Con la llegada de las altas tempe­raturas, especialmente en los meses de octubre, noviembre y diciembre, empieza por adelan­tado el calvario de miles de usuarios del servicio de energía eléctrica de nuestro país. Se adelanta, puesto que las altas tem­peraturas reinantes en Paraguay solían registrarse entre enero, febrero y parte del mes de marzo. Hoy, debido a lo que muchos científicos denominan colapso ambiental, el clima ofrece su peor cara mucho antes. Producto de ello es la actual ola de calor que azota a la región y que tiene a la geografía paraguaya como uno de los puntos más calientes del planeta en la última semana.

Y como cada año, el suministro de elec­tricidad se resiente gravemente con las consecuencias que terminan pagando miles de usuarios de la Administración Nacional de Electricidad (ANDE), enti­dad que no puede ofrecer un servicio efi­ciente.

Cuando el servicio se resiente, entonces las consecuencias pueden ser verdade­ramente peligrosas, como el caso ocu­rrido esta semana en la zona de Salto del Guairá, donde un temporal por efecto del cambio climático dejó por varias horas sin energía eléctrica a la citada ciudad, afec­tando a la producción, a los servicios y en especial al área de la salud, puesto que su hospital regional se quedó sin generador al cabo de unas horas.

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Son los efectos que provoca la falta de electricidad lo que indigna a la gente. Sin electricidad no hay agua, si no hay agua no hay higiene y tampoco la elaboración de los alimentos. Si no hay energía, el comer­cio y los servicios se resienten y la activi­dad económica –aunque en menor escala– termina sufriendo esta sangría.

Por todo esto es que hasta se justifica la indignación ciudadana y su reacción; des­pués de mucho tiempo la gente se animó a salir a las calles y bloquearlas para exi­gir un mejor servicio, como ocurrió en Acceso Sur, a la altura de Ypané o en el este del país, donde los efectos del tempo­ral que azotó a la zona también causaron estragos.

Es decir, es absolutamente marginal que un país con los recursos en mate­ria hidroeléctrica que posee nuestro país se viva tan mal por la carencia de un sis­tema de distribución eléctrica acorde a las necesidades de la población. Lo vienen repitiendo en cada gobierno, el Paraguay está aún muy lejos de caer en el déficit de producción de energía y su principal pro­blema pasa por un eficiente sistema de distribución.

Es lamentable que el Estado paraguayo ni siquiera puede garantizar el acceso a recursos tan básicos como el agua o la luz, cruciales para una vida más o menos llevadera o digna. Ni siquiera se habla de exigir otras aspiraciones genuinas de la gente como una mejor salud o una educación de calidad. No, simplemente lo básico, luz y agua; pero ni siquiera lo básico el Estado paraguayo puede garan­tizar a sus ciudadanos.

El servicio de electricidad, entonces, es esencial para cualquier nación. Y vaya si lo es. Una mínima concesión hecha a Brasil en esta materia en mayo pasado casi des­emboca en la destitución del presidente de la República.

Es por eso que el Estado, a través de su gobierno, debe establecer un plan de inversiones que –si por lo menos no va a paliar en su totalidad– al menos que sirva para atenuar los cortes de energía, como es frecuente en el verano. Una vía para aminorar los cortes es el reemplazo de los transformadores de la red de dis­tribución, vitales para el buen funciona­miento del sistema. Sin embargo, la Ande decidió cancelar la licitación de unos 15 mil transformadores que ayudarían a recomponer el sistema y que, de paso, provocaría un ahorro de 7 millones de dólares para las arcas estatales. Inexpli­cablemente se canceló el proceso.

Los paraguayos nos merecemos una mejor calidad de vida y esa calidad pasa indefectiblemente por recibir servicios públicos de calidad. Pasa por un sistema eficiente de suministro de energía.

Que no se les olvide esto a nuestros admi­nistradores.

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