La renuncia del ministro de Salud, Julio Mazzoleni, buscó desin­flar los candentes ánimos de la gente, la renuncia refleja el temor del Gobierno por los anuncios de un nuevo marzo de jornadas de protesta. La manio­bra del Gobierno puso algo de paños fríos al hartazgo ciudadano por la mala ges­tión en la administración de la pandemia; la escasez de medicamentos, insumos y máquinas para hospitales públicos; la parquedad en la obtención de las vacunas anticovid; las decenas de casos de corrup­ción suscitados durante la pandemia y que están bajo investigación, entre otros gaza­pos. Pero el verdadero cambio en el Minis­terio de Salud solo será posible cuando se elimine el mecanismo de corrupción que por décadas corroe la estructura de esta cartera de Estado.

No es suficiente la renuncia de las cues­tionadas autoridades de Salud para fre­nar la repulsa ciudadana, esta no se frena con estrategias para desviar la atención del problema, sino con medicamentos e insu­mos en los hospitales públicos, con el anun­cio sincero de los plazos para el inicio de la vacunación a la ciudadanía, con compras transparentes, sin la digitación de politi­queros respecto de las empresas que deben ganar o perder las licitaciones. Y es que como dirían los comunicadores Carlos Fara y Rubén Sutelman, “gobernar es gobernar y comunicar es comunicar. Gobernar implica comunicar, pero no es lo mismo. Una ges­tión necesita una buena comunicación, pero la buena comunicación no reemplaza a una mala gestión”.

Si no se elimina la injerencia político-par­tidaria en el Ministerio de Salud, la cual es sumamente activa, el nuevo ministro correrá la misma suerte del renunciante, por más técnico que este sea. El nuevo titu­lar de la cartera de Salud debe tener las manos libres para hacer los cambios nece­sarios, sin que ningún político –del color que sea– le digite el techo y piso en que se debe mover. Es un secreto a voces que politi­queros de toda laya son quienes en realidad echan andar el mecanismo en el tema de las compras, distribución y contrabando para el mercado negro de medicamentos, insu­mos y equipos. Así como para determinar que ciertas empresas ganen las licitaciones, etc.; ellos tienen de manera supernumera­ria planilleros y operadores políticos den­tro del sistema de la salud pública, para sus beneficios.

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Paraguay no se merece un nuevo marzo paraguayo, ni otro 31-M, pero tampoco se merece sobrevivir en medio de la improvi­sación, entre altos indicios de corrupción galopante en las esferas gubernamenta­les, ni merece la desidia del Gobierno. Miles de compatriotas deben gastar millones de guaraníes –que no tienen– en el servicio de Salud Pública para mantener a salvo a sus familiares; el Gobierno a duras penas cubre la hotelería de los pacientes y el flaco salario de médicos y enfermeras.

La renuncia de Julio Mazzoleni no solu­ciona la problemática sanitaria por la pan­demia derivada del virus SARS-CoV-2, tampoco puede significar un movimiento de alfiles en el tablero, sino que debe ser el punto de inflexión para rescatar al sistema de salud de las fauces de los politiqueros e iniciar una senda de recursos públicos bien invertidos, que se reflejen en una buena gestión, en menos gente muriendo en los hospitales del país.

Sin cambios en la gestión de la adiposa buro­cracia no habrá mayor diferencia entre la impericia de Mazzoleni con la del nuevo titular de la cartera de Salud. El Gobierno no necesita comunicar mejor para mejorar su imagen, tal como afirmaba el licenciado en Administración de Empresas y ministro de Comunicación, Juan Manuel Brunetti, el Ejecutivo necesita mejorar su gestión, en este caso sanitario, para que esas acciones de gobierno mejoren su imagen. Para ello reiteramos, se debe poner freno a las mafias politiqueras que operan en Salud, si es que en realidad se desea un verdadero cambio.

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