Por Jorge Zárate (jdzarate@gmail.com)

Imaginen vivir bajo la tierra, como verdaderos topos, y que, en la superficie, habite una clase humana privilegiada y opresora.

Este escenario distópico aparece ante los espectadores apenas se ingresa a la sala Federico García Lorca de la Manzana de la Rivera para asistir a Uropsilus.

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Túneles oscuros, luces difusas, un andamio hacia el cielo como centro de la puesta a la que se ingresa tras una breve pero intrigante travesía.

Allí están trabajando “Peluca” (Fabio Chamorro) y “Fatiga” (Carlos Ledesma) discutiendo por momentos la idea de subir a la superficie, de buscar allí un terreno donde cultivar, el uno; realizar sus sueños actorales, el otro.

Jazmín Mello en Uropsilus. Foto: Cristóbal Núñez.

Tienen una pequeña radio que les cuenta de la vida allá encima y el miedo de que al asomar las cabezas quedar a merced de feroces perros verdes que tiene la minoría de la superficie como garantía de sus posesiones.

Los dirige “Chela” (Jazmín Mello), una dirigente llena de fe y entusiasmo que aparece interpelada por sus compañeros sobre los riesgos de su empresa, los que proponen siempre la rebeldía y la libertad.

Dirigidos por Ana Mello, en su debut en tal rol, la obra atrapa por los buenos cruces de sus protagonistas, por el despliegue físico, la iluminación, y, cosa curiosa, también por el buen texto de Martín Pizzichini y la propia Jazmín. Párrafo aparte para el vestuario, que logra convencer sobre lo serio del emprendimiento.

La propuesta cuenta con la asistencia de dirección de Anahí Saldívar y la musicalización de Fernando Sánchez y Nahuel Mello.

Un paralelo de la situación del texto con la desigualdad social del país es inevitable y este juego entre lo no explícito y la realidad nutre una interacción, un diálogo más que interesante.

¿Quién resistirá cuando el arte ataque?, se preguntaba Luis Alberto Spinetta.

Las funciones de la obra prosiguen hasta el 17 de marzo. Los jueves a las 20:30 y los sábados a las 21:00, pudiendo adquirirse las entradas en la Manzana de la Rivera, sita en Ayolas entre Benjamín Constant y El Paraguayo Independiente, allí, en frente al Palacio de López.

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