El paso a la cuarentena inteli­gente fue una decisión basada en el buen cumplimiento de la primera etapa en la lucha con­tra el covid-19 en el Paraguay. Retroceder hoy por culpa de los malos cumplidores de la fase 2 es contrario a la razón, porque la comunidad “inocente” estaría pagando la culpa de los irresponsables.

El Gobierno y la población han realizado esfuerzos para conquistar una posición que, incluso, es mencionada en el exterior como de buena tarea por parte de nuestra Nación en este contexto. Ese lugar no ha sido fácil de lograr, ha supuesto un sinnú­mero de sacrificios de todo tipo, de fami­liares que dejan de abrazarse, de puestos laborales que se pierden y por sobre todo de miles de vidas de médicos, enferme­ras, policías y diversos servidores que se ponen en riesgo.

Entregar la posición con superficialidad, con facilidad, asumiendo que, sencilla­mente, hay que volver a la fase 1 porque existe un bolsón de la población que no cumple con los deberes, es como castigar a la comunidad en general; en tanto, lo lógico es que se castigue a los culpables en particular.

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En este contexto es muy importante el nivel de liderazgo que puede tener el Gobierno, que ya soporta cuestiona­mientos a consecuencia de los temas de sus compras en el marco de la pandemia. Ese liderazgo debería enfocarse en una posición clara al respecto de no desan­dar los pasos dados y –por el contrario– sostenerse firme con el ojo vigilante para detectar a sectores o personas que no están dispuestos a convivir con las reglas de la cuarentena inteligente.

Hay tres cuestiones que deben ser enfa­tizadas por el Gobierno, sin demoras: un inflexible control de las medidas de segu­ridad, tal como se desarrolló en la pri­mera etapa. No se pueden hacer experi­mentos de comportamiento cultural en plena guerra. Se debe partir siempre de un escenario que suponga que las cosas no van a funcionar bien. Es deber del Estado ser previsor. En este marco: acti­tud fuerte en el control de uso de mas­carillas, del aislamiento social y de todo tipo de medidas que ayuden a que la gente viva en la cuarentena inteligente, con los controles de la primera fase. Eso es lo que haría realmente inteligente esta etapa.

En segundo lugar, el Gobierno debe seg­mentar el territorio en base a las situa­ciones que se viven en diferentes ámbitos regionales. Por citar un ejemplo senci­llo: si el departamento X, o la ciudad X, no cumplen con el rol sanitario, corresponde que esos segmentos sean atendidos en particular y no corresponde que, el resto de las regiones que han cumplido correc­tamente con sus acciones de resguardo, paguen los platos rotos.

La tercera cuestión tiene que ver con la gestión del Gobierno en materia admi­nistrativa. Deben acelerarse los procesos de compra de insumos para la protección del personal de salud; esto es prioridad. Así como el castigo a los culpables de los hechos irregulares denunciados, sean quienes sean, asesores, funcionarios o congresistas.

Hay un contexto socioeconómico que debe tenerse en cuenta. La apertura de la cua­rentena inteligente permitió a miles de connacionales volver a ocupar sus puestos de trabajo y, al hacerlo, recuperar su capa­cidad productiva. Al recuperar su capaci­dad de ingresar recursos no solo se vitaliza la persona en particular sino irriga a toda la familia, y provee de factores que son vitales como la alimentación, la salud y la educación. Ha sido triste en este contexto, escuchar a través de los medios a numero­sos matrimonios jóvenes resignarse a la pérdida de la matrícula escolar de sus hijos, para cuya excelencia buscaron un lugar en los centros privados. Estas situaciones se irían reparando de nuevo, paulatinamente, con la reactivación económica que posibi­lita la cuarentena en su fase inteligente.

No necesitamos profundizar siquiera en la situación de sectores productivos ente­ros, como el rubro gastronómico, que han anunciado una situación de “quiebra téc­nica” por la absoluta falta de perspectivas de reanudar su gestión en condiciones de garantía sanitaria. Si volvemos a la fase 1, volveríamos a colocar el horizonte muy pero muy lejos de la esperanza para estos y otros sectores sociales y económicos. Ojalá nuestra incapacidad como ciudadanos y como Estado para conservar los avances no nos obligue a dar el paso atrás. Sería una derrota.

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