con un sentido del humor que lo hacía aún más querible, Toni era un referente en cualquier grupo. Fue un leal compañero de Augusto Roa Bastos en distintas eta­pas de la vida creativa de nuestro supremo literario. Fue también fac­tor fundamental para la constitución y la vigencia de la Fundación que lleva el nombre de Roa, entidad muy importante en nuestro ámbito cultural. Toni Carmona fue múltiple en sus actividades como sembra­dor de cultura y fue de una sola pieza en su conducta humana. Por eso su partida conmueve el alma y nos duele tanto.

TONI CARMONA, QUE LA SEMILLA NO MUERA

Víctor-Jacinto Flecha.

Antonio Carmona (Toni) ha partido de la vida terre­nal, dejando estelas en la cultura de su país de adop­ción, el Paraguay, en todas aquellas actividades que le tocó desarrollar. Lo conocí en los años sesenta en la cafetería Capri de la calle Palma, donde se exhibían cuadros de Carlos Colombino. Toni hizo un comen­tario crítico sobre los mismos que me sorprendió, viniendo de un joven unos años menor que yo, por lo acertado de su juicio.

Hablamos de cine, de literatura, de música y a sotto­voce, claro, de política (era la época) y quedé admi­rado por su criterio. Desde ese momento se inició una larga amistad compartida. Fui testigo de su pasión por el teatro, siendo uno de los creadores del Grupo Aty Ñe’ê, que hizo historia en una época que el teatro paraguayo buscaba afanosamente una transformación de forma y contenido. Pero la tarea más sostenida en toda su vida fue en el periodismo.

Trabajó en todos los diarios importantes en este medio siglo, desde La Tribuna, que era el decano de la prensa nacional, hasta que llegó su cierre, pasando por Abc Color y durante muchos años estuvo vinculado al diario Última Hora, llegando inclusive a ser su jefe de redacción. Su último cargo periodístico fue el de ase­sor de prensa del diario La Nación.

La coincidencia de estar viviendo en Buenos Aires en el tiempo en que Augusto Roa Bastos estaba escribiendo “Yo el Supremo” hizo que Toni Carmona se familiari­zara con las miles de hojas escritas, reescritas, borradas, corregidas de lo que sería el manuscrito, por fin, publi­cado. Roa tenía la costumbre de compartir con sus ami­gos los originales, esperando comentarios críticos de los mismos. Toni se convirtió en un analista de la escritura de Roa, con un conocimiento pormenorizado y profundo de la obra del maestro. Toda partida deja una ausencia, pero lo importante es la estela que deja.

LA AMISTAD, UNA OBRA MAESTRA

Fernando Pistilli Miranda.

Desde muy temprano, a pesar de tanto sol el día se sentía extraño y oscuro, poco des­pués del mediodía un mensaje de Whatsapp: Toni falleció. Fue la forma de cumplir el presa­gio. Muchas cosas puedo decir de Antonio Carmona, hablar de sus múltiples roles en labo­res intelectuales y creativas, en donde siempre brilló, pero principalmente era mi amigo, y uno de esos hermanos que solo las letras y la vida te rega­lan.

Sin bien lo conocía desde pequeño e interactuamos muchas veces en su rol de periodista, el fallecimiento de Roa nos hizo pasar muchas horas juntos preparando una despedida acorde a un gran héroe civil como fue el autor del Supremo. Desde ese momento fuimos compartiendo sueños y sumando horas de trabajo y de gran calidad humana, viajando incansables por el país, fomentando la lectura, realizando colecciones de libros que abarcaron la agrohistoria, la poesía y la narrativa, diseñando pro­gramas de radio y televisión, y una revista que nunca vio la luz.

En mis diversos cargos fue siempre mi asesor y me orientaba sin ningún tipo de soberbia. Por mucho tiempo el ritual era muy sim­ple: conversaciones telefónicas temprano en la mañana, analizando las noticias, y terminar todas las tardes sentados en un café (que ya no está), evaluando el día proyectando cosas y sumando amigos: Ramiro Domínguez, Caio Scavone, Taka Chase, Vidalia Sánchez, Pablo Martínez, Luis Carmona, Víctor-Jacinto Flecha, Alcibiades González del Valle, Mirta Roa, por citar algunos, que llegaban a completar esa mesa a la que “Batuque” –luego de su caminata– traía las consideraciones sicológicas a los temas y la pronunciación correcta del francés.

Fue también mi confidente de amores y desamores, y además de una pronunciada fobia a los mosquitos, compartíamos la pasión por nuestras familias, los libros, el cine, la historia, la buena comida, la bebida y el fútbol, tema en que siempre disputábamos por nues­tros clubes (él cerrista y yo olimpista). Su biblioteca era intermina­blemente borgiana.

Allí siempre se extraviaba algún texto y un libro aparecía de golpe para ser centro de un apasionado debate. Cada vez que volvía de Buenos Aires o de Punta del Este –donde conocía una misteriosa librería metida en ese mundo lleno de brillos pasaje­ros– volvía con un ejemplar exquisito y agotado que me lo regalaba.

La amistad, como muchas obras maestras, es algo siempre incon­cluso. Nos quedó pendiente un viaje juntos por España y enseñarme su receta del cordero (aunque sí me dio los trucos de un buen cham­pignon al ajillo), y nuestra última conversación fue telefónica, su voz resonará siempre fuerte y clara en mis recuerdos.

Luego de hablar sobre “El Señor Cáncer, El Señor Pendejo, /es solo un instrumento en las manos obscuras/ de los dulces personajes que hacen la vida” (como lo denominó Sabines), y largamente sobre Graham Greene, me dijo “pronto nos pondremos al día con un vino” y sabíamos que era la despedida. Los mensajes siguen llegando, todos bien intencio­nados, y algunos hablan de cristiana resignación –término que nunca entenderé del todo– yo, mi hermano, maestro y amigo, levanto una copa imaginaria y brindo por tu vida y todo el amor que nos regalaste.

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